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Henry Pérez: a dos años de su desaparición
Desde el 26 de enero de 2016, su familia desconoce su paradero o si está vivo o muerto.
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Sábado, 27 de Enero de 2018

Una plantita de poco más de 10 centímetros es el símbolo de la paciencia y la espera de Elibeth Murcia. Ella la mima, la observa con ternura, y la aprecia porque se la regalaron para que sembrara allí a quien hoy no está.

La matera dice en letras mayúsculas de color azul: Henry Pérez; sobre el nombre, en rojo: te amo; y al otro extremo, la fecha de la desaparición: 26 de enero de 2016, y como adorno, una piña, el cultivo que marcó las esperanzas de Henry en una vida mejor.

La mata crece en el balcón de un edificio; “a veces la vecina me le echa agua”, dice Elibeth, quien siempre que habla de Henry lo hace con la camiseta puesta, y la imagen de su esposo estampada en el pecho.

Se le ve más tranquila que hace meses, pero el llanto vuelve cuando piensa en qué habrá hecho Henry cuando se lo llevaron hace dos años en La Gabarra. “¿Lo encañonaron?… me imagino, ¿cuál sería su reacción?”.

Este 26 de enero de 2018 se cumplió la imborrable fecha. “Ya dos años…”

“Si uno supiera lo que está por pasar”, dice secando las escurridizas lágrimas, y recuerda que la noche antes de su viaje a La Gabarra, Henry se sentía cansado, no solo por su molestia lumbar sino por un peso inexplicable.

“Yo le dije: quédate, amor, hasta el domingo, pero dijo que no… Que la gente lo necesitaba, tenía que cuadrar unas reuniones…”, recuerda. “Esos días él estuvo tan diferente…”

Elibeth no ha parado de imaginar qué habrá pasado con el hombre que por ocho años fue su compañero permanente; “la última noche la pasó despierto, casi hasta la medianoche”, mientras ella le decía que no la iba a dejar dormir y debían madrugar.

“Él nunca se fue de aquí sin un tinto”, dice. “Podía ser la hora que fuera, pero yo siempre me paraba a preparárselo”.

                                                         Henry Pérez

Henry viajó un jueves, el fin de semana habló con ella varias veces.

“Hay una soledad en esta casa, me dijo, porque no había nadie allá”, y luego hizo su recorrido hacia la finca en la vereda Trocha Ganadera, pero todo terminó abruptamente y de Henry solo quedó “su sombrero y su linterna en la piecita en la que guardaba las herramientas”.

“Él era muy cuidadoso y no salía sin sombrero, o sin gorra, porque allá el sol pega desde temprano”, relata y hace una pausa. “Yo me imagino que de pronto él vio llegar mucha gente; no sé…”

Durante estos dos años, Elibeth ha tenido tiempo para elaborar conjeturas, confiar en sus desconfianzas, seguir su intuición, escuchar todo tipo de hipótesis, pero nada le devuelve a su pareja.

“Esto es una tortura”, manifiesta, “porque se ha hecho mucho, pero sin resultados”.

Aunque espera encontrarlo, el temor de lo que le pueda pasar por insistir, sumado a otros conflictos, le impiden volver a La Gabarra; y para rematar, la desconocen como compañera de Henry, como la madre de los hijos que ese hombre crió aún sin ser suyos, y como la mujer que cada día 26 del año suma meses, cuenta la misma historia, revive el mismo dolor que siempre empeora.

En la puerta de su casa hay un par de volantes desteñidos, que indicaban el valor de la recompensa por un dato de Henry: 20 millones de pesos. Los desgastados papeles los quiere reemplazar por un pendón con la imagen de Henry para cubrir la puerta de entrada de la casa; para que se sepa, al menos en ese edificio, que ahí está su familia y aún lo espera.

“Vivo o muerto, pero él tiene que aparecer; es un derecho que tenemos”, asevera sin titubeos y sin llanto. “Henry era único como papá, como esposo, como líder… Él tenía mucha esperanza en poder vivir de los proyectos, en ponerme una droguería, para no desgastarse tanto…”

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Sin avances

Wilfredo Cañizares, director de la Fundación Progresar, lidera el acompañamiento jurídico del caso, que resultó ser tan único como Pérez.

“Es el primer caso que acompañamos por desaparición de un defensor de derechos humanos”, dice Cañizares. “Esta desaparición tiene una connotación especial porque no es común que a los líderes los desaparezcan; por eso es un caso especial y quisiéramos que también lo fuera para las autoridades”.

               Elibeth Murcia, esposa de Henry, persiste en la búsqueda y la espera.

Pese a ello, afirma categóricamente que este caso “va a ser uno más en las cifras oficiales”.

“A pesar de su condición de líder social, de líder comunitario, de ser un defensor de los derechos humanos en Tibú, se está convirtiendo en una cifra más y no hay avances en la investigación o en la voluntad de las autoridades para esclarecer el hecho”.

Aunque se pidió un tratamiento prioritario “no ha habido poder humano que permita conocer resultados” y ni siquiera llevar el caso al Comité contra la desaparición forzada de Naciones Unidas, en Ginebra (Suiza), surtió efecto.

“El Comité ha hecho unas solicitudes al gobierno colombiano, que tampoco han dado resultado”, afirma. “La estrategia era impulsar la investigación, para que Henry pueda regresar a casa, pero no ha funcionado porque aquí la estructura del aparato judicial frente a los casos de desaparición forzada no funcionan”.

Las Farc tampoco dieron respuesta y para Cañizares enviar cartas y solicitudes a la mesa de diálogo en La Habana fue en vano.

“Nos sentimos engañados por el Gobierno Nacional porque insistimos en que en la zona solo había dos actores armados: las Farc y la fuerza pública; que no nos digan que ninguno de los dos sabe; por eso seguimos exigiendo que nos digan quién está detrás de la desaparición forzada de Henry”.

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