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A comienzos del siglo veinte (2)

La creación de nuevas fuentes de trabajo y el crecimiento de las labores empresariales fueron ejemplo para otras ciudades del país.

En la parroquial Cúcuta de comienzos del siglo XX, decíamos en una crónica anterior, que una de las mayores preocupaciones de las gentes era la de garantizar la buena salud de sus allegados, pues era la fórmula mágica para el cumplimiento de sus logros. De ahí que por esa época y habiéndose consolidado la reconstrucción de la ciudad en tiempo récord, el desarrollo económico y social fuera un atractivo para la inversión, tanto local como foránea.

La creación de nuevas fuentes de trabajo y el crecimiento de las labores empresariales fueron ejemplo para otras ciudades del país, en parte por la situación de nuestro vecino, cuyas perspectivas eran cada día más prometedoras. Desafortunadamente este impulso se vio truncado por la Gran Guerra, que a partir del año 14 se presentó en el antiguo continente, con el natural frenazo para la mayor parte de las actividades, toda vez que muchas de las negociaciones se realizaban con países de ese continente.

Pero una vez pasada la contienda, las empresas fueron retomando su ritmo, esta vez con mayor entusiasmo, de manera que la aparición de nuevos negocios era cada vez más frecuente y con ellos, modalidades más modernas de irrumpir en los mercados. Comentábamos en una crónica anterior, que uno de los negocios más lucrativos de comienzos de siglo era la fabricación y comercialización de algunos productos farmacéuticos, aquellos denominados de amplio espectro, por su aplicación casi universal. Sólo alcanzamos a mencionar unos pocos, habiéndose quedado en el tintero otros igualmente interesantes tal como veremos a continuación.

La Farmacia del Carmen, de propiedad de la sociedad Prato & Cía. era tal vez, una de las más activas en la oferta de productos pero también, la más dinámica en el mercadeo de sus artículos para la salud. Esta sociedad había establecido un moderno laboratorio para la elaboración de medicamentos y los gobiernos, tanto de Colombia como de Venezuela, le habían otorgado sus respectivas patentes, la 3.347 en Colombia y la 1.886 en el vecino país, lo cual le permitía presentarse en las exposiciones que se programaban en distintos países del mundo para exhibir las novedades desarrolladas.

En 1923, en la primera Gran Exposición Nacional realizada en Bogotá, había presentado cinco de sus mejores productos farmacéuticos y obtenido Medalla de Oro y Diploma de primera clase para sus preparados, Depurativo Neisser, Elixir Carmen, Bálsamo Pectoral del doctor La Croix, Obleas Carmen y las Píldoras  Anti-anophelinas. Era tanta la confianza que se tenía sobre la eficacia de sus productos que sus avisos decían que “se vendían en todas partes y en las principales boticas”.

No faltaban los testimonios que publicaban quienes se habían beneficiado de sus remedios, como éste firmado por don Hipólito Suárez y fechado en la ciudad santandereana de Málaga, el 10 de agosto de 1924: “Mi esposa Juliana Jaimes hace dieciocho meses que sufría atrozmente, a consecuencia de un tumor; inútiles habían sido los esfuerzos de los médicos para curarla, quienes acabaron por desahuciarla. Afligido con semejante golpe, me resolví a emplear el ‘Depurativo Neisser’, del cual había visto buenas recomendaciones en el periódico local y en otros órganos de la prensa.

Debo decir en honor de la verdad y en provecho de los que sufren que con los primeros frascos no más obtuvo tal mejoría que, abandonando la cama, pudo emprender viaje a Güicán, haciendo dos largas jornadas a caballo y regresar de la misma manera. Naturalmente, como apenas comenzaba la curación, se agravó de nuevo; volví a emplear el Depurativo y con siete frascos que ha tomado, el tumor ha desaparecido y se siente perfectamente curada. Hagan ustedes lo que a bien tengan de esta espontánea manifestación y sírvanse tenerme como su agradecido estimador.”

Ante semejantes demostraciones, la Farmacia del Carmen se posicionaba cada vez como la de mayor prestigio entre la sociedad cucuteña y sus vecinos, quienes no escatimaban recursos para visitarlos. En 1925, como contribución a la celebración del cincuentenario del terremoto de Cúcuta, reorganizó “su recetario” y las existencias de drogas y productos químicos, como solía decirse en el medio, para lo cual dispuso de nuevos artículos importados de las mejores fábricas alemanas y francesas, como E. Merch, Becker y Franck, Derrasse Freres, Poulenc Freres y otros de igual renombre. Además de un surtido de nuevos patentados, entre los que se destacaban los jabones medicados y de tocador, polvos, pastas y cremas para el deleite de las damas. En sus avisos de prensa, su despedida era la usual advertencia:”No se atenga a lo barato. Diferencia de precios es diferencia de calidad. La Farmacia del Carmen compite en esta última forma.”

Por su parte, el laboratorio de Zoilo Ruiz & Cía., quienes competían con la anterior en la reconocida Droguería Ruiz, tenían su producto estrella en el Depurativo Sulfuroso de Ricord, patentado en Colombia y Venezuela y declarado por la Junta de Sanidad de Caracas ‘de uso popular y venta libre’. Según las indicaciones suministradas con el producto, éste era un “compuesto con ingredientes completamente puros, es el específico soberano y eficaz en el tratamiento y curación de las enfermedades de origen sifilítico y vicios de la sangre.” Ellos mismos certificaban que millares de personas lo han tomado y recomendaban tomarlo con toda confianza como una medicación que cura y que no hace daño ni exige dieta de ninguna clase.

Exhortaban utilizarlo para combatir las enfermedades de entonces conocidas como ‘malos humores, erupciones cutáneas, raquitismo, mal de riñones, tumores o incordios, vegetaciones de la matriz, carate, úlceras rebeldes y supuraciones’ que según sus fabricantes son “síntomas malignos indicativos de sangre impura que pide a gritos un depurativo eficaz que arranque esos elementos de corrupción en la sangre.”

Finalmente, no podemos olvidar uno de los males más frecuentes del trópico y que afectaba a buena parte de la sociedad local, el paludismo. Los productos conocidos entonces a base de quina, eran los más comunes y solicitados, de modo que los antipalúdicos tenían una gran demanda. Por ese motivo, el farmacéutico cucuteño José Miguel Román, vinculado a la Botica Nacional de Bogotá, fabricaba las Píldoras Antipalúdicas del Dr. Negrón, para curar los fríos y las calenturas del Paludismo; doce pildoritas eran suficientes; en Cúcuta se conseguían en la Botica Ayala y como garantía, se devolvía su valor a quien no se curara de los ‘fríos’ con solo dos cajitas.

Gerardo Raynaud D. | gerard.raynaud@gmail.com

Viernes, 20 de Abril de 2018
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