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Frontera
Carbonero necesita que abran la frontera por un corazón en Colombia
José Ramírez dedicó parte de su vida al transporte del mineral entre Ureña y Cúcuta.
Domingo, 6 de Marzo de 2016

Aunque hoy le cuesta rugir como en sus buenos tiempos, sus amigos le dicen ‘El Tigre’. La carga pesada de trabajar toda un vida transportando carbón entre Ureña y Cúcuta le costó una operación a corazón abierto hace más de dos años.

Pero han sido estos últimos seis meses los que José Ramírez ha vivido con mayor dolor. Su trabajo se acabó al quedar parado su camión.

Y en su cuerpo solamente funciona el 20% de su sistema circulatorio, razón por la cual necesita del oxígeno y las medicinas que el Gobierno colombiano le dotaba sin costo alguno antes de que Venezuela cerrara la frontera.

“Con el cierre de frontera para mí se acabó todo”, suelta con pausa para evitar los ahogos que en cualquier momento podrían acabar con su vida.

Sentado en unos de los escalones de la entrada de su casa, en el barrio El Cementerio, del municipio tachirense Pedro María Ureña, este carbonero lamenta cada vez que exhala las decisiones de un presidente “que no pensó en las familias” cuando ordenó poner cercos entre dos países hermanos en agosto de 2015.

Ramírez siempre ha vivido del carbón y aunque desde su operación tiene prohibido manejar, tenía un chofer que todos los días le hacía la vuelta de buscar el mineral en Colombia y despacharlo en la zona industrial del estado Táchira, en Venezuela.

El vehículo que  tiene parado entre las chatarras del patio de su casa le generaba entre 70.000 y 80.000 bolívares, semanalmente. De allí le pagaba  un 30 % a su empleado y el resto lo dividía para el mercado de su casa, la gasolina y las medicinas. Su trabajo era el único sustento del hogar donde vive con su esposa y una hija.

“En la actualidad estoy endeudado”, confiesa este hombre sentenciado a un trasplante de corazón para sobrevivir. La operación, “que cuesta una millonada”, solo la hacen en Colombia, donde su seguro, por tener cédula del país, le dota hasta la mitad de los medicamentos que necesita.

Sin embargo, su esposa igual tiene que pedir autorización, con el respaldo de un médico, a la Fuerza Armada Nacional Bolivariana para cruzar el puente internacional Francisco de Paula Santander y buscar la ayuda cada cierto tiempo.

“Pero para ir a Cúcuta tengo que tener pesos y no tengo ni 200 pesos”, se lamentó.

A los dos meses y medios del cierre fronterizo, este carbonero agotó los ahorros que había dejado su trabajo. Por eso, hoy depende de la generosidad de sus más cercanos para tener qué comer al día.

La sensación de estar “preso” en su propio país no lo deja dormir. Cada acción es controlada por el gobierno militar que se instaló en agosto del año pasado.

“Si usted va a San Cristóbal a hacer mercado, los guardias siempre te revisan. Si llevas dos harina pan, te quitan una”, asegura. Nosotros, los que estamos enfermos, somos los que cargamos el bulto porque uno va a pasar pa´ Colombia y nos piden hasta la partida de nacimiento”, continúa en su desahogo.

Ramírez está a punto de cumplir siete meses sin trabajo, el mismo tiempo que lleva sintiéndose extraño en casa: “Siendo venezolano, siendo este mi país, parezco un extranjero, un arrimado”.

El cierre de la frontera entre Colombia y Venezuela se ha traducido para él en “pedir limosna para vivir”. Este tigre tiene un rugido que quiere que se escuche en Miraflores.

Ureña | Diario El Nacional de Venezuela

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