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La deserción de los lápices

Al quedarse por fuera del sistema educativo esa cantidad de alumnos que también equivale- más o menos- a la jornada de la mañana y de la tarde en dos megacolegios, podemos decir sin temor a equivocarnos que cayeron en situación de vulnerabilidad.

5.084 no es para apostar el chance ni para jugar la lotería. Es el número de niños y jóvenes que en Cúcuta estudiaban en colegios privados, pero que este año no volvieron a clases porque tampoco aparecen matriculados en los planteles oficiales.

Para tener una idea de la dimensión física del caso denunciado por la asociación que agrupa a las instituciones educativas privadas, imaginémonos dos veces el aforo de personas sentadas en el coliseo Toto Hernández, nuestro templo cucuteño del basquetbol. O lo que es peor, la deserción escolar provocada por los problemas económicos que arrastró la pandemia dejó vacíos cerca de 150 salones de clase en la ciudad, situación que esconde dramas de diversa índole, todos de inmensa gravedad.

Al quedarse por fuera del sistema educativo esa cantidad de alumnos que también equivale- más o menos- a la jornada de la mañana y de la tarde en dos megacolegios, podemos decir sin temor a equivocarnos que cayeron en situación de vulnerabilidad.

En este momento, para ellos  el derecho constitucional a la educación es solamente una referencia en la Carta Magna, pero en cambio sí tienen la amenaza latente de la marginación y la exclusión social, que en la realidad equivalen a la pobreza extrema, la informalidad y a los peligros de caer en las garras de la criminalidad.

La Alcaldía de Cúcuta y la Gobernación de Norte de Santander deberían formar un grupo especial de las secretarías de educación para que se reúnan con los representantes de los colegios privados, el mismo ministerio y otras organizaciones para tratar de salvar a esos jóvenes y niños estudiantes que no pudieron regresar a las aulas.

“Nosotros sabemos dónde está cada uno de esos estudiantes que no ha regresado porque lamentablemente sus familias se quedaron sin empleo y no tienen recursos para que sus hijos estudien”. Eso que dijo Ángel Suárez, presidente de la Asociación de Instituciones Educativas Privadas de Norte de Santander, debe ser escuchado, atendido y solucionado.

El otro dilema que está detrás de esa deserción, es que pudiéramos estar hablando de 5.084 núcleos  familiares o un promedio de 20.336 personas que ahora estarían en condición de pobreza al haber perdido sus ingresos en medio de la crisis sanitaria y sus consecuencias de toda índole.

En un reciente informe del  Ministerio de Educación Nacional se estableció que 102.880 estudiantes se retiraron de los  procesos educativos el año pasado, teniendo en cuenta el registro de matrícula Simat, lo que equivale a un 1,1 % del total de estudiantes en Colombia.

Organizaciones como la CAF han hecho la advertencia de que la virtualidad escolar se está volviendo un motivador para desertar, mientras que la Unesco sentenció que en el mundo unos 23,8 millones de alumnos de primaria y bachillerato no seguirían estudiando, de los cuales 3,1 millones estarían en América Latina.

Y como el problema de desertar del colegio o la escuela no es un juego de niños, hasta el mismo Banco Mundial le ha hecho seguimiento  estimando una pérdida de 10 billones de dólares en ingresos a nivel global debido al decrecimiento del nivel educativo y al riesgo de que los niños queden fuera del sistema.

Por eso, la deserción de los lápices no debe dejarse para un título de película, sino enfrentarla con la contundencia debida y construir un sistema educativo más equitativo, eficaz y resiliente que les garantice a los niños aprender con alegría, con rigor y con un objetivo determinado dentro y fuera del aula, como lo plantean los expertos.

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Domingo, 14 de Marzo de 2021
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