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Memorias
Cincuenta años de Lasallismo
El Colegio había empezado a funcionar en 1.953 y corría el año de 1.956.
Viernes, 18 de Diciembre de 2015

Al Hermano Benildo Jesús le prestó la rectoría inaugural el Hermano Rodulfo Eloy, gestor del Colegio La Salle y gigante de la pedagogía lasallista. El Colegio había empezado a funcionar en 1.953 y corría el año de 1.956. A mi, el Hermano Benildo me pareció un anciano venerable cuando nos recibió y hasta recuerdo que ya no le cabía una cana.  Pero hace un par de meses me sorprendió  cuando al llamarlo por su cumpleaños numero noventa me aclaró que entonces apenas si acababa de pasar los treinta. Por cierto me preguntó por el “niño” y demoré un poco en entender que me estaba confundiendo con mi hermano mayor, de manera que terminé explicándole que el niño era yo; es la gran ventaja de tener diez años menos que mi hermano. Hoy en día el Hermano Benildo sigue siendo un ser privilegiado con el aura propia de quienes están por encima de lo terrenal, alguien  que inspira tranquilidad y confianza con cada palabra que regala.

Me estrenaba yo en las lides escolares cucuteñas porque hacía poco habíamos llegado del exterior y no imaginaba que empezaba a recorrer el camino maravilloso de la amistad con aquellos hermanos que uno sí escoge, los amigos, las únicas personas que cuando preguntan cómo estas, se esperan a oír la contestación. De la mano del Hermano Antonio Carlos, trágicamente fallecido después, un monito simpático Edgar Pérez, un delgadito Gustavo Marcucci, un pequeñísimo César Castrillón, un Corcito, un asustado Vera Cristo y tantos otros entrañables, aprendimos a escribir, a redactar, a rezar y sobre todo a ser hombrecitos.  Y a la sombra del Hermano Mariano, que por su figura apostolar parecía tener las marcas de los clavos de Cristo en sus manos, aprendimos a cantar “Questa Piccolissima Serenata” que más tarde convertimos en un éxito generacional en el Teatro Guzmán Bertti. Ambos nos prepararon para la Primera Comunión, aquella  “…!Fiesta a  que me llevó la madre mía!/ cuyo recuerdo, en medio de la bruma,/ ya en horas d
e tormenta, ora en la calma,/ es un bosque de lirios que perfuma/ y abre un surco de auroras en mi alma…”,  de Aurelio Martínez Mutis, que se incrusta en el armario de los recuerdos indeleblemente. 

Aparecieron luego los profesores Gelves y Santos para tratar de pulir a punta de perfil-palote esa espantosa letra con que mi Dios nos había mandado al mundo. Ya más grandecitos, los profesores Desiderio y Elberto Mora, la imagen férrea de Luis Palacios, el profesor Castro y uno que otro religioso, nos llevaron a formar parte de esa generación que redactaba correctamente y hablaba sin errores de ortografía. Bajo la dirección del Hermano Julio Lucas no se quedó entonces nadie sin entender el funcionamiento de nuestro sistema político ni las condiciones muy estrictas que debía tener quien aspirara a los cargos importantes de los tres poderes de nuestro Estado de Derecho. Pero además conocimos cantando el folklor colombiano en toda su dimensión y así aprendimos a querer entrañablemente a Colombia, en particular a nuestro Norte de Santander. Va a ser muy difícil que con el desprendimiento que actualmente muestran nuestras juventudes por su terruño, con la ausencia de un propósito académico de transmitir nuestra h
istoria y con el desapego viral a las tradición históricas,  salgamos de este marasmo en que naufragamos hace algunas generaciones. 

Los años que vinieron superaron todas mis expectativas porque aparecieron Kiko Blanco, Oscar Lemus, Jairo Fuentes, Alvaro Suárez, César Marín, Humberto Villamizar, Ramón Vargas, Humberto Carrillo, Iván Hernández, Raimundo López, y se colaron por etapas en nuestras vidas figuras inefables como Libardo Mojica, Carlos Figueredo, Argenis Contreras, Pedro Medina, Jairo Slebi, sin mencionar aquellos que el vapor de los años esconde ahora de mis recuerdos.  

Ya volantones nos enfrentamos a contrastes extremos que iban desde la sotana blanca y transparente del hermano Fausto en 3º bachillerato, hasta la figura pequeña y tímida del Hermano Miguel en 4º bachillerato, enfundada en una negra sotana que le cubría las orejas. Nos cansamos de reírnos e  hicimos el doctorado en “mamadera de gallo” que nos graduó de verdaderos cucuteños. Se atravesaron las amigas y los bailes “proseminario” alrededor de un tonel lleno de Costeñita y bloques de hielo. Pero a ninguno se le ocurrió reclamar que era menor de edad (entonces menor de 21 años) y en cambio aprendimos a guardar un equilibrio respetuoso entre esos pecados y la membresía de la Archicofradía del Niño Jesús, de la cual fueron presidentes importantes librepensadores de la actualidad como Jairo Slebi, Libardo Mojica y Gabriel Moure, mientras otros apenas pudimos llegar a  ser aspirante.  

Pero tal vez los años que más moldearon nuestro carácter y  quedaron impresos  en nuestro ADN fuero los dos últimos de bachillerato. No creo que hubiera podido haber un Director que superase la figura emblemática del Hermano Rodulfo Eloy. Cucuteño por adopción, maestro de maestros, literato y científico, escritor insuperable, fundador y apóstol de la enseñanza, cuya vinculación a nuestra tierra desde 1.938 fue un regalo inmerecido de la Providencia.  Confieso con orgullo que en mi vida las figuras que más influyeron en la formación de mi personalidad fueron mi madre y el Hermano Rodulfo ,  con la venia de mi padre de quien heredé tantas cosas, entre ellas mi profesión. Comunicadores telepáticos ambos, su sola presencia llenaba el ambiente de sabiduría, afecto y sobre todo de la autoridad propia de quienes saben lo que necesita un aprendiz. Pero si a la del hermano Rodulfo le añadimos la presencia de dos titanes de la enseñanza, los Hermanos Antonio Camilo y  Uberto Miguel (su primo), tendremos  un ramillete excelso de formadores de muchas generaciones cucuteñas en ambos colegios, La Salle y Sagrado Corazón.  Francamente no sentía uno ninguna necesidad de ir a Harvard porque a nuestra generación no la instruyeron, la formaron.

Capítulo final y el más importante de esta cortísima reminiscencia que pretende abarcar medio siglo, es la amistad.  Más fácil que recordar uno a uno los bachilleres cincuentenarios es ir a ver el mosaico en el colegio. Pero sí quisiera rendir postrer homenaje a quienes se fueron sin avisar antes de poder celebrar este medio siglo. Algunos tampoco nos acompañaron el día del grado pero nunca salieron del círculo fraternal. Kiko Blanco, mi hermano desde la niñez, hace poco nos llenó de tristeza yéndose sin pedir permiso; Josué Jaramillo Canal, mi amigo y compañero de estudios juveniles, Orlando Colmenares, Víctor Quiroga, Luis Fernando Gil, Gabriel Lara, Gustavo Ríos. En palabras de García Márquez,  “Yo vivo de mis amigos/ los necesito y reservo mis horas para ellos/ como si tuviera un turno con el dentista./ Porque sin amigos, ya no queda nada más./ Los llamo, los busco y nos encontramos para la más formidable de las aventuras:/ hablar, hablar, hablar…”

*Leopoldo Jorge Vera Cristo

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