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Editorial
El ultimátum barí
Ya le dijeron, de manera perentoria, al Eln, que no quieren ver a esa guerrilla en su territorio.
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Martes, 13 de Febrero de 2018

Atropellados desde hace cinco siglos, cuando la invasión europea se consolidó a sangre y fuego, los indios barí, cansados de que sus resguardos sean territorio de paso de todo el que quiera, acaban de lanzar un ultimátum para que dejen libres sus escasas tierras ancestrales todos los no indios que están allí.

Puede parecer una actitud injustificada esta de los barí, pero no lo es, habida cuenta de que hoy están arrinconados en las tierras más aisladas del departamento, después de ser despojados, durante siglos, de lo que les pertenecía, y hoy temen la continuación de los atropellos.

Ya le dijeron, de manera perentoria, al Eln, que no quieren ver a esa guerrilla en su territorio, por el que se paseaba como Pedro por su casa, sin permiso y en plan de guerra, y establecieron un plazo, que vencía anoche, para que los colonos asentados allí también se fueran de inmediato.

Al parecer, con cierto disgusto, el Eln se fue del resguardo.

Pero había problemas con los colonos, que argumentaban no tener a dónde ir, pues al menos en Convención, unas 300 familias llegaron al resguardo huyendo de la guerra y en busca de refugio temporal. Allí, tolerados por los indios, que les dieron 10 años de permanencia, fundaron estancias y cultivaron.

Pero el plazo se venció, la guerra con las Farc terminó, y coherentes con la realidad, los barí consideraron que como seguir huyendo ya no es opción para los campesinos y colonos, entonces llegó la hora de recobrar la normalidad territorial.

Sin embargo, persiste una situación complicada, que está exasperando a los indios: la interferencia de una organización campesina que ambiciona parte de las tierras de los indios, sobre las que alguien trazó parte del croquis de la Zona de Reserva Campesina del Catatumbo.

Según se rumora en el Catatumbo, esa organización habría ordenado a su guardia campesina —al parecer, una especie de brazo armado dotado de palos y otros instrumentos de ataque—, hacerse fuerte en un enorme salón de Saphadana, un pueblo comercial en territorio barí, en donde pretenden alojar a los campesinos desalojados por los indios que, según autoridades, están dedicados a alistas flechas y arcos para ratificar su ultimátum…

No cree esta organización que los colonos y campesinos no pueden estar allí. No cree y no quiere irse, en una situación muy clara que, sin embargo, deberá el gobierno solucionar, ojalá no en detrimento de los barí, otra vez, como muchas. El alcalde, en este caso de Convención, carece de cualquier facultad legal para que pueda decidir qué hacer.

Esos colonos llegaron al resguardo corridos por la guerra. ¿No pueden, acaso, volver a esos lugares que abandonaron? Porque, ¿cuál es la razón para que las cosas se arreglen perjudicando a una comunidad aborigen a la que el petróleo casi que la aniquila?

Es un conflicto este que debe ser resuelto cuanto antes mejor, pero buscando no perjudicar ni a los indios, que están en su casa y ya han tenido que soportar los atropellos de la civilidad, ni a los campesinos sin tierra.

Pero el problema es la interferencia de organismos sin raigambre en la zona y con una legitimidad cuestionable.

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