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El día del pan del soldado

En el Ejército Nacional de Colombia, las solemnidades, al igual que en todas las demás tropas, revisten cierto rigor protocolario.

Gerardo Raynaud D.
gerard.raynaud@gmail.com

Las celebraciones que se realizan en la milicia para conmemorar algunas actividades son tradicionales en todos los países del mundo desde tiempos inmemoriales, aún desde antes que se organizaran formalmente los ejércitos, según parece en tiempos del imperio romano, tal vez una de las referencias más antiguas de las que se tiene noticias.

En el Ejército Nacional de Colombia, las solemnidades, al igual que en todas las demás tropas, revisten cierto rigor protocolario, según la trascendencia que se le asigne a los actos en cuestión. El servicio militar es una de las más reconocidas prestaciones que los ciudadanos le prestan a su país y que se registra como un deber en el mantenimiento de la defensa de la seguridad de la patria, además de servir como un instrumento de motivación y disciplina de sus pobladores. Como razón de prestación que exige el Estado a sus ciudadanos, la obligatoriedad de este servicio existe desde el mismo momento de la aparición de la milicia, tanto en los campos de batalla como en la protección de la población. Aunque este servicio haya evolucionado radicalmente desde el momento en que se reclutaban a la fuerza los esclavos que eran incorporados como carne de cañón o de primera línea cuando aún no se utilizaba dicho armamento, en teoría la filosofía que rige para su implementación sigue siendo la misma: mantener de una fuerza disponible que garantice un mínimo de estabilidad del Estado.

Dicho este preámbulo, voy a narrarles una de las celebraciones más significativas en la vida de los soldados, en actos que se producen por lo menos unas dos veces al año en cada una de las guarniciones del ejército, relacionados con el título de la presente crónica.

Empezaré citando un comentario escrito por coronel –cuando aún no lo era- José Manuel Villalobos B. con ocasión de este festejo celebrado el viernes 27 de noviembre de 1942, en el Batallón de Infantería Santander No. 15 en ese entonces acantonado en la ciudad de Cúcuta. Decía nuestro escritor: “…una hermosa y noble tradición seguida en todos los lugares de la república donde exista un hombre que lleve con orgullo y con gloria el título de soldado de Colombia, es la de celebrar temporalmente una fiesta de alto significado como la del PAN DEL SOLDADO, que despide cordialmente a los que ya han cumplido con el deber sagrado de ofrendar un año, lo mejor de sus juventudes fuertes y lozanas, a la patria, sincera y amorosamente.

Es un día inolvidable porque en ese momento se siente simultáneamente la emoción de volver a la vida hogareña, de volver a mandarse por su cuenta, también la emoción intensa de abandonar ese gran caserón que con respeto y con cariño llamamos ‘cuartel’, dejar al camarada y compañero constante: el fusil, de no escuchar más las órdenes de los oficiales, severas pero justas”.

Para celebrar este evento, en las primeras horas de la noche se presentó en el Parque de Diversiones de Cúcuta,  una simpática velada entre el cuerpo de soldados y  suboficiales, durante la cual se escenificó una comedia teatral cuya autoría era del distinguido oficial del ejército, teniente José Enrique Villate, reconocido en los círculos intelectuales de la región y del país por su grande afición a la letras y sus dotes excelentes de orador y escritor, llamada “Mal hombre”. Al teniente Villate se le reconocía por esa mezcla de oficios, cuando en alguna oportunidad y en entrevista que le hiciera algún medio de comunicación, le preguntaran que se definiera, aludiendo a la patria y así respondió: “…porque para cantarte soy poeta y para defenderte soy soldado”.

La intención del oficial literato, al escribir  esa obra, no era otra que intentar ridiculizar la fobia que contra los elementos militares tenían los entonces llamados lechuguinos y gacetilleros infamatorios,  quienes desconocían la grandeza de la institución castrense logrando una conclusión que es ejemplo para todos los espectadores dejando una grata sensación de confianza y seguridad en los que están encargados de defender la soberanía del país.

Al día siguiente, sábado 28, se sirvió en el Casino de Suboficiales, un sencillo y cordial almuerzo. El saliente contingente, el 2° de 1941, fue despedido por el señor teniente Pedro J. Jiménez quien fue muy aplaudido por sus frases muy dicientes alusivas al futuro que les esperaba a quienes ese día se despedía de su vida militar. No podía faltar en este significativo homenaje de adiós, la solicitud de los soldados por que interviniera el teniente Villate quien en una muy certera improvisación exhortó a los nuevos civiles a continuar con sus aportes en bien de su territorio y de sus compatriotas.

La fiesta terminó en una camaradería constante bajo la vigilancia discreta del comandante del Batallón, Coronel Leonidas Moreno Díaz, quien era el alma y nervio de esta guarnición.

A partir de ese día, el grupo de soldados que se despedía, comenzaba a formar en las filas de la reserva del ejército colombiano, contentos de su labor cumplida y satisfechos de haber servido bajo las órdenes de oficiales que hacen honor a la institución  y de un jefe comprensible, ameno, entusiasta y amigo, como lo fueron todos los oficiales y suboficiales quienes los encaminaron por el camino de las armas con fines nobles y pacíficos.

Para terminar, una observación necesaria respecto del nombre dado a estos actos de despedida, que con el tiempo han ido perdiendo importancia y se han convertido en uno más de los muchos que se presentan en esas instituciones armadas. En las indagaciones realizadas para conocer el origen de la expresión, nadie ha podido explicar la razón del término y menos aún de cómo, cuándo y por qué, en la actualidad ya no se aplica la misma expresión, habiéndose cambiado por otra más coloquial: ‘el día de la mocha’.

Así que, mis amables lectores, queda abierta la puerta a las contribuciones que nos permita conocer los detalles de este enigma.

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Viernes, 14 de Febrero de 2020
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