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Impresiones de un caleño

Visité diferentes partes de la Perla del Norte como la plaza Colón y su extraordinario monumento.

Tras dos años, estoy en pleno gozo de estar de nuevo en Cúcuta, la tierra de mi mujer, mi ciudad política. Después de un viaje arrechísimo de veinticinco horas en bus desde Cali, soñaba con relajarme en uno de los numerosos parques de la ciudad, como el frondoso Paseo San Eduardo “El Maleconcito” o el Monumento a la batalla de Cúcuta en la Loma de Bolívar desde donde se aprecia toda la Perla del Norte y ni hablar del armonioso parque familiar donde opera JuanK y sus famosas hamburguesas a la parrilla.

Así que salí a caminar. Me sentí como si estuviera en un lugar de ensueño: el aire húmedo, denso y caluroso, las mujeres flores del desierto desfilando por la famosa cero y el orgullo patrio exudando de cada poro cucuteño, especialmente si juega el Real de James.

Llegué al parque Simón Bolívar, donde el libertador saca pecho sobre su corcel frente a nueve arcos laureados que protegen su espalda. Me senté encarando a la estatua, ensimismado en el cielo azul eléctrico y las proezas del primer presidente cuando una señora se cruzó entre el libertador y yo, se mandó el último trozo de pastel a la boca, se limpió las comisuras con la servilleta y, casi de manera automática, la lanzó sucia al suelo.

Quedé estupefacto ante el acto, mis ojos en danza con Bolívar, la mujer y la servilleta estrujada. No me pude contener y encaré a la señora, pidiéndole una explicación de por qué había botado la servilleta al suelo, a lo que me respondió tajante “Para eso están los del aseo, ¿no ve que les estoy dando trabajo?”, e indignada le dio un jalón al niño que llevaba de la mano, me dio la espalda y se perdió por la Gran Colombia.

Ya se imaginará el lector la sorpresa que devengó la respuesta. Ante tal dictamen, sentí la batalla perdida antes de comenzarla, pues su acción, a sus ojos, estaba justificada al punto de ser necesaria: si la madame no arroja basura al suelo, crea desempleo. ¡Vaya!

Visité diferentes partes de la Perla del Norte como la plaza Colón y su extraordinario monumento al centenario de la batalla de Boyacá, 

fui al Espejo Musical de Gerardo Ramón y crucé el puente de Guadua, rodeé la UFPS, gocé de la brisa vespertina en El Malecón, llevamos al niño a Circus Pop y nos deleitamos con unos pasteles de la Dacha, y recorrí el centro en su totalidad hasta que llegué al Canal Bogotá. Quedé anonadado. La Perla se empaña a diario por el acto ciudadano de arrojar donde caiga la basura y ¿qué hace la municipalidad? Siembra un letrero que lee “Prohibido arrojar basuras y escombros” al lado de una pila de residuos.

La ciudad, salvo el centro y algunos parques, gozan de canecas, pero en los barrios las personas se ven obligadas a sacar la basura al poste de la luz, el lote abandonado, a la esquina o al canal, como si el manejo de basuras fuese un pacto tácito y no un aspecto de salud pública que requiere altos grados de coordinación cultural. Ya fue suficiente el echarle la culpa a los perros y recicladores para mirarse de lleno al espejo y asumir la responsabilidad frente a la limpieza de la ciudad.

En realidad Cúcuta es una ciudad hermosa, de gente amable y siempre dispuesta a ofrecer una mano, pero la tochada de echar donde caiga la basura empaña su imagen, opaca su pulcritud y acarrea enfermedades respiratorias y estomacales durante las lluvias. La basura adorna la ciudad como la caca de las palomas revisten a Santander en su parque frente a la Alcaldía.

Y usted, ¿qué va a hacer? Guárdese la servilleta hasta la próxima caneca o en el bolsillo del pantalón hasta llegar al hogar. ¡Cuidemos Cúcuta! Por favor, no sea toche, el cambio empieza por uno: por usted.

Escrito por: Felipe Robayo Chacón

Martes, 17 de Enero de 2017
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