A Ramiro Antonio Arévalo Flórez no lo dejaron cumplir sus 28 años. El hombre fue asesinado a golpes la madrugada del pasado 4 de septiembre. Su cuerpo apareció tendido bocarriba, con la camisa amarrada a la mano derecha, el pantalón negro que tenía puesto estaba a medio ajustar y no portaba zapatos, así mismo, no tenía su celular.
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Para los familiares de este cucuteño, que estaba radicado en una finca familiar en Lourdes, donde cumplía el oficio de agricultor, no hay duda que su muerte se dio en medio de un robo.
Antes de esa madrugada
El jueves 2 de septiembre, Ramiro viajó de Lourdes a Cúcuta con el propósito de vender un bulto de chochecos (plátanos), en Antonia Santos, donde lo conocen desde niño. Pero el lugar para dormir fue en La Primavera, en la casa de su hermano mayor.
Para la madrugada del viernes 3 de septiembre, Ramiro salió con su cosecha y regresó pasado el mediodía con todo vendido. Almorzó, se bañó y a las 2:00 de la tarde lo vieron vestido con una camisa manga larga, su pantalón negro y tenis rojos con negro.
Al irse, Ramiro le dijo a su cuñada que iría a cortarse el pelo y a enviarle un dinero a la mamá. Esa fue la última vez que lo vieron con vida.
Para la noche del viernes, la mamá de Ramiro, quien estaba en Sardinata, recibió el dinero que él le prometió.
“Yo me fui con mi nieta de 3 años desde temprano a Sardinata a reclamar el ingreso solidario y no pude. Se me hizo tarde para devolverme a la finca, entonces, mi hijo me dijo que no me preocupara que me enviaría dinero para que nos quedáramos allá en un hotel y que le diera comidita a Emily, su hija. También me dijo que nos encontraríamos la mañana del sábado para volver juntos a la finca”, recordó Rosa, la mamá.
La muerte
A las 5:00 de la mañana del sábado 4 de septiembre, la mamá de Ramiro empezó a llamarlo insistentemente, pero el teléfono estaba apagado.
“Yo solo creí que tenía el celular descargado, no presentí nada malo. Entonces nos devolvimos con mi nieta a la finca”, dijo.
La mujer llora al recordar que justo mientras ella insistía en llamarlo ya su hijo estaba muerto en la oscura vía que de La Primavera lleva al asentamiento humano Los Caracoles. El cadáver apareció justo a unas 7 cuadras de la vivienda de su hermano.
Esa madrugada, los ladridos de unos perros alertaron de que algo malo estaba pasando, pero nadie salió a verificar.
La luz del día le mostró a los transeúntes de esa calle la escena mortal.
A Ramiro lo atacaron con un objeto contundente en la cara. El golpe mortal lo tenía en la frente con una herida abierta y los ojos estaban morados de los golpes recibidos. La nariz y boca también estaban ensangrentadas. Su familia pasó ese día desconociendo la suerte de su ser querido.
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Fue hasta la tarde del domingo, que un familiar vio en La Opinión publicada la fotografía del tatuaje que él tenía en el brazo derecho y lo reconoció.
“Yo me enteré fue hasta el lunes que me llamó un hermano a decirme que Ramirito estaba hospitalizado, que debía irme con urgencia, pero no me dijeron que estaba muerto”, recordó con tristeza la mujer.
No hay avances
Al hijo noble, responsable y atento lo extrañan en la finca. En Antonia Santos ya no hay cosechas traídas de Lourdes y la pequeña Emily perdió a su papá. Ahora vive con su mamá en el departamento de Cundinamarca, lejos de su abuela, quien llora por la ausencia de ambos.
Mientras tanto, las autoridades no dan respuestas sobre los avances de quién o quiénes lo habrían asesinado.
Sin cámaras en la zona, sin testigos y sin el análisis de la necropsia del cadáver, esta familia cucuteña vive el completo olvido de los entes estatales.
“Es increíble que uno llama a preguntar sobre la necropsia y ni de eso hay respuesta”, dijo la mamá.
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