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Memorias
El impuesto al solterismo
A comienzos de los años cuarenta, apenas se visualizaba el auge que tendría la ciudad para el futuro.
Viernes, 1 de Abril de 2016

En el último decenio de la primera mitad del siglo veinte, Cúcuta seguía siendo un pueblo grande, todo debido a su ubicación geográfica, como punto de encuentro entre las dos grandes naciones del cono norte de Suramérica. Esa privilegiada situación permitía el ingreso y la exportación de los productos tradicionales de entonces, especialmente el café, por la ruta del Lago de Maracaibo, utilizando el trasporte férreo hasta el puerto de Encontrados y luego por vía acuática hasta Maracaibo y de allí a sus destinos en Norteamérica y Europa.

A comienzos de los años cuarenta, apenas se visualizaba el auge que tendría la ciudad para el futuro, por esa razón comenzaron a darse los primeros atisbos de cooperación entre los pobladores que constituían la incipiente clase media social y trabajadora, generadores de riqueza, que con el apoyo de las grandes compañías extranjeras, desarrollaban sus negocios y crecían a medida que el país y su vecino progresaban.

Se veían grandes tiendas, almacenes y bodegas como la de don Antonio Copello, uno de los mayores importadores y exportadores de la ciudad y del país, propietario de uno de los primeros establecimientos de comercialización de textiles. En los tradicionales cafés, la Cervecería Nueva de Cúcuta lanzaba al mercado su nueva cerveza tipo Pilsen Sajonia y el optómetra Caracciolo Vega ofrecía a su clientela, además de los elementos propios de su profesión, como eran los armazones y lentes  que adaptaba a los anteojos que previamente había recetado, después de un detallado examen visual con los instrumentos de última tecnología adquiridos en Europa.

Aprovechando sus conocimientos y experiencia, también ofrecía los materiales dentales requeridos por los pocos odontólogos y por algunos “dentistas” que ejercían esa profesión, unos subrepticiamente, a escondidas de la Dirección Municipal de Higiene, celosa guardiana de la salud de los cucuteños. En su céntrico local de la calle diez números 7-25 a 7-29, también vendía los repuestos para las lámparas de queroseno “Coleman”, tan necesarias para iluminar las residencias, toda vez que el suministro de electricidad era intermitente y las casas de los barrios alejados carecían del servicio. Atendía al teléfono 25-67.

Por esos años, apenas comenzaban a asomarse los primeros servicios de mensajería y de correos. La empresa más avanzada en estos menesteres, a nivel nacional era “Expreso Ribón”, una empresa fundada en 1906 y que prestaba sus servicios de correos “extra-rápidos” a las principales ciudades, con tiempos y horarios establecidos y una pauta publicitaria bastante dinámica, diversa y extendida. En Cúcuta, representaba la empresa Carlos Julio Guzmán y tenía su oficina frente al parque Santander. Llamando al teléfono 2829 se encargaban de recoger sus envíos, tal como lo publicaban en los principales medios, “de la puerta del remitente a la puerta del destinatario”.

Aseguraban que era la vía más segura, rápida y económica del país, para el envío de correspondencia, encomiendas, equipaje y los valores declarados (los giros de hoy). El valor del porte era de diez centavos por cada carta de 20 gramos. El servicio extra-rápido a Bogotá, por ejemplo, era de 18 horas y se recibían las cartas o los envíos hasta las 8 y 30 p.m. para ser despachados en el bus de las cuatro de la mañana. Otros despachos rápidos eran de dos días a Ibagué, Manizales o Cali; mientras que a Medellín, Pasto, Popayán o Buenaventura se demoraban dos días y medio.

El evento social de la década fue, sin duda, la creación del Club de Cazadores, recién comenzaban los años cuarenta, en agosto para más detalles. Más tarde, el presidente Alfonso López Pumarejo le otorgó la Personería Jurídica, mediante Resolución Ejecutiva No. 100 del 30 de junio del 44 y desde entonces se ha destacado por sus campañas deportivas y sociales en beneficio de la ciudad. En esta actividad cumple hoy, 75 años y sigue tan campante, como reza la propaganda de un reconocido licor escocés.

Pero la noticia que más llama la atención durante estos años previos a la mitad de siglo, no podría ser otra que la originada en el honorable Congreso de la República. Por esa época de guerras mundiales, era preocupante la escasa población, tanto del mundo entero como en el país, más si se tiene en cuenta que con los conflictos guerreros, se elevaba la proporción de mortalidad, lo cual tendía a agravar el problema. Por esta y otras razones, algunos distinguidos miembros del parlamento colombiano, decidieron presentar una innovadora iniciativa, una más de las muchas que se han presentado desde que éste fue instalado formalmente, una vez se logró la plena independencia.

Algunos lo llamaron un “atrevido proyecto” e instaron al excelentísimo Señor Presidente, para que en un acto de patriotismo y con el afán de terminar con las cosas poco cómodas para la nación, rechace este proyecto, pues en un interés inmoderado por implantar medidas, a las que casi siempre se procura consagrar con el nombre de episodios civilizados, se cometen frecuentes actos absurdos y en la mayoría de las veces, erróneos. Tal fue lo sucedido con el proyecto de Ley de Impuesto al Solterismo.

Lanza en ristre se fueron representantes de la sociedad para quienes argumentaban que “formar un hogar para el soltero, en edad y condiciones económicas de hacerlo, es pagar un justo tributo a Dios y a la naturaleza, para una finalidad lícita y noble. Pero nunca debe llegarse al elevado acto de formación de la familia por la presión de una ley, ley extraña completamente a los factores que determinan la felicidad del hogar.”

A pesar de todo y como sucede en casos como éste, el proyecto no dejó de tener sus adeptos, pues había quienes consideraban que sí debía imponerse un tributo a los solterones que tuvieran un capital superior a los veinte mil pesos, pues eso es natural, decían, porque los que disponen de todos los medios económicos deben formar su hogar, aumentar la raza y de esta forma no emplear su dinero en corromper la juventud.

Esta postura estuvo de moda por esos días, a raíz de la publicación del libro “Revelaciones de un Juez” escrito por Antonio José León Rey, en el cual narraba cómo algunos ricos empleaban su dinero en acciones deshonestas, que involucraban menores.

Los adversarios, apoyados en la jurisprudencia, argüían que cuando las leyes no se acomodaban a las costumbres de los pueblos, no había obligación de cumplirlas. El hecho es que el proyecto, al parecer, no tuvo la acogida esperada y pasó a mejor vida antes de lo esperado.

*Gerardo Raynaud D. | gerard.raynaud@gmail.com

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