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Editorial
Los escolares venezolanos
Es una parte muy delicada de la diáspora venezolana.
Lunes, 15 de Abril de 2019

Hace unas décadas, más Pamplona y Ocaña que Cúcuta, eran ciudades que atraían a sus colegios, como imanes, a estudiantes de bachillerato de las familias ricas de Venezuela. Las aulas nortesantandereanas alojaron incluso a expresidentes del vecino país. La calidad de los estudios era el factor que traía, y quienes venían eran pocos.

Hoy, las escuelas oficiales de Norte de Santander, tanto de educación básica elemental como de educación media, alojan a 18.962 estudiantes venezolanos, cifra que parece una exageración, pero que, posiblemente, se quede algo corta, pues cada día llegan más y más niños en busca de cupos escolares.

Es una parte muy delicada de la diáspora venezolana, pues se trata de seres indefensos que buscan que alguien les entregue herramientas de vida, en momentos de su corta historia en los que, en cualquier momento, pueden quedar desprotegidos y abandonados. La mitad de ellos está en Cúcuta.

Esta realidad, apabullante, onerosa, reveladora de todas las carencias, señala la necesidad imperiosa de encontrarle soluciones, porque el hecho de tener aulas y atenderlos en ellas no significa nada más que eso. Se necesita que esos niños jamás pierdan su identidad cultural, que conozcan su historia, para no repetirla, y que se les permita educarse a su manera.

La mejor manera de atenderlos pasaría, así, por aplicar sus programas, con maestros venezolanos, que debe haber muchos en esta región esperando emplearse en cualquier cosa que les permita ganar unos pesos.

El departamento podría pedirle ayuda a la Cancillería, para formular un plan que permita que estos niños aprendan de sus maestros lo que tienen que saber de su historia y su cultura, mientras conviven con los niños colombianos.

Porque, por ahora, muchos de estos niños, dicen algunos papás, no encajan en el sistema colombiano y sufren mayores atrasos de los que ya traen, por razón de que métodos, conocimientos y formas de enseñar son diferentes de los de aquí.

Un plan así sería una buena manera de ayudar a suavizar la desocupación de mano de obra calificada que hay en la frontera, por la llegada de profesionales y técnicos que no encuentran acomodo. Además, evitaría la ansiedad que genera en los niños el hecho de estar en tierra extraña, escuchando a maestros que no son los suyos, y jugando con niños con los que quizás no se entiendan.

Si se analiza que de los 18.962 solo 22 tienen visa para estar en Colombia, se puede establecer la realidad de inseguridad jurídica en la que se desenvuelve la vida de los niños y sus familias, para los que todo es tan provisional que así como hoy están en una escuela, mañana, por razón de las circunstancias, pueden estar en otra… o fuera del sistema escolar.

Hay que tener en cuenta que en caso de que haya un cambio en la presidencia de Venezuela, no necesariamente las cosas comenzarán a marchar bien el mismo día, sino que pasarán años antes de hablarse de normalidad.

Y los niños venezolanos no pueden pagar todas las consecuencias de la irracionalidad política de unos y otros. Hay que mantenerlos al margen del odio partidista, y el mejor lugar para ello es la escuela. Y si la escuela es como la suya, mucho mejor.

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