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Editorial
La decencia
Algunos rectores universitarios que, error tras error, en vez de hacer camino dejan un rastro de ineptitud.
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Jueves, 27 de Octubre de 2016

Se le llama decencia, a esa dignidad que demuestra una persona al actuar conforme a la calidad del cargo que desempeña, por ejemplo.

Es esa manera de ser muy particular que se exige de la mujer del Cesar, de quien se dice que no solamente debe serlo sino parecerlo.

Y es dignidad, sindéresis, decencia, precisamente, lo que poco se encuentra en algunas altas posiciones de la burocracia colombiana.

Para algunos, su único objetivo en un cargo importante es buscar y lograr, así sea torciéndole el cuello a la norma, eternizarse allí y administrar a voluntad el pequeño reino que hacen de la institución y los recursos que confiados en tiempos de aparentes honradez y decoro.

Aparentes, porque si fueran reales, no se perderían: una persona decente no deja de serlo jamás, aunque todas las circunstancias cambien.

Porque ser decentes ya no es tan común como antes, al menos en el servicio público; es fácil encontrar situaciones aberrantes generadas por funcionarios que consideran suyos desde el cargo que ocupan hasta los bienes del Estado.

Es el caso de algunos rectores universitarios que, error tras error, en vez de hacer camino dejan un rastro de ineptitud, ineficiencia y dudas. Especialmente, de muchas dudas…

Por la razón que sea, que casi siempre tiene que ver con la satisfacción de las clientelas políticas antes que con los méritos reales de los candidatos, designar al rector de la mayoría de las universidades públicas se ha convertido en una lucha titánica entre partidos y líderes políticos que piensan en el presupuesto y en los cargos, no en el servicio que se debe prestar a la sociedad.

Luego de aceptar, el escogido explica en detalle que su período al frente del establecimiento educativo será para cumplir con una propuesta que elaboró sobre tres ejes: “excelencia, calidad e investigación, el primero; fortalecimiento financiero, el segundo, y articulación regional, nacional e internacional de la universidad que tanto necesitamos, el otro”.

Que luego de cuatro años la institución sea un remedo, es otro asunto, que no le quitará el sueño tanto como el afán de que lo ratifiquen.

No importa que en cuatro años la universidad que le confiaron haya pasado de tener un superávit de 17 mil millones de pesos a enfrentar deudas por 20 mil millones. Tampoco le importa que de cuatro programas con acreditación de alta calidad que recibió haya perdido uno, ni que le hayan negado la acreditación a otros tres y otro más esté en veremos.

A ese rector tampoco lo trasnochan acusaciones como la de que les prometió beneficios a los estudiantes que, el año pasado, votaran por un pariente aspirante a una alcaldía vecina. Tal vez tampoco le parezca criticable el hecho de que antes que honradez, pulcritud, integridad, ética, a los estudiantes se les estimule para que hagan trampa.

Total, quizás esa situación esté influenciada por la cultura de la ilegalidad que se instauró en algunas zonas del país y que se busca desterrar.

En ello están empeñadas algunas personas que no han perdido la decencia y que saben que para su universidad deben buscar un rector que además de serlo, lo parezca. Que sea decente.

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