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La historia de tres inmigrantes nacidos para ayudar

Altruismo a pesar de sus propias necesidades.

Con fuerza mueve ollas, revuelve los guisos y pone su amor en pro de ayudar a “los suyos”, como él mismo califica a sus paisanos venezolanos. Se los apropia, porque dice que le duele en la piel cada dolor que observa, cada injustica y cada necesidad.

Diomel López Yansy, de 32 años, no tiene dinero para ayudar a sus paisanos, pero dice que se hizo voluntario para darles tiempo a pesar de sus propias carencias y necesidades. Todos en la Casa de Paso La Divina Providencia, en La Parada, Villa del Rosario, lo conocen porque lleva dos años ayudando sin faltar un solo día a su deber.

A las 6:00 de la mañana en punto empieza su faena, que emprende con un ánimo envidiable. Dice que recuerda el primer día que llegó al comedor como un comensal más. “Dormí en la calle por tres días, vendía cigarrillos y jugos. Ese día entré, comí y le pregunté a la hermana Flor Sarmiento que si necesitaban a alguien para trabajar, y me dijo que sí necesitaban, pero que no tenían pago, solo la caridad de Dios”, cuenta.

Al día siguiente decidió seguir la caridad de Dios. “Lo primero que hice fue cortar leña, cuando no habían cocinas. Aquí se hace de todo, porque uno debe aprender el voluntariado desde cualquier área, además, del voluntariado desde la mirada de Dios”, dijo.  

Llegó solo de la ciudad de Coro a Colombia, dejando atrás a sus hijos y su esposa, que luego de unos meses pudo traerse a Villa del Rosario. Durante ocho años sirvió como oficial jefe de la Policía del estado Falcón, y ahora pasó a servir al prójimo. 

Al terminar su jornada a las 3:00 de la tarde en el comedor, regresa a casa a cocinar con su esposa lo que necesita para su negocio: una venta de arepas. Las ganancias de los miércoles sirven para aportar su granito de arena para los suyos.

“Las ganancias de un día de la semana las dedico a hacer arepas que reparto a los niños que encuentro en la calle. No son muchas, pero de algo sirve”, señala con emoción.

Luzmarina Gómez Barboza tiene 48 años y de ellos 44 viviendo en Venezuela. Nació en Colombia, pero su acento delata la patria que siente en el corazón. Dice que es larense (oriunda del estado Lara) y hace dos años regresó al país luego del asesinato de uno de sus tres hijos, al cual mataron para robarlo.

Empezó a ir al comedor porque una amiga la convidó. Sin embargo, algo en su interior le decía que ella no podía quedarse con las manos cruzadas siendo solamente una comensal más.

“Yo no tenía plata para dar, pero sí tenía dos manos y la disposición. Tenía que trabajar para sobrevivir, pero sentía la necesidad de hacer algo y ayudar a mi gente”, contó en la entrada del baño, desde donde hace su voluntariado.

Ella tiene experiencia en la parte de mantenimiento, pues desempeñó el oficio en Venezuela, y ahora se ocupa de mantener el área de las baterías sanitarias limpias.

“Pero no se trata solo de eso, sino de educar a la gente, de enseñarle a usar los espacios, cuidarlos y a cuidar su salud con el adecuado lavado de las manos”, dijo.

Al terminar sale a trabajar vendiendo cigarrillos, gaseosas y dulces en el parque de Villa del Rosario. 

“Me siento útil dándole mi servicio al otro, sobre todo si es mi paisano. Aquí he aprendido a trabajar en todas las áreas del comedor, porque tengo un curso de manipulación de alimentos”, cuenta.

Empezó ayudando a picar verduras, lavando platos, limpiando la casa de paso. “He hecho de todo, porque a nada le digo que no, mientras sea para ayudar a los miles que a diario vienen por un plato de comida acá”, dice.

Actualmente, Luzmarina vive con una mujer que sin conocerla le ofreció por pura bondad un espacio en su casa, donde se hospeda desde hace varios meses.

A las 4:00 de la mañana se levanta Elton Jhon Colmenarez, de 43 años. Vive en Rubio, estado Táchira, desde donde viaja a diario durante más de una hora para llegar al comedor en La Parada. A a las 5:30 de la mañana está pasando el puente internacional Simón Bolívar.

Este es su recorrido a diario, de lunes a sábado, con el propósito de ayudar a sus propios hermanos venezolanos, como él mismo califica.

Conoció la Casa de Paso Divina Providencia porque pertenece al grupo de trabajo de la parroquia eclesiástica Santa Lucía en Rubio, que de la mano del padre Richard García viaja hasta Villa del Rosario una vez a la semana para ayudar.

“Me vengo en cola desde Rubio hasta San Antonio, y me regreso de la misma forma. Nunca me ha faltado un vehículo para llegar a ayudar. En carros particulares, en buses, en camiones, he viajado en cualquier cantidad de vehículos”, dijo sonriente.

Con unas energías únicas, corre con la ponchera repleta de platos enjabonados hasta el chorro de agua, donde espera para volver a hacer el recorrido incontables veces. No hace uno solo sin las mismas ganas y sin una sonrisa en su rostro.

“Esto es una forma de ser agradecidos con Colombia por lo que ha hecho por nosotros los venezolanos. Pero también es una forma de dar por el prójimo y ser altruistas con los nuestros”, dijo Elton, quien es egresado de la Universidad Pedagógica Experimental Libertador (Upel) como educador en la mención agropecuaria.
 
Su vocación de servicio contagia al grupo. “Hago esto con mucho amor. Dedico mi tiempo a dar al otro a pesar de las propias necesidades, y la mayoría de los voluntarios de esta casa también tienen sus necesidades, pero sacan su tiempo y dedicación para ayudarnos a nosotros los venezolanos. Y somos agradecidos por ello”, sentencia. 

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Keila Vilchez
Keila Vílchez B.
Sábado, 21 de Septiembre de 2019
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