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Los retos y oportunidades de la migración

La dinámica de los flujos migratorios ha cambiado en los últimos años.

Sin duda la migración ha acompañado la historia de la humanidad desde sus orígenes. En el país hemos sido testigos de muy diversos flujos migratorios tanto internos como externos. Colombia continúa siendo el país con el mayor número de desplazados internos del mundo según ACNUR (7’677.609 hasta finales de 2017). Por otro lado, se calcula que por lo menos cinco millones de colombianos están dispersos en otros países, que migraron por la guerra o en búsqueda de un mejor futuro económico. Venezuela fue por varias décadas uno de los principales destinos de los colombianos. 

La dinámica de los flujos migratorios ha cambiado en los últimos años, pues hemos pasado de ser un país expulsor de población a ser uno receptor. La crisis venezolana ha sido un factor determinante en este sentido. La crisis institucional severa que experimenta el vecino país, agravada por la falta de garantías para la protección de los derechos humanos y los servicios básicos indispensables para la vida, ha generado la mayor migración forzada masiva de la que se tenga memoria en la región, pues se estima que alrededor de cuatro millones y medios de venezolanos han dejado el país. 

Gestión local, aún por consolidarse

Multiplicidades de perfiles migratorios cruzan a diario la frontera y los retos que esta cifra creciente de migrantes genera, no es una discusión menor, ni mucho menos puede reducirse de una manera simplista a una cifra. 

Se trata de seres humanos, personas con dignidad y derechos que huyen del hambre, la falta de asistencia médica y de medicamentos, la difícil situación económica marcada por la hiperinflación, la inseguridad y la violencia generalizada. 

En un escenario así, Cúcuta y el Norte de Santander vuelven a estar en el centro de las miradas y del foco de atención internacional, como puede verse en la variedad de visitas de delegaciones diplomáticas, de agencias de cooperación y de representantes políticos de toda índole. 

Consideramos, yendo más allá del cliché, que estas crisis también son oportunidades que exigen una gestión local importante, que hasta ahora no logra consolidarse. 

Las narrativas para comprender la situación tienen una amplia variedad. Por un lado, están las voces que invitan a cerrar la frontera con argumentos relativos a la seguridad, propuesta por lo demás ingenua, pues no lograría más que fortalecer la informalidad y el control de los actores ilegales que se apropian de trochas, y que además fortalecen las economías ilícitas. 

Hay otras narrativas, con un tufo de oportunismo político reprochable, que acusa a la migración de generar problemas socio-económicos en el departamento, justificando la incapacidad local y nacional de gestionar las brechas históricas, pero que además esconde una baja capacidad de reconocer las raíces históricas de nuestros problemas, que preceden a la migración, y que con ésta se agravan y agudizan, más no los crean. 

El mayor impacto recae sobre los pobres

Lo que vamos evidenciando en las abandonadas zonas fronterizas son precariedades históricas en la prestación de servicios públicos, desafíos en seguridad y convivencia ciudadana, precariedad en su conectividad, falta de fuentes de empleo y un auge importante de economías ilícitas. Ante la ausencia de respuestas integrales e integradoras, lo que está sucediendo en la práctica es que la población más pobre de Cúcuta y Norte de Santander son quienes están sobrellevando de manera importante los impactos de la migración forzada proveniente de Venezuela, ya que no obstante tradicionales actitudes de hospitalidad y fraternidad, la presión por las escasas oportunidades hace que las conflictividades sociales se conviertan en una lucha por la sobrevivencia. 

Es un escenario muy triste de “guerra de pobres contra pobres” por el mínimo vital, una suerte de “homo homini lupus” –el hombre, lobo para el hombre–. 

Hay que reconocer que no obstante los avances en la respuesta del gobierno colombiano, su estrategia de respuesta se ha quedado corta por su insuficiencia, parcialidad y poca capacidad de articulación de las capacidades locales de diversos sectores, más allá de los gobiernos e instancias públicas estatales. 

Hace falta mayores propuestas desde lo local para abordar la situación, los gobiernos locales han optado por la voz de la queja y la lamentación, pero con muy pocos planes para responder a la situación de los migrantes y de paso movilizar respuestas más amplias a las necesidades históricas de la región. Es la hora de la frontera, pero debe constituir una voz amplia y propositiva, para que no termine pasando lo de siempre, que de los asuntos fronterizos se termina poniendo el contenido desde Bogotá y Caracas, sin que refleje suficientemente el sentir local. 

Oportunidad, más allá de los fondos de cooperación

Cada vez, es más frecuente la narrativa sobre la migración como oportunidad, sin embargo, es importante ampliar la mirada, la oportunidad de la migración no radica únicamente en los fondos de cooperación internacional que puedan llegar para atender la migración, sino también y de manera importante en los valores, la dignidad, la riqueza humana y cultural que constituyen los migrantes en las comunidades de acogida, los aportes a nuestra economía, incluso a nuestra democracia, en cuanto nos enseñan el valor de la diferencia cultural y de pensamiento. 

Es necesario mirar positivamente al migrante y ofrecerle alternativas para que pueda contribuir con todas sus potencialidades a la construcción democrática y equitativa de la sociedad que lo está acogiendo. 

Pero para consolidar una cultura de acogida es innegable la necesidad de profundizar en la narrativa menos frecuente, la de la hospitalidad e integración de los migrantes. Para ello es importante identificar los riesgos críticos, las oportunidades y las capacidades locales y nacionales –de todos los sectores de la sociedad– para desde allí construir una estrategia que permita superar las dificultades, aprovechar las oportunidades y potenciar las capacidades locales desde una lógica de institucionalizar prácticas de planeación. 

Cuando las sociedades logran definir históricamente un rol positivo a los migrantes y refugiados al interior de sus propias dinámicas sociales, económicas, políticas y culturales, pueden consolidar procesos de crecimiento societario realmente increíbles como se ha visto históricamente en diversos países como Estados Unidos y Canadá, Australia, Chile y Argentina. 

Coordinador Servicio Jesuita a Refugiados – Norte de Santander

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Domingo, 23 de Diciembre de 2018
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