La Opinión
Suscríbete
Elecciones 2023 Elecciones 2023 mobile

Fondo y forma

El problema de Villegas es que aunque jure —y quizás llore— que dice la verdad, no le creen… La forma siempre le ha fallado.

En agosto de 1991, cuando Rafael Pardo Rueda asumió como el primer ministro de Defensa civil luego de décadas de generales y almirantes, quedó muy clara una parte fundamental del mensaje: quedaban proscritos manejo, lenguaje, acento y modos castrenses en lo referente a la información a la ciudadanía sobre la vieja y larga guerra, principalmente.

Ya era suficiente de insistir en las viejas formas de llamar bandoleros, hampones, terroristas y usar términos denigrantes para referirse a los guerrilleros, y de no establecer diferencias odiosas entre héroes de la patria, los unos, y narcoterroristas y asesinos, los otros, y de darle tratamiento diferente a la muerte en combate: asesinar, si el muerto era soldado, o dar de baja, si era guerrillero.

Ese tratamiento jamás había hecho ganar un solo combate a las tropas del Estado, pero, en cambio, cada día profundizaba el odio de guerrilleros y campesinos hacia los organismos de seguridad.

Después de Pardo, en el ministerio hubo personas ecuánimes, objetivas y, especialmente, sabedoras de que toda guerra se gana o se pierde con soldados armados, y no con lenguas afiladas.

Vino el proceso de paz, y muchos odios quedaron sepultados. No todos, obviamente, porque aún quedan rescoldos en los cuarteles, más en las oficinas que en las barracas.

El ministro Luis Carlos Villegas, tan irascible él, tan veleidoso e inefable, ha hecho esfuerzos por guardar la compostura en momentos claves y ha mantenido un lenguaje más o menos moderado si se comparan estas circunstancias con otros momentos allí.

No es Villegas una de esas personas a las que algunos comparan con las peras en dulce, pero en su contra estos días de verdades juegan, y mucho, la imagen autoritaria que se tiene de él y algunas precipitudes relacionadas con el despacho de tropas hacia zonas de cultivo de coca en las que se había acordado que, por sobre todo, habría sustitución voluntaria.

Hace pocos días, Villegas dijo unas cuantas palabras que causaron escozor nacional que aún no se calma. Por ser él, los críticos y opositores del gobierno desenvainaron espadas para contradecirlo en cuanto dijo sobre líos de faldas y otras trivialidades como causas de muerte de algunos defensores y luchadores por los derechos humanos. Líderes sociales, en síntesis.

¿Cómo entender que nadie menos el ministro de Defensa resulte con un cuento como este, en momentos en que se conoce con certeza que los asesinatos de líderes sociales crecieron 45 por ciento en los recientes meses? ¿Cómo explicar esa otra metedura de pata de Villegas?

De la manera más sencilla: aceptando que tiene razón.

En efecto, la presunción colombiana según la cual detrás de cada asesinato de un dirigente popular hay una conspiración política, esta vez no hay cómo aceptarla. Las estadísticas de Medicina Legal, al menos para 2016, indican que 68 por ciento de los asesinatos de hombres líderes fueron por violencia interpersonal, y 40 por ciento de las mujeres. La Fiscalía esclareció 63 hechos criminales. Y de los 177 homicidios de los últimos dos años, confirmó que 35 por ciento se deben a “hurto, intolerancia y motivos pasionales”. La otra mitad sigue en investigación.

El problema de Villegas es que aunque jure —y quizás llore— que dice la verdad, no le creen… La forma siempre le ha fallado.

Image
La opinión
La Opinión
Viernes, 22 de Diciembre de 2017
Premium-home
Patrocinado por:
Logo Empresas
Temas del Día