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Editorial
Ni países en guerra
La catástrofe se debe a la acción de hombres en sus cómodos despachos de administradores del Estado.
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Lunes, 20 de Mayo de 2019

Literalmente, Zimbabue desapareció como Estado, en medio de la catástrofe económica más espantosa de toda África. Y ocurrió hace solo cinco años. La Unión Soviética, el segundo imperio más poderoso del mundo después de Estados Unidos, colapsó bajo el peso de su economía destruida. En los 90, Cuba vivió una crisis de verdad espantosa, por la destrucción de su economía.

Sin embargo, según expertos consultados por el diario The New York Times, la situación de Venezuela es peor que todas las anteriores, con el agravante de que es la peor crisis económica de un país que no está en guerra en 45 años.

Para el profesor de economía de la Universidad de Harvard y ex economista jefe del Fondo Monetario Internacional (Fmi) Kenneth Rogoff, “cuesta pensar en una tragedia humana de esta magnitud que no sea producto de una guerra civil… Este puede ser el ejemplo más sobresaliente de políticas desastrosas en décadas”.

Para encontrar niveles similares de devastación económica hay que remitirse a países devastados por la guerra, como Libia a principios de esta década o Líbano en los setenta. Pero Venezuela no ha sufrido guerra alguna. La catástrofe se debe a la acción de hombres en sus cómodos despachos de administradores del Estado.

Esos hombres son, según los analistas, Hugo Chávez, que puso en marcha una revolución marxista en la que, extrañamente, el trabajo fue dejado de lado, para dar paso al paternalismo y el espíritu benefactor de un Estado ultrarrico que, sin embargo, no supo cómo manejar el océano de petróleo en el que navega Venezuela.

Le siguió Nicolás Maduro, con su incapacidad absoluta para contener todo el desgaste de la revolución, las fallas del Estado, y la falta de dinero, además de que sus problemas para comprender la realidad se hicieron protuberantes.

Y el otro es Donald Trump, quien con los embargos de cuentas bancarias en algunos países ha acelerado la debacle, pues el gobierno de Maduro carece de dinero hasta para comprar comida para los venezolanos.

Desde luego, no se puede pasar por alto el enorme grado de corrupción de los círculos militares que rodean a Maduro, y que teóricamente disponen de una especie de patente de corso para incursionar en el delito económico y hacerse parte de él.

La destrucción del débil aparato productivo venezolano, resentido por la falta de estímulos para la actividad industrial, por ejemplo, prácticamente paralizó al país y lo condenó a ser menos que un parque de plantas oxidadas.

El diario resume en pocas palabras lo sucedido en muchos lugares fuera de Caracas: “Mientras la economía se desplomaba, grupos paramilitares tomaron el control de pueblos enteros, los servicios públicos colapsaron y el poder adquisitivo de la mayoría de los venezolanos se redujo a un par de kilos de harina al mes”. Y así es la situación hoy. En tanto que el poco dinero no alcanza para nada, miles y miles de personas abandonan el país, para no languidecer de necesidad y morir de hambre.

Cuando un país que prácticamente tenía la mejor economía de América del Sur, se ve obligado a que sus gentes busquen comida en los desperdicios, vendan la ropa y los muebles, coman una sola vez al día, es porque hay un desastre tan grande que es difícil de imaginar.

Pues bien, aunque sea difícil imaginarlo, así está Venezuela. Y estará peor.

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