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El cucuteño que decidió vivir en medio del mar

Tres años le tomó reconstruir su velero.

Desde muy joven, Alejandro Gutiérrez sabía que tenía una conexión con el mar, pero nunca imaginó que a sus 43 años estaría recorriendo el océano en su propio velero y como capitán. 


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Sí, este cucuteño que solo conocía las aguas del río Pamplonita y que creció comiendo pastel de garbanzo, ha dedicado los últimos diez años de su vida a vivir como siempre quiso: en medio del mar. 

A sus 16 años, una vez graduado del colegio, emprendió un viaje a Bogotá donde estudió ingeniería electrónica, carrera que ejerció por varios años, hasta que un día, se percató de que su vida no estaba en la capital y mucho menos como ingeniero. 

Decidido, dejó su trabajo, su apartamento y la ciudad que lo había acogido para llegar a Santa Marta donde comenzó a prepararse como instructor de buceo, sumándole a esto, su pasión por la fotografía marina, un hobbie que adquirió como ingeniero, pero que, además, había sido inculcado por su padre, un fotógrafo aficionado. 

Después de aprender todo sobre esta práctica submarina, en búsqueda de mejores oportunidades laborales, Alejandro llegó al caribe holandés, específicamente a la isla de Bonaire, cerca de Aruba y Curazao, lugar donde reside actualmente, para iniciar una nueva vida. 


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“Llegué a la isla en el 2012 y estuve los primeros tres años como instructor de buceo y ahí me di cuenta de que definitivamente quería estar siempre en el mar, porque me iba un ratito a las ciudades, pero no me sentía muy bien, entonces empecé a ver qué hacía, si me compraba una casa cerca al mar o qué”, detalló Gutiérrez. 

 

Empieza su relación con los barcos

Sin planearlo, cierto día Alejandro se relacionó con unos amigos que tenían un velero y allí empezó su curiosidad por aprender a navegar. 

Fue así como inició a hacer cursos de veleros y barcos, una oportunidad que lo llevó a trabajar en un catamarán, embarcación usada para el transporte de turistas. 


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Poco a poco, se fue ganando la confianza de los capitanes y aprovechaba cada instante para aprender el más mínimo detalle sobre la navegación, hasta el punto en que le dijeron, “usted también puede ser un capitán”. 

Esa fue la frase que motivó a Alejandro, no solo a querer convertirse en capitán, sino también a tener su propio barco. 

“Cuando un capitán ya experimentado necesitaba un tripulante para que le ayudara a llevar un barco de un punto a otro, yo siempre levantaba la mano y me ofrecía, porque quería aprender y tener experiencia en mar abierto y así hice varios viajes desde Bonaire hasta otras islas y hasta República Dominicana”, mencionó el cucuteño. 

Alejandro explicó que, como tripulante, su labor era cubrir diferentes turnos nocturnos conduciendo el barco, ya que estos no se detienen en la noche, así que debía supervisar que la embarcación estuviera en la dirección correcta, que no hubiera tráfico, es decir, que no estuvieran en camino buques, veleros, lanchas o pescadores, así como también, tenía que revisar que las velas estuvieran ajustadas y que no se presentara ninguna obstrucción. 


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En búsqueda de su embarcación

“Desde el día que me dijeron que podía ser capitán, la idea me empezó a sonar y comencé a buscar opciones para comprar un barco, pero la parte económica no me cuadraba, porque eran valores muy grandes”, sostuvo Alejandro. 

Sin embargo, su meta ya estaba fijada y luego de dos años, pudo comprar el que sería su primer barco, aunque no para llevarlo de inmediato al agua, pues se trataba de un velero monocasco que llevaba cerca de diez años abandonado en tierra. 


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“Lo compré porque el precio se ajustaba a lo que podía comprar en ese momento, pero había que repararle varias cosas, estaba decidido a restaurarlo”, aseguró el cucuteño. 

En medio de su emoción porque ya había logrado lo más importante, Alejandro pensó que el velero podría estar listo en 6 o 7 meses, pero le tomó 3 años reconstruirlo, para lograr que volviera al agua. 

Allí empezó su aventura. Alejandro empezó a navegar su velero llamado “Luna” dándole primero la vuelta a la isla Bonaire, para luego ir a otras islas cercanas, una experiencia inolvidable y que guarda siempre entre sus más gratos recuerdos. 
“Montarme por primera vez a mí velero fue una sensación de libertad. Cuando uno está en el mar, pero va en un paseo, hay mucho ruido por la gente y los motores funcionando, pero cuando estás a vela, el motor se apaga y lo que queda es silencio, sientes que eres empujado por las fuerzas de la naturaleza”, describió Alejandro.


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Comentó que aunque a veces se logra ver zonas de tierra, la sensación en medio de la nada, solo rodeado de agua, es casi indescriptible, porque aunque muchos señalan que se está solo, pasa todo lo contrario.

“Allá no estamos solos, a pesar de la magnitud tan grande del agua, en los viajes aparecen delfines, pájaros que vuelan en medio del océano y que descansan en el agua e incluso, se van de polizones en el velero, es una conexión con la naturaleza”, puntualizó Alejandro.

 

Lo que más extraña de estar en tierra y de Cúcuta 

Alejandro manifiesta que lo que más se extraña cuando está en medio del mar es la comida y el contacto con las personas. 

De Cúcuta, precisó que no hay nada que extrañe más que los pasteles de garbanzo, de los cuales, asegura, es un embajador en cada parte que llega. 


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“Por donde voy yo mismo hago los pasteles de garbanzo y mucha gente piensa que son feos o no creen que se pueden hacer así, pero siempre los hago para compartir, amo hacerlos y darlos a conocer, porque luego les terminan gustando”, dijo. 

Además de esto, señaló que extraña a su familia, a quien no ve desde el 2021, la última vez que visitó la capital nortesantandereana. 

En el mar, según explicó, tienen la fortuna de poder pescar, por lo que un buen pescado con cebolla y limón nunca puede faltar, aunque también llevan alimentos no perecederos que pueden preparar aún con el barco en movimiento.


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Su viaje por 7 meses

El pasado 18 de noviembre de 2022, Alejandro en compañía de su novia holandesa, empezaron una travesía que está costeada hasta el mes de mayo de este año. 

Salieron desde Bonaire hasta llegar a Aruba y desde allí, el objetivo ha sido recorrer el caribe colombiano, lo han logrado. 

“El día que llegamos a Colombia, para mí fue una emoción muy fuerte, casi que lloré, porque venía piloteando, había tenido el turno de la madrugada y de repente sale el sol y la imagen con la que nos encontramos de frente fue la Sierra Nevada de Santa Marta, tenía a ese gigante en frente de mí y no lo podía creer, fue impactante”, contó Alejandro. 


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Ya han recorrido Cartagena, las Islas del Rosario, el Archipiélago de San Bernardo, el Golfo de Morrosquillo, Isla

Fuerte, entre otros lugares, hasta llegar a Sapzurro, en Chocó, un corregimiento de pescadores entre la frontera de Panamá y Colombia. 

Desde allí, recorrerán Panamá, las islas Las Guayanas, el Golfo de San Blas, San Andrés y Providencia. También planean dar una vuelta por Honduras, Guatemala, México, Cuba, República Dominicana y luego, el Caribe de norte a sur, para regresar nuevamente a Bonaire, aproximadamente a finales de mayo o comienzos de junio. 

“Dejar a un lado mi vida regular fue lo mejor que hice, porque yo veía barcos en la televisión, pero no sabía lo que era tener uno propio y poderlo manejar. Si uno se permite soñar, lo puede lograr”.


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El futuro 

Aunque Alejandro ya logró cumplir lo que podría ser su mayor sueño, sus  metas no terminan ahí. 
Reconoce que este viaje de 7 meses puede en un futuro extenderse mucho más, no solo para recorrer el continente americano, sino el mundo entero. 

“Me he preguntado ¿qué pasa si no paramos?, ¿qué pasa si le damos la vuelta al mundo?, ¿lo podremos hacer con esta embarcación?”, finalizó. 

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Lunes, 30 de Enero de 2023
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