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¿Más claro el agua?

Ni los árabes de los emiratos ni Minesa, su empresa, ni nadie, es garantía de que Santurbán seguirá siendo la fuente hídrica que es.

El Rey Midas no existe. Ese personaje que convertía en oro todo lo que tocaba es solo una creación de la mitología griega.

Sin embargo, en Colombia se insiste en convencernos de que basta un gesto de asentimiento, para darle vida. En este caso no importa si es surafricano, árabe o incluso colombiano. De acuerdo con el discurso oficial, dentro de poco “se podría multiplicar por dos la producción de oro en Colombia”.

Para ello, sería suficiente que los ultramillonarios jeques árabes que hicieron de los siete países que integran los Emiratos Árabes su archilujosa finca de recreo invirtieran mil millones de dólares en un gran proyecto minero de oro en Santurbán.

Se trata del mismo páramo de Santurbán de siempre, del que le da agua a 1,8 millones de personas de Santander y Norte de Santander y que se constituye en una estrella fluvial de primer orden, por el que hay personas dispuestas a dar la vida, por defenderlo, unas; por destruirlo, otras.

Que haya quien diga que con la explotación minera se mantendrá el páramo íntegro dice la verdad que siempre dicen ante los proyectos mineros, una verdad que cae como piedra con el primer día de labores. Es decir, una falacia.

Ni los árabes de los emiratos ni Minesa, su empresa, ni nadie, es garantía de que Santurbán seguirá siendo la fuente hídrica que es, así hagan inversiones cuyas cifras causan vértigo (3 billones de pesos de hoy) y ofrezcan apoyo económico para el proceso de paz.

Una donación de 45 millones de dólares, dice el gobierno colombiano, “para financiar iniciativas destinadas a mejorar la situación” tras el fin de la guerra. Tal vez ese dinero sea producto de un gesto noble de los árabes, deseosos de que viva en paz el país del que se van a llevar el oro… y, en este caso sí, también el moro.

Al respecto, llama la atención el desprendimiento emiratí para con Colombia, cuando mantienen en una miseria desalmada a sus trabajadores extranjeros en la maloliente y destartalada ciudadela de Sonapur.

La verdad, inversiones, pero sobre todo regalos así, aunque sean para “algún proyecto en desarrollo relacionado con la infancia, la salud y la educación”, dejan muchas dudas. De eso tan bueno no dan tanto, decía alguien no tan tonto como lo creían.

Y no es desconfiar por desconfiar. Se trata de una reacción casi automática respaldada por la experiencia de conocer los enormes destrozos como los causados por las más poderosas firmas carboneras en  el norte del país.

Qué hará el gobierno con Santurbán y Minesa es algo que, desde ya, tiene a muchos colombianos en estado de alerta. No va a ser fácil ni para el gobierno y los árabes, ni para los ambientalistas y habitantes de la región, la batalla que se viene.

Pero quienes dependemos de Santurbán sabemos y no solo hay que darle, sino ganarla, aunque la veloz y desenfrenada locomotora de la minería intensiva se descarrile. Los mineros tienen cómo reparar sus daños.

Pero no hay manera de reparar los daños que dejan los proyectos mineros a los que se les ponen en la frente rótulos de imprescindibles motores de la economía, salvadores de la debacle financiera y otras linduras por el estilo.

Así que, mejor, tengan mucho cuidado con lo que hacen, porque no hay nada claro, a no ser el agua que enfrenta el peligro de no correr más.

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Martes, 14 de Noviembre de 2017
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