De niño, Luis Alberto Bayona Pérez pasaba horas observando cómo los artistas tejían manillas en las calles, y enamorado del oficio, aprendió sus secretos. Al crecer, salió al rebusque y diariamente se gana la vida vendiendo estos accesorios en las calles de Ocaña.
A sus 50 años, cuenta con orgullo que con el arte levantó a su familia. Pero, ahora, no puede trabajar libremente, por los controles que ejecuta la Policía, por trabajar en espacio público.
Él, a sabiendas de que está infringiendo la ley, argumentó que estos oficios con el tiempo desaparecerán y se perderá el encanto del arte callejero.
“Recuerdo que tenía 11 años cuando pasaba con mi morral para el colegio y observaba la habilidad de los artesanos para elaborar este tipo de objetos. Aprendí y me quedé en la calle. No sé hacer otro arte. El negocio está en la calle, los clientes son los transeúntes quienes se acercan y compran el producto”, recalcó.
Hay una orden para irnos a la plaza de mercado. “Ahí nos morimos de hambre los artistas callejeros, porque los compradores son diferentes. Hinchas de equipos de fútbol o gente del común que pasa, observa las manillas y las adquiere”, recalca.
Las manillas tienen diferentes precios de acuerdo con el tejido.
Luis Alberto contó que un hombre a quien llamaban Betico, le enseñó los primeros secretos y se quedó para siempre en la calle. “Éramos pobres y no pude continuar con los estudios. La señora Carmen Tovar me pulió en el arte”, recalcó.
Una vez escuchó las orientaciones, procedió a elaborar la máquina con tablas, tubería de plástico y unas ranuras.
A las calles sale a las 7 a.m. y se va a las 6 p.m. Monta su taller en vía pública, el cual consta de un banco, una mesa de apoyo, las pinzas, tijeras, hilos de diferentes colores, agujas, pepas y mecheras.