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Editorial
La historia ajena
Colombia está en una absurda situación de tener que elegir no al mejor, sino al menos comprometido.
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Martes, 19 de Septiembre de 2017

Hace unos 25 años, en Venezuela se vivía la misma situación de hoy en Colombia: la opinión pública estaba decepcionada de su clase política, corrompida por todos los costados y con un presidente destituido, y sin ninguna esperanza de cambio.

En la presidencia se repetían nombras —Carlos Andrés Pérez, Rafael Caldera— y el desprestigio revestía a todas las instituciones, mientras el país hacía esfuerzos, no muchos, la verdad, para dejar atrás las consecuencias del Caracazo y su matanza por el alza de la gasolina, y todo el montaje del juicio y destitución de Pérez, por corrupción.

Ese frustrado golpe, en el que Chávez fracasó rotundamente en la primera y única acción militar de su vida, dividió, sin embargo, a los venezolanos en dos partes totalmente irreconciliables, y devaluó a cero a los grandes partidos tradicionales, en especial a Acción Democrática (AD) y Copei, al Congreso, en fin, a la institucionalidad.

En síntesis —con excepciones de detalles y de la economía en barrena por razón de la caída del Banco Latino—, Colombia vive hoy una situación muy parecida, en realidad, bastante parecida a la del vecino país. Con más expectativas, pero con menos esperanzas…

En ese marco, surgió de pronto una razón para que la sociedad se cohesionara: por decisión del presidente Caldera (Copei), en febrero de 1994 salió de la cárcel de Yare Hugo Chávez, dos años después de llegar a ella con el intento de golpe a cuestas, con un discurso que conquistó el escepticismo de todos.

Y entre todos llevaron al fracasado golpista al poder.

Las consecuencias de ese hecho, surgido de la necesidad de castigar a las viejas castas, tan enquistadas en el poder como aquí, y de llevar a la presidencia a gente que jamás hubiera llegado de otra manera, son de sobra conocidas. Ajustar una parte de todo lo descompuesto durante estos 17 años en Venezuela le llevará a un nuevo gobierno un tiempo similar.

Porque no será fácil superar la radical división entre los chavistas, que todavía son muchos, y los opositores de todos los orígenes y de todas las pelambres. Y esto, en el caso en que la transición sea pacífica y de que la situación no desemboque en una guerra civil…

Pues esta historia ajena se está repitiendo, parcial, pero realmente, en Colombia, sin un Chávez que la aproveche, pero es ahí, precisamente, donde son mayores las incógnitas, pues lo que en el fondo quieren los ciudadanos, como es enfrentar y derrotar la corrupción, no parece viable, a juzgar por los políticos que respaldan a los precandidatos presidenciales con más opción que los demás.

¿Qué se puede esperar de organizaciones políticas a cuyos cuadros políticos conoce el país más por apodos que por nombres, al punto de que algunos grupos parecen más unas pandillas de criminales en las que figuran Ñoños, Porcinos, Turcos, Popeyes…

Quizás parezca aburrido insistir, pero el momento invita a reflexionar en torno de qué hacer para salirle al paso a la situación sin poner en riesgo el futuro. Lamentablemente, por ahora, Colombia está en una absurda situación de tener que elegir no al mejor, sino al menos comprometido, al menos corrupto, al menos malo… Y esto es también muy difícil.

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