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La silla de enfrente

Hoy, nadie sensato puede confiar en los jueces ni en la Justicia. Y eso es muy malo.

Que la Justicia colombiana pase al banquillo, a través de sus más altos dignatarios, es muy malo y es muy bueno.

Desde luego, la Justicia no delinque; los magistrados, sí, y son ellos quienes tienen que cambiar de silla: dejar la poltrona del juzgador y sentarse en la de enfrente, en la de los acusados. En el banquillo, como se le dice a esa butaca deshonrosa, desprestigiada, afrentosa y vil, donde muchas veces los inocentes confirman que, porque sí, pagarán lo que no deben.

Es, desde luego, muy malo que los magistrados de las altas cortes se conviertan, por razón de sus actos como administradores de Justicia, en reos. Significa que toman el lugar de los criminales, porque lo que hicieron o dejaron de hacer cruza el límite de la ley penal.

Más claramente: es terrible que los jueces se hayan convertido en delincuentes, o al menos en sospechosos de serlo; es esa una de las peores situaciones para una sociedad que lo ha enfrentado todo, hasta una guerra salvaje de 60 años, para salir adelante.

Que un expresidente de la Corte Suprema de Justicia, para el caso Francisco Ricaurte, haya sido apresado como cualquier asaltante cuchillero barriobajero, es, para Colombia, un aterrizaje de barriga en el fango putrefacto de la alcantarilla más profunda. Más allá no se puede llegar… Una página similar no es posible encontrar en nuestra disparatada historia…

Y, dolorosamente, sucedió. O, mejor, volvió a suceder, porque hay otros magistrados acusados de soborno, no de recibirlos, sino mucho más grave, de exigirlos, para fallar en un sentido favorable a los acusados, o, como es costumbre vieja, poner los procesos a dormir en las gavetas de sus escritorios.

Hoy, nadie sensato puede confiar en los jueces ni en la Justicia. Y eso es muy malo.

El episodio es, por otra parte, muy bueno, porque demuestra que, tarde o temprano, quienes, soberbios y orgullosos, se consideran por encima de la ley y de todos los demás mortales, reciben la cuenta de cobro por sus desatinos.

Así, los jueces, que por corruptos han favorecido a unos, siempre perjudicando a los demás, sabrán lo que es sentarse al frente de alguien que lo señale con el dedo y lo acuse de delincuente. Es bueno, porque si el magistrado es inocente, sabrá de lo que han sentido y lo que sienten quienes han sido condenados contra toda evidencia.

Hoy, algunos magistrados, están comiendo de su propio cocido. Eso es muy bueno, porque se comprueba que, pese al escepticismo, no hay nadie intocable. Nadie.

También lo es, porque se darán cuenta de lo que significa no tener piedad con algún ser humano que, en caso de necesidad, tuvo que violar alguna norma, y sin embargo, ha sido expuesto al escarnio público como si fuera el peor de los criminales. Sí, eso es muy bueno.

Es triste que para humanizar la Justicia, que para lograr jueces no buenos ni malos, sino justos, tenga una sociedad que enfrentar situaciones como esta de magistrados que son una vergüenza para el país, corruptos como los que más. Solo les falta el apodo.

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Jueves, 21 de Septiembre de 2017
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