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Editorial
La paz
Ojalá la ONU, continuando en esa misma dirección, extienda hasta 2022 la misión de observación, como lo solicitó el presidente Duque.
Jueves, 9 de Enero de 2020

Gratificante ver que Naciones Unidas mantiene a Colombia como inspiración para el mundo desde la firma del acuerdo de paz con las Farc y que esa organización global le siga apostando al éxito del mismo, contrario a lo que muchos en nuestro país hacen, piensan y opinan, al ser más bien pregoneros de la eternización del conflicto armado interno.

Que desde la órbita internacional se señale a 2020 como “un buen año para la implementación de los acuerdos de paz” constituye un mensaje muy fuerte y certero para la continuación de este proceso que, sin duda alguna, ha cambiado para bien muchas situaciones en el país, en especial en aquellas zonas convulsas, como el Catatumbo.

Ojalá la ONU, continuando en esa misma dirección, extienda hasta 2022 la misión de observación en nuestro país, como lo solicitó el presidente Iván Duque, para que según él, haga parte de esa valoración de una implementación de una política de paz con legalidad.

Aunque evidentemente en este asunto hay tanto luces como sombras, Naciones Unidas tiene una gran preocupación porque se garantice la seguridad de los excombanientes, de los líderes sociales y los defensores de derechos humanos.

Precisamente son ellos sobre en los que en la actualidad se cierne una oleada de asesinatos en el país, que según el Gobierno Nacional no obedece a una sistematicidad, pero desde organismos como la Procuraduría General de la Nación se han hecho llamados a las autoridades a detener “el sistemático asesinato” de líderes sociales.

Son fundamentales las garantías del Estado para quienes decidieron dar el paso de dejar las armas para reincorporarse a la sociedad, utilizando la palabra y el desarrollo de proyectos con miras a ayudar a consolidar un mejor país para todos.

Lógicamente que a los antiguos miembros de la guerrilla de las Farc que se desmovilizaron, también les compete cumplirle claramente  a la sociedad en cada uno de los puntos consignados en el documento que  permitió sellar la paz, colaborando adecuadamente con la JEP en el esclarecimiento de muchos hechos relacionados con secuestros, desapariciones forzadas, reclutamiento de menores, despojo de tierras, desplazamiento, el narcotráfico  y otros hechos atinentes al conflicto.

Se  ha  vuelto lugar común que es mejor una paz imperfecta que una guerra perfecta, y en eso  los  colombianos tenemos suficiente experiencia con miles de páginas escritas a lo largo de décadas sangrientas plagadas de hechos que nadie quiere repetir y que, en últimas, dejaron tristes y profundas huellas de una guerra entre  hermanos. 

Colombia debe cuidar la paz como un preciado tesoro y desde las diferencias –que son obvias en sociedades como la nuestra- vigorizarlo, profundizarlo y procurar replicarlo para que finalmente esos sonidos guerreristas queden encerrados para siempre en un pasado, que se debe tener muy presente y bien estudiado, para no repetirlo.

Pero, claro, la quimera tiene que contar con acciones en lo social, en lo político y en lo económico para cerrar las brechas, procurar el cumplimiento del Estado Social de Derecho como lo ordena la Constitución y consolidar el tejido social, mediante la garantía de que pensar diferente ya no es una ‘condena a muerte’ por parte de organizaciones oscuras que persisten en dispararle a  la paz.

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