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La condición humana

Lo normal es que no haya ni escoltas ni autos blindados para nadie, porque nadie se siente amenazado en su integridad.

Considerar que lo normal para un expresidente de la república es que, donde quiera que esté, lo rodee un ejército de hombres armados con ametralladoras, es otra prueba más del trastrueque de valores y de principios que se radicó en el fondo de la cultura de la sociedad colombiana.

Por eso, a muchas personas les parece increíblemente extraño que uno de estos personajes salga solo, sin escoltas y sin una caravana de carros blindados, viaje en un vuelo comercial, lleve sus maletas y salga a la calle a tomar un taxi, así sea en otro país.

Ahora, esto para pocos es normal, por fuerza de la costumbre de presenciar, en todo momento, la ostentación de poder de algunos funcionarios públicos en ejercicio o no, luciendo su poderosa fortaleza ambulante de defensa personal.

Pues, no. Lo normal es que no haya ni escoltas ni autos blindados para nadie, porque nadie se siente amenazado en su integridad. Lo normal es, precisamente, el que un expresidente pueda viajar solo, sin temores, pero, también, sin el deseo de ser reconocido más por su esquema de seguridad que por él mismo.

Que por vivir como sus conciudadanos, sin afán de poder y sin el espíritu de intervenir en el gobierno de su sucesor, al expresidente Juan Manuel Santos lo haya agredido verbalmente y a traición y lo haya tratado de manera infame una mujer que iba en un vuelo comercial, no niega que viajar sin problemas es la normalidad en una sociedad moderna.

Pero la colombiana es una sociedad que, cada día que pasa, retrocede hacia las cavernas de manera acelerada. Es este un país donde, lamentable, la condición humana se evidencia en actitudes como los de esa mujer que, además de grabarse con su teléfono mientras insultaba a Santos, difundió su triste hazaña por las redes sociales en busca del reconocimiento general.

Por fortuna, encontró el rechazo generalizado. Por fortuna, porque todavía se perciben resquicios de decencia y de defensa de la integridad de los demás, y eso es alentador, muy positivo. Aunque a esa mujer le duela, Santos es un expresidente, algo que, sin dudarlo un instante, ella jamás será.

Santos se agrandó con el incidente. Ni siquiera miró a la agresora. Demostró que está más allá del odio y la venganza en que se estancaron otros, un pozo del que no saldrán ya nunca.

La ofensa no fue tanto para Santos, sino para la figura de un expresidente de la república. Por eso es tan extraño que el Gobierno haya guardado silencio ante un incidente repudiable desde donde se le mire. Tal vez nadie en la presidencia se haya dado cuenta aún de que lo que ocurrió con Santos podría ocurrir con Duque cuando se vaya, cuando no tenga a nadie a su lado, cuando quede expuesto a todo lo que se considera la condición humana, lo bueno y lo malo. Porque él también será un expresidente.

Está bien que Duque haya prometido—aunque no lo haya cumplido—, que en su gobierno no usaría el espejo retrovisor. Pero tampoco como para pasar, como hasta ahora, agachado ante un hecho como el de Santos.

¿Actuaría lo mismo si el ofendido fuera otro expresidente?

Domingo, 7 de Octubre de 2018
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