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Editorial
La guerra y los niños
Dicen por ahí que quien no conoce la historia está condenado a repetirla y por eso es indispensable conocer lo que ocurrió y así no permitir una conflictividad armada sin fin.
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Miércoles, 5 de Octubre de 2022

No hemos cambiado nada. En la Primera Guerra Mundial, todos los ejércitos enrolaron niños soldados a sus filas. En la Segunda Guerra Mundial, junto con los adultos mayores, los niños tuvieron la tasa más baja de supervivencia en los campos de concentración y exterminio.

La humanidad sigue siendo igual en medio del fragor de los campos mimados, las balas y las bombas. No hay Unicef que valga ni Derecho Internacional Humanitario que sea al menos acatado, porque nunca ha sido respetado.

Estas consideraciones sobrevuelan al leer el impacto generado por el conflicto armado en Colombia sobre los niños, el cual tiene un capítulo especial en el Informe Final elaborado por la Comisión de la Verdad.

Ahí aparecen frías estadísticas de los horrores de esa guerra que ha tenido atrapada a nuestros niños y que tal vez alguien dentro de medio siglo vuelva a exponer a manera de contexto: a 64.084 menores los asesinaron. A otros 28.193 los desaparecieron. A 16.238 los reclutaron los grupos armados, más de tres millones fueron desplazados y a 6.496 los secuestraron.

Esto es un cuadro dantesco no propiamente hecho con plastilina o crayones, porque tristemente los actores armados han usado a los menores de edad, violando sus derechos y las normas, para convertirlos en combatientes.

Si reflexionamos veremos que cientos de profesionales se perdieron. Que muchos artesanos y músicos y bailarines no lo fueron. Que potenciales agricultores o sacerdotes no pudieron ser, porque el conflicto en la niñez rompió sus sueños.

Estos documentos no son para dejarlos por ahí olvidados sino para extraer de ellos cientos de conclusiones, como por ejemplo, las implicaciones económicas, sociales y políticas por la muerte y desaparición de esa cantidad de niños, niñas y adolescentes, que de lógica debe de ser mayor y que el subregistro no permite precisar.

Pero también los colombianos están llamados a hacer una reflexión informada, utilizando el Informe Final de la Comisión de la Verdad, para caer en cuenta que las fosas abiertas y la sangre derramada no han dejado nada bueno y que no se le debe temer a buscar la paz completa –que probablemente nunca se consiga realmente completa- sino imperfecta, porque la guerra abierta y perfecta ha probado que no es el camino.

La Opinión, en cumplimiento de su función  social de acercar a la gente a los hechos para que cuente con bases para sacar sus conclusiones,  elaboró un trabajo multimedia para desplegar este aparte relacionado con el devastador impacto del conflicto entre la niñez. No fue un mal menor se llama el  especial.

El documento es para que les sirva de insumo a los nortesantandereanos para leerlo y analizarlo en el hogar, en el colegio, en la iglesia, en el cuartel, en la cárcel, en las corporaciones públicas y en el estamento gubernamental, con el fin de entender la gravedad de este baño de sangre.

Dicen por ahí que quien no conoce la historia está condenado a repetirla y por eso es indispensable conocer lo que ocurrió y así no permitir una conflictividad armada sin fin, tal como viene sucediendo hace varias décadas en nuestro país.

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