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Editorial
Otra vez en suspenso
Las dos potencias firmaron el Tratado de las Fuerzas Nucleares de Rango Intermedio (Inf).
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Sábado, 2 de Febrero de 2019

Aunque no fue total, como se esperaba, la tranquilidad duró un poco más de 30 años. Durante este tiempo, el mundo fue diferente del que surgió con todo lo relacionado con la amenaza nuclear surgida de la I Guerra Fría, entre dos mundos irreconciliables: el capitalista y el socialista.

Desde el viernes, quizás desde un poco antes, el mundo está en la II Guerra Fría, con los mismos dos principales protagonistas: Estados Unidos y Rusia, pero, esta vez, con un corrillo de amigos de los dos lados, igualmente poderosos: Europa, para el primero, y China, para el segundo, y otros más, a la expectativa.

Son los miembros del club atómico, de los países que realmente tienen poder para imponer condiciones que, de ordinario, se traducen en simplemente poner de rodillas al mundo. Así era cuando en la I Guerra Fría Estados Unidos y la Unión Soviética (Urss) se repartieron por mitades el planeta y se lanzaban amenazas por detalles que no les gustaban, y con artefactos cada vez más potentes y peligrosos.

En 1987, algo inesperado sucedió. Las dos potencias firmaron el Tratado de las Fuerzas Nucleares de Rango Intermedio (Inf), que prohibió el uso de misiles de corto y mediano alcance, con carga nuclear o no, en ambos países.

Ese tratado fue el que, el viernes, Donald Trump decidió suspender. Un día después, Vladimir Putin hizo lo mismo. Dos hombres se atribuyeron así la facultad de decidir el futuro de la humanidad, de todos los seres, un futuro cada vez más amenazado, cada vez más incierto.

Desde luego, el tratado se había hecho inocuo: nuevas armas, tan terribles o más que las nucleares, pero incluso estas mismas, transportadas en aviones de largo rango de vuelo, no en misiles, como reza el tratado, dejaron el acuerdo sin efecto desde hace largo rato.

Rusia se encargó de demostrarle a Estados Unidos que podía venir hasta su casa a lanzarle una bomba nuclear, sin los tradicionales cohetes. Lo hizo con los vuelos de bombarderos capaces de volar sin escala desde Moscú hasta Caracas…

El acuerdo, desde luego, no habla de aviones con carga atómica: en 1987 ni siquiera soñaban con la posibilidad de vuelos tan largos con bombas nucleares a bordo. Pero servía, de todos modos, para mantener tranquila a la humanidad.

Con misiles capaces de volar a cinco y seis veces la velocidad del sonido, los rusos les llevan a los estadounidenses alguna ventaja. En caso de que uno de esos artefactos fuera lanzado desde Rusia hacia Estados Unidos, en Washington apenas tendrían tiempo de enterarse.

Y satélites en órbita, diseñados para, por ejemplo, dejar a oscuras y sin poder telecomunicarse a un país, en un segundo, a los rusos no les dejarían oportunidad ni de marcar el teléfono para decir que estarían bajo ataque. Un ataque de esas características podría durar meses, sin disparar una sola bala.

Pero estas armas novedosas no le causan a la humanidad la inquietud que les genera el armamento nuclear. Por eso es que, desde el fin de semana, el mundo ha vuelto a contener la respiración, por razón de la suspensión de un acuerdo que, en realidad, era más de protocolo que de efectos prácticos.

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