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En Ocaña un mecánico hace arte con tuercas

Héctor Velásquez Ortiz tiene alma de escultor.

A su taller llegan a diario decenas de conductores para que les revise el carro y él los recibe con una sonrisa y una bata llena de grasa. Lo que no se imaginan sus asiduos visitantes es que detrás del brillante mecánico hay un artista.

En cada trabajo Héctor Velásquez Ortiz recoge tuercas, tornillos, piñones y piezas de metal, con las que hace esculturas en sus ratos libres.

Velásquez vive en el sector La Rotina de Ocaña y allí, une todas las piezas metálicas para cumplir el sueño que tuvo de niño de ser escultor. Con una chispa de soldadura va acoplando piezas mientras alimenta el alma.

“No las hago por dinero, el arte no tiene precio y las regalo a las personas que saben apreciar mi arte”, dijo el mecánico sonriendo en medio del trajín del día.

Velásquez es egresado el Instituto Técnico Industrial y allí aprendió los secretos de la mecánica y de la soldadura. “Desde niño siempre he sido curioso para amar animales y construir robots, ovnis o escorpiones”.

En el gremio es conocido como ‘Chichi’ y una de las figuras que más le gusta armar es la de un caballo, que para él simboliza poder y energía, como la que siente correr por su cuerpo cuando aflora el artista que lleva dentro. “Para hacer el caballo me demoré un mes”.

De niño Velásquez soñó con ser astronauta y entre risas dijo que era un sueño inalcanzable porque a temprana edad empezó a trabajar para conseguir su sustento. “Soy un aficionado a la astronomía, creo que existen los extraterrestres y muchas de las cosas que imagino, como ovnis, las he convertido en esculturas”.

Una jornada de trabajo de Velásquez empieza a las 7 de la mañana, cuando sale de su casa en el barrio Torcoroma para el taller y como si fuera un cirujano, repara con destreza motores y al mediodía, antes de dormir, diseña figuras.

“Es difícil porque el sustento diario lo obtengo de los carros y el tiempo es limitado para armar las esculturas. Siento alegría al observar las formas que salen del material reciclado”, recalca.

En su cerebro siempre hierven ideas creativas y una anécdota que no olvida es cuando contrariando a su papá partió un balín para observar que tenía dentro y descubrió que había un líquido que evitaba que la pieza se recalentara.

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La primera imagen que armó fue un robot. “Cigüeñales, tuercas, tornillos, latas y motores fueron encajando y materializando la idea. Los ojos son balines, el cabello lo armé con virutas”, dijo.

Un primo se enamoró de esa pieza y se la regaló, pues no hace arte para ganar plata sino por satisfacción y por dejar una lección de vida en las personas para que valoren los talentos de sus semejantes.

Actualmente trabaja en una escultura inspirada en el libro El Principito, de Antoine de Saint-Exupéry. “Es un texto que transmite amor a la humanidad y cuando lo leí me asombró ese mensaje de fragilidad y de sencillez. Creo que somos humanoides todavía y cuando hablé con la poetisa antioqueña, Ana Francisca Rodríguez Iglesias, le prometí que además de las páginas, le iba a elaborar las manos y el antebrazo”, agregó.

 “No desperdicio nada, la gente me dice que por qué guardo tanto mugre y les respondo que algún día se necesita. Los clientes se asombran cuando observan las figuras que salen de las piezas desechadas”.

Para Velásquez aprovechar cada trozo de metal es un proyecto de vida, pues al tiempo que crea arte aporta a no contaminar los entornos naturales.

 

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Jueves, 15 de Noviembre de 2018
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