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Niños sin fronteras

Crear un corredor exclusivo para los estudiantes puede ser el comienzo de la reconciliación entre dos pueblos que realmente son uno solo.

Es una consecuencia de la política cuando se convierte en una herramienta de confrontación: perjudicar a los demás, con énfasis en los débiles, en especial si son niños, y con mayor razón si esos niños son pobres.

Es lo que está pasando estos días con los cierres de frontera entre Colombia y Venezuela, que han adquirido características dramáticas a raíz del rompimiento de relaciones de toda índole determinado por el presidente Nicolás Maduro.

Decenas de miles de personas de ambos lados de la frontera se perjudican, a la par que los dos países, pero los niños, los enfermos y los trabajadores son quienes enfrentan las peores consecuencias de la política bilateral del desentendimiento.

De los tres grupos, los niños llevan la peor parte. Grosso modo, una cifra que se puede acercar a los 10.000, cruzaban la frontera todos los días, con garantías de relativa seguridad, para venir a escuelas de Colombia a comer y estudiar. Sí, en ese orden, porque, aunque parezca cruel categorizarlo de esa manera, de Venezuela los niños vienen a las escuelas más con hambre física que de conocimientos. Y es lógico.

Ahora, la mayoría de esos niños permanecen en su país, porque los riesgos a los que se enfrentan son muy serios. Los pocos que se arriesgan a venir, tienen que cruzar el río a su suerte, que parece buena, porque lo hacen por una zona de guerra entre pandillas y guerrilleros, como lo es toda la línea fronteriza binacional.

Que, hasta ahora, ninguno de esos niños valientes haya tenido contratiempos lamentables no significa que no los pueda tener, en una zona donde llevarse a los adultos y cobrar rescate por su libertad es pan comido, porque en ninguna de las dos riberas del río Táchira hay control de las autoridades. ¿Qué no le podría suceder a un niño solo, a las 5 de la mañana, en medio de un mar de desconocidos que, por razón de la oscuridad, buscan no pisar una piedra en falso y caer?

Es imperativo darle forma a una campaña tendiente a plantear, con energía y determinación, a las autoridades de los dos países, facilitar el paso de estos niños, en ambos sentidos, para que puedan venir a alimentar su cuerpo y su intelecto, y que se haga ya, sin dilaciones de ninguna clase. Ningún niño es culpable de nada, y menos cuando la política se salta los límites y, en vez de beneficiar al ciudadano, lo perjudica.

Crear un corredor exclusivo para los estudiantes puede ser el comienzo de la reconciliación entre dos pueblos que realmente son uno solo.

Desde luego, los enfermos y trabajadores necesitan, también, una vía mucho más expeditas que el sendero de piedra en el cauce del río, pero el caso es que, si el futuro es de los niños, entre todos lo estamos sepultando: unos por acción, y todos los demás, por falta de ella, por inercia, por pasividad… quizás por temor.

Pero, por lo que sea, hay que empezar a presionar a ambos lados de la línea divisoria, porque mientras a los niños venezolanos se les están negando derechos fundamentales, como alimentarse y estudiar, a los colombianos se les está diciendo que vale más cualquier razón política que el hambre y la ignorancia.

Y ese mensaje tiene que ser enterrado para siempre.

Lunes, 4 de Marzo de 2019
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