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Memorias
Artistas que nos visitan
En Cúcuta se aprovechaba del tránsito de éstos, toda vez que la mayoría de los artistas entraban o salían del país vecino y este era un paso obligado.
Viernes, 16 de Agosto de 2019

A mediados de los años sesenta cuando la bonanza económica se asomaba en la Venezuela petrolera, el flujo de visitantes se hacía cada día más voluminoso. No todos la visitaban para conocer sus bellezas naturales, y no pocos buscaban establecerse para buscar fortuna en un país donde estaba todo por hacerse. Venezuela ha sido, desde siempre, un lugar donde el trabajo y las oportunidades han estado a flor del suelo. Por esta razón, se dio a comienzos del medio siglo pasado, una inmigración de europeos, tal que en el censo de los años cincuenta, el que se hizo durante el gobierno de Pérez Jiménez, más de la mitad de la población eran, españoles, portugueses o bien italianos. Esos nuevos pobladores, que en la mayoría de los casos lograron integrarse positivamente con los nacionales, introdujeron una nueva raza, trabajadora, laboriosa y diligente, pero con la restricción de su dependencia de la próspera industria petrolera, que no supieron, a diferencia de las naciones del golfo Pérsico, aprovechar en su momento, sin pensar en un futuro  que podría cambiar como efectivamente sucedió y que les cambiaría su destino por uno más desafortunado, como el que se está presentando actualmente.

Debido al auge que se presentaba en el campo económico, una de las actividades más atractivas eran las culturales. Las artes florecían, la lista de virtuosos autores e intérpretes que visitaban el país se hacía interminable y los programas de los más diversos artistas llenaban los escenarios.

Mientras eso sucedía, en Cúcuta se aprovechaba del tránsito de éstos, toda vez que la mayoría de los artistas que llegaban a la ciudad, entraban o salían del país vecino y este era un paso obligado en sus recorridos.  Muchos artistas, aunque no presentaban sus espectáculos en la ciudad, disfrutaban del descanso que les imponía la duración de los trámites necesarios, tanto para el ingreso como para la salida del país, tiempo que aprovechaban para realizar contactos para sus presentaciones en nuestras grandes ciudades o simplemente para las entrevistas de rigor que les hacía la prensa.

En esta ocasión aprovechamos la visita de la bailarina peruana Lida del Mar, quien llegó luego de una extensa gira por territorio venezolano y de regreso a su tierra natal, decidió tomarse unos días de descanso, conocer la ciudad y entrevistarse con algunos medios, de los cuales extraemos sus comentarios y opiniones.

Lida del Mar era una linda morena, de baja estatura pero con una figura armónica, una bella voz, suave y cálida, de sonrisa fácil y cordial. Que entendía el baile como un arte, que según sus propias palabras “había que sentirlo para poderlo entender”. Su especialidad consistía en estilizar cada ritmo que interpretaba, forjando así su propio estilo. Entre sus ritmos preferidos estaba la “rumba”, pues los compases afros le atraían; había montado varios números para las presentaciones en teatros y en la televisión. Para ella, el público que asistía a los espectáculos de la época se clasificaba en público popular y público culto. Definía como culto aquel que asistía con el objeto de mirar y admirar las cosas clásicas, mientras que el popular era aquel que le gustaba la alegría, el baile movido, sin detenerse a analizar en el valor espiritual de la danza. Para Lida, el público que asistía a sus presentaciones siempre había sido respetuoso en todos los países donde había ido. También consideraba que no había mayores diferencias en el público de los países de la América Latina donde se había presentado, es decir, no había uno mejor que el otro.

Llevaba cuatro años como profesional de la danza, era autodidacta, aunque en un principio pensó estudiar ballet, pero por recomendación médica tuvo que desistir. Al indagar sobre sus intenciones futuras, dijo que prefería continuar con sus espectáculos de danza y que si se presentaba una oportunidad para filmar una película la aprovecharía pero que no lo consideraba necesario. Al despedirse, manifestó sentirse muy contenta y emocionada de estar en la ciudad  y que nos recordaría por siempre.

Otro renombrado artista, este sí venía contratado, para presentarse en el Grill Boconó, un establecimiento ubicado a la entrada del entonces corregimiento El Escobal, sobre la carretera antigua a la Frontera, de propiedad de Mario Santoniello, quien con este compromiso estaba ofreciéndole al pueblo cucuteño una nueva versión de su negocio, que en esta ocasión estaba reinaugurando.

Lo interesante de este evento, no solo correspondía a la calidad de sus artistas sino a la circunstancia del acontecimiento. En abril de este año, 1963, la Semana Santa concluía el domingo 14 y como era costumbre en esa época, los días santos revestían el mayor recogimiento y respeto. Las emisoras transmitían música sacra durante la mayor parte del día y los establecimientos donde el público se reunía en tertulia, generalmente permanecían cerrados.

Don Mario, como le decía la gente, programó el estreno del artista para el sábado santo, 13 de abril, a las doce de la noche.

Este episodio constituyó una verdadera anécdota en un tiempo en que el clero tenía un poder de veto bastante arraigado en las costumbres del pueblo, sin embargo, las características del show, aunque mundano, revestía condiciones culturales innegables, toda vez que se presentaba como un acto cultural que daba la bienvenida a la terminación de los días santos y el regocijo por la resurrección del Señor.

Sobre la presentación del artista se destaco su personalidad que lo mostraba como un intérprete de reconocimiento internacional, por su asombrosa adaptación a los géneros musicales de las regiones donde se presentaba, por las felicitaciones que había recibido por parte de las asociaciones musicales, sobre todo en Norteamérica donde ejecutó páginas del más genuino jazz y por su selección de música española, francesa e italiana que interpretaba con el más puro sentimiento local.

Por sus magistrales interpretaciones, tanto en piano como en órgano, fue contratado durante seis meses en el famoso Hotel Victoria de Palma de Mallorca, lugar de encuentro de turistas de toda Europa. El maestro Blondet, además de sus estudios musicales era diplomado en Historia y Física de Música, políglota y aficionado al ajedrez del cual ostentaba el título de Maestro.

La convocatoria a la inauguración de sus nuevas instalaciones, fue aceptada de manera recatada por los invitados, quienes asistieron con las reservas que imponían las costumbres del momento y el artista premiado con los aplausos de los asistentes.

Gerardo Raynaud D. | gerard.raynaud@gmail.com

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