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Sábado, 28 de Enero de 2023

Habían pasado las vicisitudes de los años anteriores y renacían las esperanzas por un futuro halagador y progresista. Las autoridades locales y regionales hacían sus mejores esfuerzos para que la ciudad y la región demostraran sus capacidades de liderazgo a nivel nacional, jalonados por un sector privado pujante y dinámico que comenzaba a ver sus frutos, resultado de la explotación que las empresas petroleras del Catatumbo estaban desplegando.

Acompañando a estas autoridades irradiaba la figura todopoderosa del párroco de San José, el inefable padre Demetrio Mendoza, de quien se aseguraba era quien llevaba las riendas de la ciudad, en otras palabras, que su palabra era ley, como se demostraría años después, cuando sus acciones superaron los límites y tuvieron que trasladarlo para evitar sus atropellos e injusticias. Aunque es bueno aclarar que en esos tiempos se toleraban en aras de mantener los vínculos protectores de la Iglesia, que sólo vinieron a controvertirse con el advenimiento de la República Liberal en 1930.

Era tanta la influencia del padre Mendoza que, para mantener su hegemonía sobre la población, fundó un periódico que, aunque no les hacía competencia a los medios tradicionales de la época como El Trabajo y Comentarios, sí ejercía gran influencia sobre funcionarios, empresarios y sobre quienes debían tomar decisiones de trascendencia en su jurisdicción. El periódico se llamaba El Popular, era publicado los días lunes, miércoles y sábado; el número suelto tenía un precio de cuatro centavos y para aquellos que se suscribieran, la mensualidad era de cuarenta centavos. Para los interesados en publicar avisos, se habían establecido precios convencionales. Los remitidos, se cobraban por columnas y tenían un costo de cinco pesos la columna.

Para darle comienzo a nuestro tema de hoy, les contaré que en el año en mención se había desatado una ‘guerra comercial’ entre las principales droguerías, farmacias, boticas y agentes distribuidores de medicamentos y similares, para captar la atención y por supuesto, la intención de compra de los consumidores.

Los mayores exponentes del sector eran: La Botica Española de propiedad del señor M. Díaz Soto, un recién llegado que promocionaba su ‘nuevo establecimiento’ montado ‘a la moderna’ y que ofrecía un espléndido surtido de medicinas frescas, puras y legítimas, cuyas fórmulas médicas se despachaban ‘Exclusivamente’ con productos franceses y alemanes. El recetario estaba servido personalmente por su propietario quien tenía 22 años de práctica y extensos conocimientos del ramo. Los avisos publicados remataban: Todo nuevo, todo puro. Precios bajos. La dirección: En seguida de ‘El Detal’, frente al mercado.

La publicación en el periódico del padre Demetrio Mendoza, aseguraba la veracidad de las afirmaciones publicadas y les decía a sus clientes que esa era la mejor recomendación.

La decisión de montar su negocio, fue tomada por el señor Díaz, luego de trabajar por más de 20 años en la Botica Alemana, y descubrir la posibilidad de independizarse, con la ayuda de sus anteriores patrones.

Una de las grandes farmacias a las que le quería competir la Española era la Farmacia del Carmen de Prato & Co., situada frente a El Cóndor. Ofrecía surtido de medicamentos franceses, alemanes y americanos, nuevos y legítimos. En ese año que aún se hablaba de la epidemia de ‘gripe española’, hacía publicidad del ‘Bálsamo Pectoral del Dr. La Croix’ advirtiendo que era ‘preciso estar alertas, cuando a usted se le presente un resfriado o un catarro con dolor de cabeza, estornudo, pesadez y fiebres (semejando estos síntomas la influenza o gripe) puede usar estas dos preciosas medicinas, El bálsamo Pectoral del Dr. La Croix y las famosa Obleas Carmen. El primero cura rápidamente los catarros, resfriados, la ronquera y el ahogo, y las Obleas Carmen calman instantáneamente las jaquecas nerviosas, las punzadas en la espalda y el costado. Lo más destacado del anuncio era la conclusión: “usando estas dos medicinas con tiempo y sin dejarse engañar con falsos remedios, de esos que dan baratos, evita usted un espantoso cataclismo, pues un catarro descuidado es la puerta para la TISIS”.

Otra de las grandes farmacias era la de los hermanos Cogollo, la Botica Cogollo. Además de los medicamentos tradicionales para el combate de las enfermedades propias de la época, la Botica Cogollo se especializaba en tónicos vigorizantes, recetados principalmente en casos de debilidad general, palidez del rostro, anemia, extenuación, imbombera, falta de fuerzas, desarrollo prematuro, ancianidad debilitada, paludismo, etc. etc. Sus tónicos tenían ‘sabor exquisito y sus efectos eran ‘rápidos’. También expendían la rica Ovomaltina que era suministrada por el más grande distribuidor del momento y que pasaremos a detallar a continuación: don Zoilo Ruiz.

Dicho lo anterior, terminamos la breve descripción del sector de las farmacias con la reseña del mayor agente de medicamentos, don Zoilo Ruiz, propietario de la Botica del Norte. Posiblemente mis lectores recuerden su nombre vinculado a una de las más icónicas droguerías del pasado, la Droguería Ruiz, pero el cuento es largo y no hace parte de esta crónica, sólo les contaré que pocos años más tarde, se presentó un desacuerdo entre los socios de la Botica del Norte y de esa ‘pelea’ resultó escindido el negocio que más adelante se llamó la Droguería Ruiz, en la esquina que todos conocemos de la calle once con sexta.

Pues bien, la compañía de don Zoilo Ruiz A. era el mayor distribuidor del ramo y surtía los droguistas y farmacéuticos no solo de la ciudad sino del departamento y de algunas ciudades vecinas, incluidas las venezolanas, toda vez que la mayoría de sus productos estaban patentados tanto en Colombia como en Venezuela, donde habían recibido las licencias que entonces expedía la Junta de Sanidad de Caracas como ‘de uso popular y expendio libre’. Su producto estrella, para dar por terminada esta primera entrega de la crónica, era el Depurativo Sulfuroso de Ricord, específico soberano y eficaz en el tratamiento y curación de las enfermedades de origen sifilítico y vicios de la sangre.

Continúa en la próxima entrega.

Redacción
Gerardo Raynaud D.
gerard.raynaud@gmail.com

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