La vida de Luis Fernando Mantilla Mogollón ha estado marcada por las enseñanzas, consejos y recuerdos de su progenitor Emilio Mantilla Fernández (q.e.d.p).
Hoy, con más de 80 años cumplidos y con mucho dinamismo, evoca que desde pequeño supo cuál era el verdadero sentido de la responsabilidad.
Esa que le supo inculcar desde que empezó a tener uso de razón y que sentía la necesidad que se formara con principios; los cuales a lo largo de la vida le han servido para tener una familia organizada y mantener vivo parte del legado material e inmaterial que heredó de su padre.
Se siente orgulloso cuando habla de él y lo menciona como le decían a partir de 1923, el mecánico de Camilo Daza, precursor en Colombia de la aviación.
La relación de Mantilla Fernández con el llamado ‘Cóndor Pamplonés’ empezó el 17 de marzo de 1923, cuando después de estrellar el biplano Curtiss JN-4, llamado Bolívar, con un cerezo en los predios en donde hoy está el estadio de fútbol y el coliseo cubierto, requirió al joven mecánico para que le ayudara a reparar el aeroplano.
Daza, nacido el 25 de junio de 1898, en ese entonces tenía 25 años, mientras que Mantilla estaba a punto de cumplir los 22 años.
Ambos, oriundos de la fría Pamplona, se embarcaron por un buen tiempo en la aventura de volar por los cielos del país. El primero piloteaba El Bolívar y el segundo, mantenía el motor de la nave a punto.
Relato
Mantilla, hijo, cuenta que el episodio sufrido en Pamplona por parte del precursor de la Aviación en el país, le marcó la vida de su padre al tenerlo en cuenta para que con los conocimientos de mecánica le ayudara a arreglar el pequeño avión, que tuvo después de ser reparado, que volver a desarmarlo para llevarlo hasta la que se conocía en esa época como la Finca San Rafael, jurisdicción de Pamplonita.
Allí en la pista improvisada o recta Daza antes de partir dijo: “Me voy en lo que Emilio Mantilla ha hecho, en las manos de él tengo mi vida”.
Por fortuna llegó a Cúcuta sin novedad, gracias la recuperación casi que total que se le hizo al avión.
También en los relatos se dice que ese día no quiso viajar con Daza, porque en ese momento estaban allí la madre y la novia. Pensó que ellas no soportarían semejante emoción al verlo elevarse a los cielos en un avión.
Ese fue el inicio de una aventura que poco después lo llevó a ocupar el puesto de acompañante y mecánico. Se reunieron nuevamente en Bucaramanga, volando a las poblaciones del Socorro y San Gil.
Semanas después partieron para Chiquinquirá (Boyacá), en donde por fallas del motor aterrizaron abruptamente en la punta de la cordillera El Morro, en límites de Santander y Boyacá.
La nave también, como en Pamplona, se le destrozó la hélice, las alas, el tren de aterrizaje y la cola. Ellos salieron ilesos.
De ahí recogieron los restos de El Bolívar y los llevaron a Chiquinquirá en donde a prisa lo repararon y un 9 de julio, día de la fiesta de la Virgen sobrevolaron la población, hecho que le mereció al piloto, por esa gesta ganarse el premio de 1.000 pesos ofrecidos por la junta organizadora de la celebración católica y que le sirvieron de mucho para continuar surcando los cielos del país.