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Memorias
Relato de un ciudadano grancolombiano
Enrique Garcés hace una descripción detallada de la idiosincrasia, los atributos y la esencia de estos países.
Viernes, 13 de Noviembre de 2015

Esta crónica narra las remembranzas de un personaje que se autodenominó “ciudadano grancolombiano” hace un poco más de setenta años. Don Enrique Garcés, de cuya patria ignoro, nunca quiso identificarse con un sitio puntual de la geografía boreal de la América de Sur, sino que prefirió el apelativo que le quiso dar el Libertador a los ciudadanos de los tres países que conforman el cono norte del subcontinente, las que hoy, por las acciones torpes e insensatas de algunos gobernantes están desintegrándose lánguidamente.

Conocedor como ninguno de la geografía de los países de la Gran Colombia, Enrique Garcés hace una descripción detallada de las condiciones que caracterizan la idiosincrasia, los atributos y la esencia de cada uno de estos países. Los dejaré a continuación con las notas escritas por el propio señor Garcés, para que saquen sus propias conclusiones entre las expectativas que tenía el Libertador Simón Bolívar, cuando luchó por mantener la unidad de la Grancolombia y en lo que hoy se ha convertido ese sueño.

En su narración, describe su experiencia a lo largo del meridiano al que lo llama “Quito, Bogotá, Caracas”, que mide, o medía en esa época 3.210 kilómetros. Inicia su relato diciendo que “los números dicen lo siguiente, de Quito a Bogotá, 1.310 kilómetros, la capital colombiana está en la mitad del meridiano del Libertador. Este meridiano, a más de meridiano útil, ha servido para ensartar toda una hermosa pedrería de ciudades. No nos resistimos al placer de nombrarlas. Es un placer que debe compararse con el que sienten las mujeres, al repasar una por una, en su cuello, las perlas de un collar. Quito, Ibarra, Tulcán, Pasto, Popayán, Cali, Ibagué, Bogotá, Tunja, Cúcuta, San Cristóbal, Mérida, Barquisimeto, Valencia, Maracay, Los Teques y Caracas. No vamos enumerando sino las capitales provinciales, departamentales y estatales por donde va pasando este meridiano pintoresco, porque la lista de ciudades es bellamente interminable, como una constelación.

A mi ciudadanía grancolombiana le pareció que el meridiano de la carretera permite un recorrido de unidad. Las tres capitales: Quito, Bogotá y Caracas, las tres al pie de sus montañas que parece fueron mandadas a trabajar por los españoles para la respectiva fundación, tienen similitudes de fraternidad legítimas. Ibarra, Popayán y Mérida son dueñas del mismo esquema de paz y belleza, un mismo clima tibio para que estalle la buganvilla rubí y se expanda la dulcedumbre de su reposado meditar. Cuenca es a Popayán lo que Mérida es a Cuenca, en aquello del florecer literario. Guayaquil es a Barranquilla o Medellín lo que Maracaibo es a Guayaquil en el frenesí del trabajo y el rigor económico.

No cabe duda el meridiano de la Gran Colombia que en totalidad va desde el río Amacuro en la desembocadura del Orinoco, es un símbolo y una realidad. Bolívar, como lo conoció íntegro en su andanza gloriosa, dedujo el corolario de formarla, gran patria de venezolanos, colombianos y ecuatorianos.

El meridiano de la Gran Colombia que no es sino la rúbrica de la palabra libertad, conserva tres nombres máximos en tres puntos vitales del arco, Caracas, Boyacá y Pichincha, nombres que fulguran en el calendario bolivariano de las trescientas y más batallas por la independencia.

Y Mucuchíes para sobrepasar a Aníbal y Santa Marta para engrandecer la grandeza. Y Chimborazo para que el diálogo penetre al cielo. Es curioso que no hayamos podido reproducir el mandato del Libertador.

El ciudadano grancolombiano, que viaja desde Quito a Caracas, pasando por Bogotá, tiene que habérselas a cada momento con las dificultades de la extranjería dentro de su propia patria; primero, las aduanas hoscas, esas mentirosas divisiones que hemos puesto arbitrariamente en los ríos Carchi y Táchira.

Seguramente antes de pensar en tender puentes anchos y libres sobre estos ríos, del ‘apeo y deslinde’, se habrá pensado primero en convertirlos en fronteras terribles con cadenas gruesa y cruzadas, en la carretera, cadenas de hierro grandes y pesadas, casi espantosas porque hacen recordar a las de las prisiones.

Y los pasaportes y los líos de dinero, certificados de buena conducta, las fotografías de frente y de perfil, los ‘papeles’ en los cuales, por cada sello que estampan cobran ‘impuesto’. A propósito de cadenas puestas en este meridiano de ‘libertad’, en esta ruta del Libertador y camino de nuestro progreso, el viajero se sorprende que de Quito a Caracas hayan por lo menos, unas cincuenta, contando las cuatro de las fronteras ecuatoriano-colombianas y colombo-venezolanas y las de las aduanillas y alcabalas.

Estas cadenas seguramente han sido cruzadas en la vía para detener bandidos y contrabandistas, pero la verdad es que estorban únicamente a la gente honrada.

El bandido y el contrabandista no son tan infantiles como para pasar delante de los guardianes, que dicho sea de paso, los hay por montones al pie de cada cadena, con uniformes y carabina. Y a propósito de estas cadenas insultantes, es interesantes recordar lo que dicen los himnos nacionales de nuestros tres países.

Veamos, el de Venezuela en su primera estrofa, ‘Abajo cadenas’; el de Colombia, también en su primera estrofa, ‘la humanidad entera que entre cadenas gime’ y el de Ecuador, en su última estrofa, ‘Y si nuevas cadenas prepara la injusticia de bárbara suerte’. En tanto los himnos maldicen las cadenas, allí las encontramos, numerosas y amenazantes, en la carretera que une a Quito, Bogotá y Caracas.

Los ciudadanos de la Gran Colombia necesitamos romper esas cadenas de hierro y las otras que quizás son peores; eso de no conocernos bien entre colombianos, venezolanos y ecuatorianos que deseamos conocernos. Una carta enviada de Quito a Caracas, tarda más que una dirigida a Tokio.

Hasta hoy no hay corresponsales en los periódicos de los tres países y los diarios publican noticias de todas partes, menos de lo que sucede dentro de la Gran Colombia, a no ser que la noticia fuere de una revolución, una plaga o una catástrofe.

Los libros de un país siguen siendo forasteros en los otros dos. Y este meridiano de más de tres mil kilómetros, no está transitado por ‘turistas’ propios. Es decir, una Gran Colombia óptima para las fiestas en las que los diplomáticos toman una o muchas copas de champán y brindan por la patria ‘presentida y forjada’ por Bolívar, así como se brinda por el santo de turno cuando se es invitado a un jolgorio”.

*Gerardo Raynaud D | gerard.raynaud@gmail.com

 

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