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¿Qué ocurre?

Como si la democracia fuera un lago que se estuviera decantando por el fondo enfangado.

Cuando ocurren episodios difíciles de explicar, como el acceso al poder de un personaje como Donald Trump, se corre el riesgo de asumir como propio todo el apasionamiento de los críticos y de los descontentos.

Pero, en el caso concreto, cualquier análisis, por extremo que parezca, está apoyado en la realidad, aunque no lo parezca.

El nuevo presidente de Estados Unidos —o desunidos, porque es esta una verdad de cuerpo presente—, es producto de mezclar nativismo, autoritarismo, misoginia y racismo con prepotencia exacerbada, en un ambiente de infelicidad de décadas, de marginamiento y hasta de desprecio hacia quienes votaron por él.

Solo que esos electores no son, como pudiera argumentarse, los más pobres, aunque sí los menos educados académicamente, los desempleados —no tanto por falta de empleo, como de preparación— los resentidos, los más proclives al delito.

Que los haya acompañado una gran masa informe de votantes es solo muestra de que hoy cualquier cosa puede ocurrir en materia electoral… Como si la democracia fuera un lago que se estuviera decantando por el fondo enfangado.

Incoherente, ignorante de toda idea política, abusivo, tramposo, lenguaraz y lascivo, el que será el hombre más poderoso del mundo no resiste un debate en una secundaria sobre democracia, civismo, ciencia, decoro o decencia. De nada de eso sabe un ápice.

Pero es astuto, y supo hacer suyas las palabras que sus simpatizantes jamás, en su cortedad intelectual, pudieron pronunciar, a pesar de que de ellas dependió siempre la posibilidad de mejorar su bienestar y su futuro.

De todos modos, algo está pasando en la sociedad. Algo quiere decir, que ni el más despierto de los políticos ha comprendido a cabalidad. Si no, ¿cómo explicar el Brexit —Gran Bretaña votó un plebiscito para salirse de la Unión Europea, sin que esa fuera la intención general—, el No de Colombia y el triunfo de Trump?

En alguna parte está fallando la democracia. Y lo está haciendo en materia grave. No satisface a las multitudes silenciosas, esa franja de ciudadanos que solo siente el peso de un Estado del que hasta ahora no se ha sentido parte, pero que, como en Estados Unidos, cuando se pronuncia lo hace de manera contundente.

No es un fenómeno nuevo, como tampoco el hecho de que el vacío lo llenan las ideas y los discursos populistas de individuos mesiánicos y peligrosos, dotados de una verborrea delirante y un esquizofrénico mar de ideas políticas, religiosas y filosóficas que atrae como el mítico canto de las sirenas.

Que todo se dé en un ambiente populista y fascista es más que coincidencia, es casi que una norma, una especie de camino obligado para quienes asumen la vocería de las masas, y para las masas, que creen haber hallado al fin su redentor.

Ese redentor se llama Chávez, Correa, Kirchner, Ortega, Uribe, Morales o Trump, ¿qué más da?, y convence a todos de que es uno más, el último de todos, que solo quiere reivindicar a los que nunca han sido y darles su lugar en la mesa de la cena de los escogidos

Solo que no habrá cena. Ni escogidos. Ni mucho menos mesa.

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Miércoles, 9 de Noviembre de 2016
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