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¿Invadir a Venezuela?

Ojalá la sensatez haga que Trump reflexione y deseche su idea, por absurda y perjudicial para el mundo entero.

Pensar con el deseo siempre es una opción. Pero casi siempre se descarta, en el momento en que el pragmatismo comienza a hacer su trabajo y la realidad logra surgir, contundente y arrolladora.

Donald Trump piensa mucho con el deseo. Y una oportunidad de esas ocurrió en septiembre, cuando se reunió con presidentes latinoamericanos para informarles de su decisión de atacar militarmente a Venezuela a través de La Guaira.

Para su enorme sorpresa —ocurre cuando el deseo va por un lado y las cosas por otro—, el presidente Juan Manuel Santos le contestó que América Latina nunca apoyaría una intervención militar como esa en Venezuela. Para fortuna general, allí triunfó la realpolitik, el pragmatismo político de Santos y de los presidentes de Brasil y Panamá y la vicepresidenta de Argentina.

Pero, en los últimos días, de nuevo el tema militar agita algunos despachos diplomáticos del mundo entero, como solución eficaz para ‘la restauración plena de la democracia en Venezuela’. Como si se tratara de un juego de niños exploradores.

El primer disparo de una fuerza invasora desestabilizará a todo el continente, y repercutiría en el mundo entero con fuerza inusitada. Se trataría de una repetición de la inútil, injustificada e ilegal invasión de Irak: Venezuela es potencia petrolera, y nadie está en capacidad de medir lo que podría ocurrir en el planeta si es invadida.

Incluso antes de los disparos, cuando los primeros barcos de la invasión sean avistados cercarse de Venezuela, Colombia será invadida, a su vez, no por millares, como hasta ahora, sino por millones de venezolanos en busca de refugio ante la inminente destrucción física, económica y cultural de su país.

Ojalá la sensatez haga que Trump reflexione y deseche su idea, por absurda y perjudicial para el mundo entero, comenzando por su país, tan dividido como está, y ojalá la fiebre les baje a quienes pregonan la invasión como la solución adecuada.

¿Será que, en el caso de que suenen los tiros, los defensores de la invasión se alinearán, pecho en tierra sobre la arena de La Guaira, en la primera oleadas de soldados de vanguardia? No lo creemos. Nunca las guerras las pelean quienes las idean y las declaran. Para combatir están los demás: los hijos de las clases medias y bajas, los campesinos…

Que para Trump y para muchos, comenzando por millones de venezolanos, la situación del país vecino es ‘completamente inaceptable’, no puede ser argumento para comenzar a disparar en una guerra que, como todas, se sabe cuánto comienza, pero no cuando termina, y en la cual nadie gana. Al contrario, todos son perdedores.

Si se quiere una coalición de países para acompañar a Estados Unidos en la hipotética aventura de invadir, Colombia estará al margen, sin duda. En ese caso, sí, que esa guerra la peleen otros, aunque lo mejor es que no la haya.

Desde luego, Trump tiene todavía esa puerta abierta.

Pero están abiertas, también, otras, como el eventual resquebrajamiento de la inefable unidad militar, que al parecer existe solo en su cúpula, no en sus tropas. Insistir en eso tiene mucho más sentido.

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Jueves, 18 de Enero de 2018
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