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Una corrupción por otra

En resumen, este episodio, doloroso para algunos, pero perteneciente a toda la picaresca latinoamericana, solo lleva a una conclusión.

Es un mal endémico en América Latina. Muchos políticos consideran que su vinculación oficial como funcionarios del Estado es una oportunidad única y feliz de enriquecerse o, al menos, de usar en su provecho los recursos públicos.

Y Venezuela es un caso típico en el que en el gobierno se ha turnado, por lo menos en las últimas décadas, una corrupción por otra, como si el relevo entre los gobiernos consistiera en aprovecharse, de la manera más rápida posible, del dinero y de los bienes públicos.

Acuñada con toda la sorna y toda la maledicencia de los críticos políticos, ha hecho carrera en varios países latinoamericanos una frase que indica, perversa y contumaz, el espíritu que parece mover a los burócratas. La frase es supuesta ¿o no?, y la dice a su jefe alguien a quien va a nombrar en un cargo, pero no decide en cuál. “No se preocupe, no me importa dónde me mande: solo nómbreme donde haya, que yo hago el resto”, es la frase, fundamental en la filosofía de los corruptos.

Todo lo anterior viene al caso luego de conocerse en detalle lo rocambolesco que contiene el episodio de Rossana Barrera y Kevin Rojas, delegados del presidente interino de Venezuela, Juan Guaidó, para que en Cúcuta asumieran la manutención y sostenimiento de gastos de los militares venezolanos desertores.

Pues, esta pareja, entroncada incluso familiarmente con el estrecho círculo de amigos y sostenedores de Guaidó, entendió que el dinero que recibieron, y que se calcula en unos 100.000 dólares, era para malversar según denuncia de un portal venezolano, que al parecer funciona desde Panamá.

“Me entregaron las pruebas. Facturas que demuestran excesos y, varias, extrañísimas, de diferentes talonarios, firmadas el mismo día y con estilos de escritura idénticos. Casi todas sin sello. Gastos de más de 3’000.000 de pesos en hoteles colombianos y discotecas, por noche. Unos mil dólares en bebida y comidas. Gastos de ropa en carísimas tiendas de Bogotá y en Cúcuta. Reportes de alquiler de vehículos y pagos en hoteles a sobreprecio. Plata que fluía. Mucha plata”, escribe Orlando Avendaño en el portal. 

“Barrera, junto a Kevin Rojas, asumió completamente la operatividad de lo que ocurría en Cúcuta y se encargó del manejo de fondos para el pago de la estadía de los militares”, agrega Avendaño. “Las alarmas se encendieron cuando, según me dijo un funcionario de la inteligencia colombiana, Barrera y Rojas empezaron a llevar una vida que no se correspondía con quienes eran”.

Guaidó se apresuró a aclarar la versión de que los dineros malgastados son privados, no públicos, como si una aclaración así preocupara a los corruptos, pero nada dijo de que los supuestos desertores, que en realidad son la mitad de la cifra citada de 1.400, tuvieron que ser echados de hoteles de Cúcuta, porque él jamás se ocupó de responder llamadas de los desertores que querían indicarle que estaban pasando afugias por falta del dinero que les prometieron para que desertaran.

En resumen, este episodio, doloroso para algunos, pero perteneciente a toda la picaresca latinoamericana, solo lleva a una conclusión: tal como están las cosas, a Venezuela le está esperando un cambio urgente: de una corrupción por otra…

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Martes, 18 de Junio de 2019
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