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Editorial
Los otros males
Los 4.800 kilómetros cuadrados del Catatumbo también son muy apetecidos por otras organizaciones ilegales, las que comercian con fauna.
Domingo, 13 de Mayo de 2018

De la inmensidad del Catatumbo siguen aflorando situaciones que prueban el aprovechamiento de su estratégica ubicación geográfica por parte de toda clase de mafias. En esta oportunidad no se trata de las organizaciones dedicadas a la producción y la comercialización de cocaína, sino de aquellas que trafican con armas y con la fauna, y que al igual que la primera, se cubren de multimillonarias ganancias.

Pero en medio de la ratificación de que muchos imperios del mal se asientan, resulta muy importante la evidencia material descubierta por las autoridades colombianas que al detener al llamado Señor de la Guerra, como se le conoce a un poderoso traficante de armas, detectaron que su negocio se nutría desde Venezuela.

Con el riguroso y milimétrico seguimiento que le hicieron los investigadores a Gelacio Herrera, antes de su detención, las autoridades deben contar con un amplio acerbo probatorio de que miembros de las Fuerzas Armadas del vecino país negocian, ilegalmente, el armamento asignado para la defensa de su patria. Esto constituye un asunto de extrema gravedad, que exige la denuncia ante los organismos internacionales y una protesta ante el gobierno venezolano, que aunque dice ser amigo de la paz en Colombia, por su debilidad o laxitud en los controles a sus tropas, alimenta el conflicto interno allende sus fronteras.

El Señor de la Guerra constituye, entonces, una pieza clave para conocer más a profundidad el mercado clandestino de armas y municiones por el Catatumbo, el cual es un factor perturbador en instantes que se quiere aclimatar el posconflicto luego del acuerdo con las Farc y generador de más violencia al ser alimentador de organizaciones como el Eln, el Epl y las bandas criminales. Será abundante la información que Colombia podrá compartir, por ejemplo, con Estados Unidos, en donde Herrera también conseguía arsenales que introducía a Colombia por el Pacífico.

Y, por si fuera poco, los 4.800 kilómetros cuadrados del territorio catatumbero también son muy apetecidos por otras organizaciones ilegales, las que comercian con fauna. Se sabe de aves y otros animales silvestres que son enviados por los contrabandistas a Estados Unidos, India y Asia, acción que pone en riesgo los ecosistemas, pero que a los negociantes les deja jugosas ganancias a costa de su accionar como depredador inesperado. 

De acuerdo con las explicaciones de Corponor, ese tipo de maniobras ponen en peligro la protección de los bosques, el agua y el suelo, porque muchos de los animales que son sacados a la fuerza de su hábitat, son dispersores de semillas, controladores biológicos y mantienen la cadena alimenticia entre una especie y otra.

Para preservar esa biodiversidad, la autoridad ambiental en el departamento diseñó una estrategia de recuperación de la fauna que tiene al Catatumbo como punto principal. La misión comienza en el hogar de paso que funciona en El Zulia donde se reciben los animales que logran ser decomisados por la Policía, los abandonados y aquellos donados, que tiene como meta devolverlos a las zonas de donde fueron extraídos a la fuerza, con el propósito de restablecer el equilibrio. Y para tener una idea del impacto negativo de los contrabandistas contra la naturaleza, se calcula que, anualmente, en Norte de Santander los traficantes se llevan 5.000 animales para comercializarlos en otras partes del mundo.

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