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Editorial
Muñecas de carne y hueso
La falta de educación impide, por ejemplo, que las jóvenes accedan a mecanismos preventivos.
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Miércoles, 18 de Octubre de 2017

Para algunas niñas latinoamericanas, su bebé es lo único que realmente es suyo, nada más, como lo descubrió en el inmenso tugurio caraqueño de Catia el ministro de Educación Enrique Pérez Olivares en 1994. Allí, niñas de 9 y 10 años, con sus enormes barrigas, esperaban ansiosas el día en que por fin tendrían algo de lo que nadie podría despojarlas.

Que no tuvieran cómo alimentarlos poco les importaba… Era 1994 y era en Caracas, en la Venezuela Saudita. Pero el fenómeno de las madres precoces era ya tan generalizado en toda América Latina como el de los irresponsables padres idos para siempre.

Eran —y son—, desde luego, embarazos no planificados, que para siempre marcaban a las niñas, cuya vida quedaba —y queda— limitada en todo tipo de opciones para siempre…

En Colombia, por fortuna, el fenómeno parece reducirse, de acuerdo con cifras del Estado de la Población Mundial ‘Mundos aparte: la salud y los derechos reproductivos en tiempos de desigualdad’, estudio recién revelado del Fondo de Población de la Organización de Naciones Unidas (Unfpa).

En el caso de las niñas entre 10 y 14 años, 6.315 de ellas dieron a luz en 2010, para subir a 6.593 en 2014 y luego descender, como otros indicativos, a 6.045 en 2015. Este es el segmento que recibe mayor impacto de los embarazos, pues, está dicho, las niñas a esa edad tienen un cuerpo no adecuado para esperar un bebé, y además no son conscientes de lo que significa ser madres. Aún creen que los recién nacidos son sus muñecas de carne y hueso.

También descienden las estadísticas de las madres adolescentes (niñas entre 15 y 19 años). En 2010, 147.307 de ellas dieron a luz; en 2014, 144.031, y en 2015, 135.979. Pero, de todas maneras, el fenómeno se mantiene en niveles altamente preocupantes, por varias razones, entre ellas, porque los embarazos siguen siendo no deseados.

Y, aunque es usual señalar la pobreza como causa del fenómeno, la realidad indica que hay factores como las dificultades para acceder a la educación, que inciden de manera definitiva en la manera como las jóvenes se enfrentan al mundo y a la maternidad, pues en muchas ocasiones el embarazo se interpreta como el único camino hacia la supervivencia.

La falta de educación impide, por ejemplo, que las jóvenes accedan a mecanismos preventivos, como los anticonceptivos, sobre los cuales hay desconocimiento indisculpable en el que, por donde se mire, se nota el desinterés de los gobiernos. ¿Dónde están, así, las campañas por tv, por ejemplo, para que la juventud colombiana aprenda a usar los recursos de la ciencia para evitar embarazos inoportunos, indeseados y traumáticos en todo sentido?

En este sentido, hay que admitir que pesa más el criterio de algunos líderes políticos retrógrados y desconocedores de la realidad, que el interés de miles de jóvenes a quienes un embarazo obliga a perder el tren del avance social y económico. Olvidan los gobernantes la ley natural de que los hijos reproducen, en un alto porcentaje, el modo de vida de sus padres: así, la hija de una adolescente estará, por mucho, casi que condenada a embarazarse en sus primeros años.

Y el ciclo se reproducirá…

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