
Diciembre con su carga de gastos, consumismo, fiestas, pólvora, novenas y derroche ha llegado con un recibimiento que en otros tiempos no era tan notorio, como fue en esta ocasión con una inmensa carga de fuegos pirotécnicos, en varias regiones del país, como Cúcuta y Villa del Rosario, por ejemplo.
Diciembre debe dejar de ser sinónimo de quemados y tragedias ocasionadas por el uso desbordado de pólvora, porque aparte de ‘perder la plata’ deja hechos lamentables como el de un mes con 61 personas lesionadas en Norte de Santander, según cifras del Instituto Nacional de Salud, correspondientes a 2021, de los cuales una gran parte son menores de edad. Eso no puede repetirse ni tenerse como fría estadística de este ardiente problema.
Al ser un tiempo en el que muchos hacen compromisos, no se entiende la razón para que en la sociedad persista ese laxo comportamiento frente a las prohibiciones emitidas por las autoridades sobre el uso de este tipo de artefactos que dejaron 1.052 quemados en Colombia.
Los decretos relacionados con ese asunto se convierten en reyes de burla, porque uno de los cuadros navideños comunes lo conforma el ofrecimiento de la pirotecnia en lugares públicos a la vista de todos. Se necesita que la Policía y las alcaldías hagan más en el propósito de proteger a los niños que son los más afectados.
Pero además, es indudable la urgencia de que en esta ocasión los controles no solo sean exhaustivos sino efectivos, porque se debe tener presente que 1.052 quemados de 2021 es el número más grande de lesionados con pólvora en los últimos cuatro años en el país.
Se requiere que parte de la institucionalidad, encabezada por el Bienestar Familiar esté en primera línea para el desarrollo de la ruta de atención de los niños, niñas y adolescentes que resulten heridos por el uso de ese tipo de artefactos y proceder a instaurar las denuncias penales contra los padres de familia y cuidadores.
Incluso, así los menores no se quemen, se deberían recibir denuncias documentadas con fotos o videos comprobables enviados al ICBF, por ejemplo, para adelantar una acción preventiva y de imposición de sanciones a los adultos que permitan que los pequeños utilicen esa clase de elementos pirotécnicos como parte de las celebraciones navideñas.
Eso no es un juego sino una ronda en la que la muerte está presente, porque muchas veces los pequeños sucumben, mientras otros quedan marcados de por vida al sufrir amputaciones y heridas que les dejan esa huella.
Luego sigue siendo una cruzada en la que se debe persistir, insistir y no desistir, porque en una de las famosas y desbordadas alboradas polvoreras en estos días, en Antioquia, según lo dicho por el Ministerio de Salud, un bebé resultó quemado y otras seis personas salieron heridas.
Desde una óptica pesimista cualquiera diría que se trata de un mal presagio sobre el comportamiento que se registraría en ese frente del comportamiento ciudadano que por sus antecedentes históricos arroja señales de una nula mejoría.
Por ese motivo es necesario que la autoridad se haga sentir aplicando con rigor las normas para que los productores, vendedores y compradores de estos elementos prohibidos entiendan que están violentando las leyes y que por eso serán sancionados, puesto que la vida y la integridad humana están de por medio.
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