Al canciller Carlos Trujillo no le suena mucho eso de que no hay que llegar primero, sino saber llegar. Por eso cometió un error del que muy difícilmente podrá recuperarse si sus aspiraciones presidenciales son inaplazables, como todos lo suponen.
Tampoco parece estar de acuerdo con que solamente ganas y trayectoria no son suficientes, pero ya se convencerá de que es así, que también es necesario algo de prudencia, mucho de sindéresis, seriedad, y todavía mucho más que verbo fácil.
Decir que fue broma su respuesta de que aspira a ser candidato presidencial en el próximo período, no lo cree nadie, menos él, y todavía menos la vicepresidenta de la República, Martha Lucía Ramírez y el embajador colombiano en Washington, Francisco Santos, que también tienen entre pecho y espalda el gusano de las ganas.
El caso de Trujillo, sin embargo, da para pensar que una de las razones por las cuales el manejo de las relaciones internacionales del actual Gobierno ha sido, si se permite el término, tan incongruente con la historia, es, precisamente, su afán por diseñar una campaña.
Porque no cabe otra explicación para la manera como se rompió burdamente con el espíritu no intervencionista del que Colombia hizo gala siempre ni para tantas acciones en relación con Venezuela, un país que hasta agosto era considerado como lo que es, un hermano. Hoy, por razón de la gestión diplomática colombiana, hay allí no solo dos presidentes, sino dos países: uno amigo, y otro enemigo, el de los venezolanos afectos al gobierno de Nicolás Maduro, que todavía los hay.
Por pensar en asuntos ajenos a los despachos de San Carlos, la cancillería creó un problema grande con Panamá: el de los miles de extranjeros que aprovechan el descuido colombiano para pasar rumbo a Estados Unidos. El fin de semana, las autoridades panameñas cerraron el paso, y ahora hay verdaderas multitudes de sudamericanos, africanos y asiáticos, todos fuera de la ley, en sitios limítrofes de Antioquia y Chocó.
Trujillo coincide, curioso, con Ramírez y Santos, en una postura muy dura en torno del gobierno de Venezuela. Es como si los tres estuvieran convencidos de que esa es una buena manera de ganar puntos ante un hipotético electorado.
A los tres se les identifica con el sector de la opinión convencido de que armas y no acciones políticas son la manera idónea de ponerle fin al gobierno de Maduro y a la vigencia de la revolución socialista bolivariana. Halcones, así se les conoce en el argot político a quienes militan en la línea dura de un gobierno.
La diferencia está en que mientras la vicepresidenta Ramírez está limitada en su acción para perfilar su segunda campaña presidencial, y Santos es su subalterno y además está lejos, el canciller dispone de tiempo y posibilidades para comenzar a organizar un equipo de trabajo que le abra paso.
El hecho concreto es que, aunque haya sido en broma, como asegura, Trujillo ya pegó primero dentro del uribismo y el Centro Democrático. Pero, como está dicho, lo que se necesita es saber llegar. Y él le apuesta a que llegó primero.