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La crisis de la frontera, vista por los niños

La mayoría de los menores no conoce la magnitud de la crisis y piden regresar a Venezuela.

Su nombre es Brayan, pero en su camiseta se puede leer Giovanna. Se la regalaron en uno de los albergues para deportados, porque al igual que sus demás vecinos en la trocha, solo llegó con lo que tenía puesto.

Tiene 10 años, unas pantuflas rotas y una pantaloneta una talla más grande que la suya, mientras atraviesa el río Táchira con una mesa al hombro. Dice no entender porqué el gobierno venezolano les hace estos a los colombianos.

Brayan y su hermano kevin volvieron hacia su antiguo hogar en San Antonio del Táchira para tratar de recuperar sus pertenencias familiares. 

“Colombia y Venezuela es casi lo mismo, nos parecemos hasta en la bandera, y de un día para otro ya no podemos vivir todos en el mismo lado”, dice acongojado.

Brayan lleva tres días pasando su cama, platos, ropa, sillas, y todo lo que más puede, para empezar una nueva vida en Colombia. Él es venezolano y sus padres y hermanos colombianos.

“Creo que nos sacaron porque ya no nos quieren allá, y eso no me parece justo, no hemos hecho nada malo”, dice mientras se zambulle de nuevo a las amarillentas aguas.

En los albergues, los niños escogen ropa y zapatos con la ilusión de que la pesadilla de no tener para donde ir culmine pronto.

En la otra orilla Dana Marcela, 4 años, se sienta en una piedra junto a sus abuela y refriega con jabón una camisa.

“Nonita cuando acabemos de lavar nos vamos para la casa. Ya me cansé de estar acá”, dice la pequeña.

La niña dice que salieron de su casa porque la Guardia Nacional Bolivariana llegó muy brava, pero seguramente ya se fueron.

“Que se van a ir, esos no nos van a dejar tranquilos hasta que todos se vayan”, interrumpe Luis Carlos de 10 años.

Acaba de pasar su bicicleta, que creía perdida desde el fin de semana. Este es el cuarto viaje que hace en la mañana.

“Oiga, no se meta por allá que hay mucha piedra, sigame que acá hay arenita y no se cae”, dice para ayudar a una mujer que temerosa se mete al río.

Todos los días, Luis Carlos cruzaba este tramo para ir a clase, solo que desde hace cinco días lo pasa sin morral y sin libros. A cambio, se hecha al hombro tablas de cama, ollas, y sus juguetes.

“Me gustaba vivir en Venezuela porque todo era más barato. Acá mi papá dice que los cobres no alcanzan para nada”, explica.

“No se porqué nos sacaron pero escuché que es por eso del contrabando”, dice el pequeño.

Los recién nacidos tampoco se salvan de la problemática fronteriza. Esta mujer atraviesa el río para comenzar una nueva vida en Colombia.

Metros más arriba y cuando el sol está en su máximo punto aparece Julián de 11 años. Pelea con la corriente para que no le arrebate el tablero de juguete de su hermana. Se atrevió a cruzar sin permiso de su madre para que su hermana dejara de llorar por el tablero.

“Yo creo que los colombianos no haríamos lo que Maduro y los guardias están haciendo con nosotros, eso no es justo porque nosotros no somos los malos, los malos son ellos”, dice Julián al llegar a la orilla.

Ernesto, 8 años, se echa un chapuzón en el río mientras espera que su abuela vuelva de la trocha. No entiende bien qué es lo que pasa a su alrededor, solo sabe que una maquinita derribó su casa.

“Creo que vamos a Colombia para estudiar, porqué acá no puedo. Mi mamá dice que a nosotros no nos corrieron sino que decidimos irnos”, explica sin salirse del río y titiritando de frío “Pero no entiendo como nos van a sacar si somos muy buenos”.

En uno de los tantos cambuches que armaron los deportados en La Parada está Karen,11 años, junto a sus primas y tías.

Dice que no tener techo es secundario. Aunque sabe que su familia atraviesa una situación difícil sueña que la crisis fronteriza sea momentánea para volver a visitar a su padre que se quedó en San Antonio del Táchira. Por su parte, su prima Carolina, 4 años, dice que los sacaron de su casa porque pasaban mucha mercancía.

“Nos sacaron de nuestro pueblo y no nos dejaron llevarnos los juguetes”, explica la pequeña. “A mi me toca jugar con vasos y botellas en el patio”, dice mientras señala en medio de la maleza.

Aunque vive junto a 12 personas más en un mismo cambuche que no supera los tres metros cuadrados, ella ya delimitó los espacios que tenía en su antigua casa. Su patio es una casa en ruinas que está detrás del cambuche.

Saliendo del sector de los cambuches, Jimmy, de seis años, le dice a su mamá que ya se cansó del paseo y que no le gusta estar en medio de tanta gente.

“Cuando nos deportaron el niño se puso a llorar y un guardia lo consoló diciéndole que nos íbamos de paseo”, explica la madre con lágrimas en los ojos.

 

Jueves, 27 de Agosto de 2015
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