El repudiable ataque con un artesanal pero mortífero sistema de tatucos explosivos y luego la acción de rematar a balazos de fusil a los miembros de una patrulla de jóvenes militares que no ejecutaban acciones ofensivas sino de vigilancia de un tramo del oleoducto en El Carmen, refleja la sevicia de la guerrilla del Eln.

Aquí el Derecho Internacional Humanitario (DIH) puede decirse que recibió un impacto directo y puede ser objeto de denuncia contra esa guerrilla, que tendrá a su haber otro acto por el cual deberá responder ante la Corte Internacional de Justicia.

Dentro de esta especie de normas se imponen límites a la elección de medios y métodos de hacer la guerra, que   dentro del caso en referencia se advierte que raya con los protocolos existentes.

Primero, porque se persiste en la utilización de esos lanzadores improvisados de artefactos explosivos que pueden graves daños colaterales entre la población civil y entonces se enmarcan dentro de los armamentos prohibidos.

Está prohibido matar o herir a un adversario que haya depuesto las armas o que esté fuera de combate, que en lo sucedido en El Carmen, corresponde al segundo caso, puesto que según lo denunciado los guerrilleros después ingresaron disparando con fusiles a los uniformados que quedaron tendidos por el impacto de los explosivos que les arrojaron.

El otro punto que igualmente es notorio dentro de la degradación del conflicto armado, es que el Eln sigue empeñado en una acción demencial de guerra sin ninguna consideración, que este hecho en particular se refleja en que los solados atacados estaban en indefensión porque se encontraban durmiendo en el campamento y, los siete soldados asesinados estaban prestando el servicio militar obligatorio, con edades  entre los 19 y 23 años.

Todos esos factores hay que ponerlos en la balanza porque es necesario hablar y repensar que  el conflicto ni puede seguir destrozando al país y al  departamento, ni llenando los camposantos de jóvenes que ni siquiera han tenido la oportunidad de formarse profesionalmente y aspirar a llegar a construir un futuro mejor.

Con el de El Carmen, es bueno recordarlo, es la segunda vez en tiempos recientes, que el Ejército de Liberación Nacional vuelve a emboscar la paz, porque recordemos que en 2019 activó un carro bomba en la Escuela General Santander, matando a 22 cadetes en Bogotá, cerrando con eso cualquier posibilidad de diálogos con el pasada administración del expresidente Iván Duque.

El Eln ha sostenido fallidas  conversaciones de paz con cinco gobiernos. Ahora esta guerrilla, de inspiración guevarista, dialoga con emisarios del presidente Gustavo Petro desde noviembre para poner fin a su levantamiento armado de casi seis décadas.

Ahora la baraja de posibilidades se reduce o a  un cese de hostilidades inmediato y verificable o al rompimiento  para buscar lo que se ha planteado de una seguridad total que bien podría conducir a la paz total que pregona el Ejecutivo.

No está nada fácil la situación. La credibilidad ha quedado vuelta añicos porque el estallido de los tatucos se llevó,  lamentablemente, la vida de los jóvenes militares y de paso dejó moribunda la alternativa de dialogar para alcanzar la paz en Colombia. 

Habrá que buscarse una iniciativa que devuelva la esperanza de los colombianos con ayuda de la comunidad internacional, bien sea, y así nos duela hay que decirlo, para garantizar que los frentes de esta guerrilla cumplan la tregua que se debería pactar desde ya, respetando realmente a la población civil, o apoyando al Estado en la aplicación de todo el peso de las armas y de la ley contra quienes quieren persistir en mantenerse en el negocio del narcotráfico, en el ataque a la infraestructura petrolera y en el desafío armado a las instituciones.

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