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¿Para qué llegar a viejos?

En los países desarrollados, los viejos trabajan porque quieren, no porque tengan que hacerlo, como en Colombia.

Es una tragedia. Ni más ni menos. 

Un drama social del que Colombia nada o casi nada sabe, a pesar de que cada día es peor. 

Lo acaba de revelar la Asociación Colombiana de Administradoras de Fondos de Pensiones y Cesantías (Asofondos): 150.000 viejos de 80 años tienen que trabajar para poder comer algo, porque, por la razón que sea, no tienen una pensión que les permita cubrir sus últimos gastos.

En un país como este, donde las pensiones de expresidentes, excongresistas, exmagistrados y exaltos funcionarios de los organismos de control cuestan sumas inimaginables (en 2015 iba en unos 12 billones de pesos), es obsceno que viejos de 80 años tengan que dejar su hogar para ir al trabajo, a fin de no morir de hambre.

La situación empeora día a día, en la medida en que la expectativa de vida aumenta, lo que significa que la población colombiana envejece. 

Hoy, cerca de diez de cada cien colombianos tienen 65 años o más, lo que equivale a hablar de por lo menos 4,1 millones de personas. 

Significa que en 30 años, la cantidad de viejos se ha duplicado.

Esto es positivo para cualquier país, en especial si llegar a viejo significa la posibilidad de pasar los últimos días sin preocupaciones económicas tanto para el viejo como para sus parientes, porque hay una pensión suficiente que lo permite.

Pero en Colombia es una desgracia, casi para todos, es decir, incluso para los pensionados, pues cifras enormes de jubilados reciben apenas los 828 mil pesos —sin incluir los descuentos de ley— del salario mínimo como pensión de vejez, una suma que queda corta para cualquier cálculo.

Y no es que se pretenda que los viejos se limiten a esperar la muerte en casa; al contrario, se espera de ellos que estén siempre activos, ojalá recreándose, pero no obligados a trabajar, como única opción de vida, y menos, en actividades en las que, por sus limitaciones, ponen en peligro no solo su integridad física sino su vida.

Muchas de estas personas trabajan como vigilantes, porteros y celadores, actividades que, aunque no parezca, ofrecen riesgos que, si bien no son grandes, sí son permanentes, y en los cuales su responsabilidad está en juego constante.

En los países desarrollados, los viejos trabajan porque quieren, no porque tengan que hacerlo, como en Colombia, donde llegar a viejo es un gran infortunio.

Pero, desde luego, no es la calidad del trabajo, sino el tener que trabajar, lo que no está bien, lo que se debe corregir de inmediato, en línea con las promesas de campaña del presidente Iván Duque, de mejorar la situación de los pobres y los más desvalidos.

Los únicos alicientes para millones de viejos son los subsidios de Colombia Mayor y Beneficios Económicos Periódicos (Bep), que, además de no llegar a todos, lo que ofrecen son cifras bajas: 75.000 pesos mensuales, la mitad de lo que señala el límite de la pobreza extrema. 

No les ayudan ni siquiera a ser pobres extremos.

En esas circunstancias, solo la desesperanza y el pesimismo les quedan a todos los colombianos pobres, que se niegan a llegar a viejos, y con toda razón: en esas condiciones, ¿para qué?

En los países desarrollados, los viejos trabajan porque quieren, no porque tengan que hacerlo, como en Colombia, donde llegar a viejo es un gran infortunio.

Sábado, 19 de Enero de 2019
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