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Memorias
La época dorada de la Voz del Norte
El teatro de la emisora permanecía constantemente atiborrado de público que no se perdía la presentación de los artistas nacionales e internacionales.
Viernes, 8 de Noviembre de 2019

Durante  buena parte del siglo XX, la radiodifusión se constituyó como una de las principales actividades económicas, no sólo en Colombia sino en el mundo entero. En Cúcuta, sabemos de buena fuente que se inició en 1933 con la inauguración de la Voz de Cúcuta y apenas unos años más tarde, en 1948, el 30 de septiembre, salió al aire la Radio Victoria, segunda emisora en la región en ofrecer programas de interés para el público ávido de nuevas experiencias. Aunque su señal fue radiada ese día, oficialmente se inauguró el 12 de octubre, fecha conmemorativa del descubrimiento de América y se hizo como homenaje al Día de la Raza. Sus instalaciones originales estaban situadas en el edificio Rosaver, en la esquina de la calle diez con avenida quinta, frente al Parque Santander. La emisora se materializó gracias a la inversión que hicieran Jorge Humberto Maldonado y Luis Francisco Rodríguez. A mediados del año siguiente se produce el primer cambio en la propiedad de la empresa cuando ingresaron como socios por los hermanos Manuel y Jorge Jordán Peñaranda, quienes decidieron cambiarle el nombre por La Voz de Norte. Posteriormente se aceptó el ingreso de otros socios, entre quienes figuraban el R.P. Daniel Jordán, sobrino de los anteriores y el señor Manuel Ángel. En 1956, se produce otro cambio significativo en la composición de su propiedad, cuando se decide cambiar el tipo de sociedad que la venía rigiendo y se constituyó una nueva sociedad que se denominó La Voz del Norte Ltda., la cual se conformó con la cesión del ciento por ciento de las acciones del padre Jordán y de los socios Ángel y Maldonado a favor de los hermanos Jordán Peñaranda. Sin embargo, la emisora no se acababa ni se cerraba, solamente se producía un cambio en el tipo de sociedad y entre sus propietarios. La nueva sociedad se creó con un capital de cien mil pesos, correspondiéndole una mayoría del 57.5% de la empresa al socio Manuel Jordán y el resto a su hermano Jorge.

Para entonces, la emisora se había trasladado para un local más grande y espacioso en la calle novena entre quinta y sexta, donde además, habían construido un amplio radio-teatro, donde se escenificaron muchas de las galas y presentaciones que constituyeron la época de oro de esta emisora que identificaba a sus coterráneos en el país y el exterior, donde eran escuchados en la banda de onda corta de los 62 metros y motivo principal de esta crónica.

El teatro de la emisora permanecía constantemente atiborrado de público que no se perdía la presentación  de los artistas nacionales e internacionales   que por allí se paseaban, como el Trío Los Panchos o las orquestas más renombradas de México y Venezuela y un sinnúmero de artistas nacionales y locales, como Arnulfo Briceño, Las Hermanitas Pérez o Jesús David Quintana.

De los dueños de los micrófonos de la Voz del Norte se decían bellezas en todos los demás medios, como el siguiente escrito publicado en uno de los periódicos de la época en el que ponderan las cualidades de algunos de ellos:”… elementos valiosos de la inteligencia se han entregado de lleno a ese servicio y con todos su atributos, como diligencia, actividad y capacidades rinden a sus labores el consenso ardua y fecundo de sus facultades. De esos factores de preponderancia del arte, la cultura, la intelectualidad, el deporte y la propaganda comercial y de las industrias, cabe destacar a magníficos elementos  como Álvaro Barreto Niño, de clara dicción, de galana pronunciación, de énfasis en la expresión y de amenidad en sus comentarios, que anima programas de música y de buen humor; de Arnulfo Alarcón, en permanente preocupación de lo que hemos dado por llamar ‘prensa hablada o radio-periodismo’, porque Arnulfo Alarcón ha conquistado con su discreción, su mesura, la entonación de sus arengas, glosas y razonamientos y su experiencia de luengos años, de disciplina en la profesión”.

Pero ¿cuáles eran esos programas que despertaban las pasiones y sentimientos de los oyentes cucuteños? Veamos los más destacados, de los cuales todavía  algunos añoran. Para los aficionados a los deportes, el locutor más escuchado era Roque Mora Chacón, quien además de comentarista deportivo, conocedor de los más populares deportes era un consumado taurófilo. En las horas de la mañana  orientaba los programas Tablero Radial y Atalaya Social,  pero definitivamente el programa estrella lo compartía con Álvaro ‘el Mocho’ Barreto, Cornucopia Deportiva, programa que comenzó a emitirse en 1955 y estuvo en la parrilla de la emisora por 23 años.

Por su parte y de manera individual, Barreto tenía sus programas de Música y Buen Humor, diariamente por media hora, comenzando las tardes.

Arnulfo Alarcón, animaba las noches con su popular programa ‘El Tango estuvo aquí’ y los domingos transmitía desde el Café Rialto su especio ‘Cátedra Deportiva’ en el que combinaba las noticias deportivas  con música escogida.

Sin embargo, quien más atraía público era definitivamente el programa de Roberto Fuentes París ‘Buscando una Estrella’. Don Roberto llevaba varios años dirigiendo esta clase de eventos pues había comenzado con una tarima instalada frente a la Gobernación, en la avenida quinta y allí desarrollaba su programa ‘Teatro de todos y para Todos’ y antes de trasladarse definitivamente a las instalaciones de la Voz del Norte, estuvo emitiendo su programa en una casa ubicada frente al Colegio La Presentación en la calle  octava. ‘Buscando una Estrella’, iniciativa de don Roberto Fuentes, se inició una vez terminó la etapa de ‘Teatro de todos y para Todos’, ya que previo al traslado a la Voz del Norte, alcanzó a transmitir los primeros actos de ‘Buscando una Estrella’ en el local donde estuvo el teatro Buenos Aires, en la calle diez entre octava y novena. Era un programa dominical y matutino, donde daban sus primeros pasos niños, niñas, jóvenes y damitas, y donde salieron verdaderas promesas del arte, el canto, la declamación, la inventiva, el humorismo y las excentricidades, porque como siempre se dijo, ese programa fue una cátedra, una escuela, una invitación, además de un pasatiempo por su amenidad, una distracción por lo interesante y un regocijo por la simpatía de sus detalles y pormenores.

La programación en vivo prioritaria cuando no existían medios televisivos o audiovisuales comenzó a declinar hasta su desaparición. Hoy sólo nos queda el recuerdo.

Gerardo Raynaud D.
gerard.raynaud@gmail.com

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