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Perverso mal

No habría necesidad de calificar al mal, pero es que el microtráfico que estamos padeciendo en Cúcuta, en verdad que se transformó en un perverso asunto.

No habría necesidad de calificar al mal, pero es que el microtráfico que estamos padeciendo en Cúcuta, en verdad que se transformó en un perverso asunto, en el cual las organizaciones dedicadas a ese negocio muestran su intención de aterrorizar y arrinconar a la ciudad y convertir en víctimas a la mayor cantidad de personas, como lamentablemente ha venido sucediendo.

Dos situaciones ocurridas con espacio de pocas horas, muestran el riesgoso cuadro al que hemos llegado por culpa del narcomenudeo y que, lógicamente, es la expansión de uno de los brazos del imperio del narcotráfico que  se instaló en el Catatumbo y en la frontera con Venezuela.

Lo que al principio se creía que era otra noche más de atentados con explosivos cometidos por la disidencia de la Farc o el Eln, resulta que se trató de un pasaje de la  guerra territorial entre microtraficantes, que finalmente acarreó pánico entre la ciudadanía.

En una actuación criminal y sin medir las consecuencias, fue lanzada una granada en un canal del barrio Sevilla, hecho que escenifica otro pasaje de la disputa entre las bandas conocidas como los Baloyes y los Bambam, ambas dedicadas al expendio de cocaína, heroína, basuco, marihuana y otras sustancias psicoactivas.

Frente a la ola de nerviosismo y temor ciudadano, los habitantes de Cúcuta por lo menos esperan que la Policía Metropolitana haya lanzado la orden de capturar a los miembros de esas organizaciones, acudiendo para ello a las acciones de inteligencia, el pago de recompensas y el rastreo de las zonas en donde se la pasan los expendedores que las integran, puesto que de lo contrario lo que se  podría estar cocinando es una posible tragedia si esto no se ataja a tiempo.

Está muy bien que se sepa quiénes fueron los autores, pero es de extrema urgencia que las autoridades policiales y judiciales vayan tras ellos porque aparte de estar destruyendo vidas con el vicio, ahora se han convertido en peligrosos detonantes para el orden público.

Y, de otra parte, la cruda realidad hizo un hilo conductor para recordarnos la parte macabra del bajo mundo de la venta al menudeo de sustancias ilícitas: los drogadictos que pululan convertidos en habitantes de calle.

Sí, ya sabemos que salen en la prensa las fotos de los expendedores del vicio. Sí, también conocemos que se tienen identificadas las ‘ollas’. Igualmente, los cucuteños saben que hay una especie de programa para intentar rescatar a quienes han caído en las drogas psicoactivas.

Sin embargo, los resultados de la operatividad y de la labor de recuperación no son los que la gente esperaría. Tal vez la Policía, la Fiscalía y la administración de justicia  tendrían que revisar las operaciones contra ese delito, entendiéndolo integrado a  la criminalidad que nos impacta desde la zona catatumbera y fronteriza.

Por ese motivo las operaciones deberían tener mayor coordinación con las unidades y operativos desplegados en las áreas desde donde por ejemplo se surten a los microtraficantes, cortándoles las rutas, identificando a quienes los abastecen y haciendo más acciones de inteligencia, que resultan siendo indispensables para desvertebrar esas organizaciones.

 Por su parte la Alcaldía con Bienestar Social, deberían incluir en el programa de recuperación y resocialización a las personas afectadas por la drogadicción, con el acompañamiento de la Procuraduría, Bienestar Familiar y la misma iglesia, con el propósito de  que permanezcan en el Centro de Atención Integral para Habitantes de Calle, hasta cuando alcancen su rehabilitación.

Lo único cierto es que es peor y deprimente dejarlos a su suerte en la vía y como carne de cañón de los microtraficantes.

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Domingo, 24 de Octubre de 2021
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