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Guerra es guerra

Y no ha terminado. Y ya sabemos dónde continuará si quienes se oponen al proceso de paz se salen con la suya.

Es comprensible, solo en términos de oposición política, la reacción que se desató luego de que el presidente Santos dijo que en caso de no haber acuerdo de paz en La Habana, las Farc volverán a la guerra… y esta vez en las ciudades.

Y, entonces sí, la guerra será de todos, ya no solo de los campesinos y de la Colombia aislada. Ya no será la guerra que se ve por televisión, por allá, en algún lugar de las montañas. Será la guerra en el patio de la casa, en el parque de la esquina, en la cancha de fútbol del barrio…

Con un acuerdo de paz tan avanzado como nunca, muchos colombianos se relamen de gusto, sin embargo, convencidos de que frustrar el sueño de la gran mayoría y los esfuerzos del Gobierno por lograr la paz es una acción legal y políticamente lícita. Y es así: no es delito optar por que siga la guerra...

Pero moralmente es de las acciones más ruines propiciar una guerra solo porque no saben lo que es, pues lo más cerca que han estado de ella ha sido en el botón rojo del control remoto de la tv.

Es una ingenuidad y una tontería pensar que las Farc ya se olvidaron de la guerra solo porque discuten un acuerdo de paz con el Gobierno. ¿O acaso alguien cree que si no hay acuerdo, los guerrilleros, decepcionados, dejarán de combatir?

No, desde luego. Volverán y con mayor intensidad. ¿Quizás se olvidó que cuando decidieron sentarse a la mesa en La Habana, las Farc estaban formando frentes de milicianos urbanos y dedicadas a planificar la guerra a gran escala en los centros urbanos?

Como organización político-militar, las Farc han estado dedicadas a hacer la guerra, que no es otra cosa que la política por otros medios, a otro nivel, porque pretenden todo el poder del Estado, como cualquiera de los partidos legales. Pero vieron la posibilidad de llegar por la vía de las urnas, y decidieron dialogar.

Pero, si se les cierra este camino, que no quede duda de que continuarán por el de siempre, por el militar, por la guerra… pero ya no en la montaña, donde el efecto de sus acciones casi no impacta en la sociedad, sino en las ciudades, donde cada habitante respirará el humo de los combates.

Así ha ocurrido antes, así ha sucedido en otras guerras irregulares, que del campo migran, por su misma dinámica, a las ciudades. Y no se trata de que el Estado tenga o no cómo combatir, que lo tiene, sino que cada tiro de la guerrilla será disparado con la intención de que cause el mayor daño posible.

Es la guerra, y no ha terminado. Y ya sabemos dónde continuará si quienes se oponen al proceso de paz se salen con la suya. Solo que ninguno de los que se inclinan por la guerra tomará un fusil para ir a combatir. ¿Para qué, si para eso están unos pobres en la guerrilla y otros pobres en el Ejército y la Policía? Y, tal como ha sido, los pobres no deciden, no frustran sueños de paz.

Pero, cuando llegue la guerra urbana y los hospitales y las escuelas y las viviendas caigan a pedazos por las bombas, y las fábricas cierren y no llegue nada a las tiendas, ¿qué harán quienes hoy ven en la paz un ave que hay que cazar?

Sábado, 18 de Junio de 2016
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