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La movilización social: un motor del cambio en la historia

Hay algo que podemos concluir de todo esto: los sistemas socio-políticos no son ni permanentes, ni inmutables.

Estamos viviendo un momento de movimiento a nivel mundial. Tanto en América Latina, como en otras partes del mundo, las personas se están volcando a las calles a reclamar por las injusticias de sus gobiernos. 

Como historiador, esto me resulta francamente interesante, ya que se puede percibir cómo se están creando fracturas coyunturales de cambio histórico, en donde la sociedad está reaccionando en contra de lo que hasta hacía poco era percibido como el statu quo inamovible.

Varios de los grandes momentos de cambio que se han visto a través del tiempo, se han podido dar gracias la movilización masiva de personas. Esto puede ser explicado por un simple hecho: que una de las pocas cosas que podemos señalar como constantes a través del tiempo, es la búsqueda de una vida mejor por parte los individuos dentro de las sociedades.

Y  la conquista de esta vida mejor, es decir, la obtención de derechos, ha tenido que hacerse a través de la presión popular, por la existencia del sistema de clases. Este ha tenido múltiples presentaciones a través de los siglos, pero se le puede encontrar una constante, la existencia de una clase que domina a la otra, obteniendo privilegios de ella. 

Amos y esclavos; reyes y súbditos; burgueses y proletarios, han estado en una dinámica constante, en donde uno mantiene la superioridad a través de un statu quo opresivo, mientras que el otro busca romper este sistema y mejorar su calidad de vida. 

Los sistemas opresivos han tenido muchas caras, y han sido justificados a través de elementos como la religión, la supremacía racial, los valores morales o los sistemas económicos. Así, las divisiones de clase se han conjugado a la creación de brechas relacionadas al género, la identidad sexual, la etnia o la nacionalidad. 

Desde octubre, Bolivia está sumida en una serie de protestas que conllevaron, incluso, a la renuncia de Evo Morales a la Presidencia.

Pero siempre aparecen movimientos sociales  dispuestos a romper estos sistemas opresivos. Y gracias a esto es que hoy en día gozamos de muchos más derechos y libertades que nuestros ancestros. 

Puedo citar muchos movimientos que han logrado esto. Desde los movimientos de independencia latinoamericana, los de abolición de la esclavitud, las sufragistas en pro del voto femenino, las uniones de trabajadores que lograron mayores derechos laborales, representados en Colombia por líderes como María Cano; los de derechos civiles, dirigidos por Martin Luther King y otros, en Estados Unidos.

También, la resistencia contra el apartheid en Sudáfrica; la Primavera Árabe, la movilización pro descolonización de África; la marchas estudiantiles de la segunda mitad del siglo XX alrededor del mundo; la movilización pacifista de Gandhi por la independencia de la India; las madres de la Plaza de Mayo en busca de la verdad de los desaparecidos en la dictadura Argentina; las movimientos LGBTI, las protestas contra la guerra de Vietnam, el movimiento pro de derechos  indígenas  y de la mujer de Rigoberta Menchú, y muchísimos más. 

Aún ante la diversidad de causas, todos han tenido un punto en común: la búsqueda de derechos que incomodan a un sistema que perpetúa la injusticia. 

Y ese sistema pocas veces es simpatizante de los movimientos. Aunque algunos quieran hacer pensar que los derechos han sido otorgados por la magnanimidad de los gobernantes, lo cierto es que casi siempre estos se han mostrado reaccionarios al cambio. 

La oposición de algunos se basa en el poco sustentado argumento de que los que buscan el cambio social son “vagos que creen que tienen más derechos que deberes”. Es interesante notar que la noción del “deber” varía según el sistema y el momento histórico, e implica una noción de conformidad ante el statu quo. Básicamente dice “debes obedecer, servir y estar conforme”. 

En Chile, las protestas se mantienen para reclamar igualdad y exigir mejores condiciones para todos. Sin embargo, las manifestaciones se han tornado violentas.

Algunos aducen la presencia de vandalismo y caos, que bajo su criterio, puede desembocar en una guerra revolucionaria. Y no puedo negar que esto sí ha sucedido. Pero hay algunas cosas que se pueden argumentar aquí: primero, la violencia en sí, no es el objetivo de la movilización, por lo que la mayoría busca hacerla por medios pacíficos. Dos, en muchas instancias, la violencia surge de los representantes del sistema opresivo, quienes además tienen el monopolio de las armas y pueden causar más daños. 

Es por ello que es poco objetivo deslegitimar los logros de las movilizaciones por la presencia de “vandalismo”. Obviamente, cualquier tipo de violencia es condenable, pero no se puede concentrar y reducir una movilización por eso, porque sus objetivos son mucho más grandes. 

Pero una movilización sí debe incomodar. La autora Carolina Sanín dijo algo importante hace poco, en relación al paro del 21 de noviembre que tuvo lugar a nivel nacional: “Sí, que la marcha sea pacífica. Pero pacífica no significa pasiva ni apaciguada. Será una marcha popular, no un desfile militar, ni un desfile de pasarela”. 

Las movilizaciones pacifistas más famosas, como las dirigidas por Gandhi, María Cano o Luther King, han tenido una férrea convicción de no violencia, y han concentrado un clamor popular, que paralizó ciudades y países enteros, obligando a los dirigentes a escuchar. Al llenar plazas y desafiar a la autoridad, estas movilizaciones crearon verdaderas inflexiones históricas que, inclusive, llevaron al colapso de sistemas de opresión que habían existido por años.

Hay algo que podemos concluir de todo esto: los sistemas socio-políticos no son ni permanentes, ni inmutables. A través del tiempo, estos han estado sujetos a los cambios propios del devenir histórico, en donde la voluntad social ha sido siempre preponderante. 

Es por ello que, si queremos lograr mejoras estructurales en nuestra sociedad, debemos ser activos como individuos y como grupo. Movernos, incomodar e inclusive, desobedecer a los poderosos, de manera que el motor de cambio en la historia esté en nuestras manos. 

Por: Guillermo León Labrador Morales
Historiador de la Universidad Javeriana

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Sábado, 23 de Noviembre de 2019
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