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La vista gorda

Ninguna autoridad actuó al ocurrir el primer tiroteo en La Parada. Tampoco en el segundo, ni en el tercero. 

Hacerse los de la vista gorda —o hacer la vista gorda, como dicen en el resto del mundo— es una conducta que termina por generar problemas que se vuelven insolubles, pero que pudieron evitarse si se hubiera actuado al aparecer la causa.

Ninguna autoridad actuó al ocurrir el primer tiroteo en La Parada. Tampoco en el segundo, ni en el tercero ni en los siguientes, supuestamente por razones que tenían que ver con razones de alta política, todavía desconocidas.
Cuando la presión social obligó al gobierno a actuar, ya no pudo. El sector, que por un tiempo fue tierra de nadie, era entonces, y lo es hoy, espacio privado de las mafias que, por estrategia, silenciaron sus AR-15 y sus AK-47, para no espantar a la gente, razón de sus negocios ilegales en los dos lados de la raya fronteriza.

Por las mismas razones de alta política, que al parecer a la mayoría de los mortales no nos es dado entender, se permitió la primera entrada masiva y caótica de venezolanos. Y Cúcuta se fue llenando así de indigentes y pordioseros, y de gente buscando comida y dormida y salud, sin que lo que hasta entonces era el soberano Estado colombiano supiera quien era cada quien. Nadie se opuso.

Ahora que la soberanía se perdió, porque por ejemplo en La Parada todo es más Venezuela que Colombia, incluidas las mafias, está demostrado que todas las medidas de control, que además se idearon a las carreras, han resultado inocuas…

Hace largos meses se advirtió de la llegada masiva de alimentos perecederos —la carne es historia vieja— que desde Venezuela estaba inundando las calles, pero nadie hizo nada. Hoy, los productos venezolanos, y sus dueños, se han adueñado de zonas claves para su comercio.

¿Dónde están el Ica, la Dian, la Polfa, para evitar que los productos vegetales ingresen al territorio sin controles, como ocurre en cualquier país incipientemente decente y organizado? No aparecen. Por eso, nadie sabe si esos productos son aptos para el consumo o son una amenaza para la salud de todos.

Erradicar esos mercados será una tarea complicada, a pesar de que en este caso no existen razones de alta política para mirar hacia otro lado. Y si las hay, esta vez nadie las ha esgrimido como argumento de tolerancia estúpida.

Igual ocurrió con los yukpa, pueblo aborigen de la Sierra de Perijá, familia venezolana de los yuko-yukpa de Becerril (Cesar).

Hace un año, los yukpa empezaron a llegar. Se establecieron los primeros en cercanías de la Terminal de Transportes. Allí vivían, y nadie se opuso. Poco a poco, otros fueron llegando. Su cacique decidió que podían establecerse en el basural bajo el puente internacional Francisco de Paula Santander. Y nadie se opuso.

Eran decenas y decenas —solo niños eran más de 350—, que terminaron por constituirse en un peligro permanente para la zona de El Escobal: amenazaban con cuchillos a los transeúntes, los apedreaban, y se hicieron cómplices de pandillas de contrabandistas. Y nadie se opuso. La vista gorda era el mandato.

Hasta que un tiroteo entre criminales de ambos lados de la frontera, puso en fuga a los indios, que se fueron a su país. Y tampoco nadie se ocupó de la balacera.

Ayer ocurrió otro tiroteo, y entre los protagonistas estaban miembros de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) de Venezuela, que cruzaron a territorio de este país y comenzaron la que podría ser otra invasión.

A ver si esta vez alguien dice y hace algo, cualquier cosa.

 

Sábado, 19 de Mayo de 2018
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