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El Catatumbo: raudal de esperanza

Ningún desarrollo es posible en medio de la guerra.

Por: Rubén Zamora | Exintegrante del frente 33 de las Farc y exmiembro del equipo negociador del acuerdo de paz en La Habana, Cuba. Responsable de los derechos humanos del partido Farc.

El Catatumbo tiene dos orillas: una plagada de dificultades y otra con muchas posibilidades. Sobre las dificultades no voy a referirme tanto porque son demasiado conocidas, haré hincapié en las posibilidades que tiene El Catatumbo de trascender, aprovechando sus potencialidades geográficas y culturales, de biodiversidad, la calidad de sus tierras, la capacidad productiva, la resiliencia y el liderazgo de su gente, así como su ubicación geoestratégica. Con estos recursos, si los gobiernos nacional y regional hicieran una planeación a mediano y largo plazo, y contásemos con la cooperación de la comunidad internacional, se podríamos desatar el desarrollo de las fuerzas productivas para la superación de la pobreza y la violencia estructural.

Es lo que nos imaginamos con la implementación de las Acuerdos de paz, la Reforma Rural Integral (RRI), la sustitución de cultivos de uso ilícito y los Programas de Desarrollo con Enfoque Territorial (PDET). Obviamente, lograr ambiciosos planes de desarrollo social, político, cultural, económico y ambiental necesariamente requiere crear las condiciones para generar confianza en la inversión, superar el conflicto armado y en cambio construir los escenarios de participación de distintos actores que pueden intervenir en la transformación territorial, desde una perspectiva diferente al desarrollismo clásico y más bien partiendo del empoderamiento y el fortalecimiento comunitario. Es más, los actores que hoy están en guerra pueden ocupar un lugar muy positivo si se crean los escenarios de diálogo y nuevos acuerdos de paz, con el compromiso real de encausarnos por la transformación de un conflicto violento en un conflicto civilizado y democrático.

Pensarse el desarrollo en medio de la guerra tiende a fortalecer actores particulares que se alimentan de ella y generan formas de acumulación por desposesión, de ahí la necesidad de pensarnos el fortalecimiento del territorio desde una perspectiva de paz y de reconciliación, de ahí que sea imperativo. Ningún desarrollo es posible en medio de la guerra y las temporalidades de esta depende de la voluntad de pasar la página de la apatía, la indiferencia, la rivalidad inútil y reconocernos como actores claves para exigir el abandono de lo que monseñor Darío de Jesús Monsalve, arzobispo de Cali, llama “la venganza genocida con los procesos de paz”, en cambio, asumir lo construido ya en materia de paz y avanzar con nuevos acuerdos que permitan entrar en una nueva era social y política del país y en particular de los territorios más afectados por el conflicto, la pobreza y el abandono del Estado. 

Este territorio es de gran fertilidad para la paz, la voluntad política regional, política de las partes en conflicto, de modo que no dejemos que el territorio prosiga el camino de la degradación y en cambio optemos por una ruta útil, alternativa, incluyente y propositiva para aprovechar la enorme capacidad de este territorio de transformarse y convertirse en un puntal del desarrollo regional. 

El optimismo y la capacidad de su gente, además de la productividad de los suelos, la variedad de pisos térmicos, el clima, la vocación agropecuaria de la población y la posibilidad de convertirnos en transformadores de materia prima, enfatizando en la economía solidaria, tienen alta connotación. Esta región tiene ocho municipios PDET, una Zona de Reserva Campesina, resguardos indígenas, municipios ZOMAC y una Zona Económica Especial que permite estimular la inversión pública y privada, con el privilegio de importar bienes de capital sin aranceles y producir con beneficios tributarios. 

Esa diversidad de posibilidades debe ser una potencialidad para modernizar, diversificar, crecer y aprovechar nuestros tangibles e intangibles y al mismo tiempo recuperar los ecosistemas estratégicos que están siendo devastados. 

Es una región en la que se puede fortalecer la economía campesina familiar, comunitaria y agroecológica, tiene una riqueza en biodiversidad muy importante, al pueblo barí arraigado en sus valores culturales y paisajes hermosos que podrían ser invaluables atractivos ecoturísticos y una gran oportunidad para el crecimiento de la economía regional. 

La memoria del conflicto armado puede atraer al turismo internacional que genera importantes divisas y de paso mostraríamos la capacidad de la familia colombiana de atravesar el Rubicón del conflicto armado y hacer emprendimiento para la paz. Ya lo he dicho antes, es necesario generar un circuito económico que sustituya las economías ilegales. 

La ubicación geoestratégica del territorio no se ha estudiado. Estamos al borde de un puerto de gran calado como el del Lago de Maracaibo que está ubicado a 3 horas nada más de la línea fronteriza del Catatumbo. Se imaginan eso, con buenas relaciones con el país vecino, gústenos o no su gobierno, es para hacer una vía poderosa que conecte al área metropolitana de Cúcuta y al Catatumbo con la Machiques, Colón, excelente autopista que pasa muy cerca del cordón fronterizo desde San Cristóbal a Maracaibo. 

Tibú podría convertirse en la ciudad de la pequeña y la mediana agroindustria de asociatividad solidaria del Catatumbo, y hasta se podría pensar en construir la línea férrea, como en aquellos tiempos que el ferrocarril revolucionó la economía regional. Como región no somos competitivos porque, ya sea para importar o exportar, los costos del transporte son muy altos. Un caso patético: para llevar una tonelada de materias primas de Cúcuta a Santa Marta hay que recorrer 632 kilómetros y cuesta en promedio $110.000; y al puerto de La Ceiba en el Lago de Maracaibo, hay que recorrer 368 kilómetros, no se pagan peajes y el costo por tonelada no superaría los $40.000. El Catatumbo está más cerca todavía, de Tibú hasta la Ceiba habría que recorrer unos 200 kilómetros. 

El Catatumbo podría ser despensa agrícola no solo de Cúcuta sino también de buena parte de la República Bolivariana de Venezuela. Algunos municipios del Catatumbo estarían más cerca del lago de Maracaibo que de la ciudad de Cúcuta. De modo que si no hemos logrado mayor crecimiento económico y social del territorio es porque nos ha faltado política de Estado para la vida, la paz, la integración, el crecimiento económico y socio-ambiental, y ha faltado academia para salir de esa incapacidad que acicatea el conflicto social y armado. 

Podríamos volver a la producción de maíz, café, cacao, frijol, carne, cebolla, cítricos y otros productos. El éxito estaría en aplicar los fundamentos de la Reforma Rural Integral. Todo este esfuerzo debería ir acompañado de la recuperación de cuencas y microcuencas hidrográficas, y la agregación de valor a la producción campesina de alimentos. 

Llamo a la dirigencia regional del sector público y privado a dar el paso y aprovechar las potencialidades regionales, particularmente las del Catatumbo. En el eje cafetero, además de café, encontraron en el ecoturismo una gran oportunidad de negocios de los pequeños y medianos circuitos económicos; en esta región hay mucha más opción para generar riqueza social afirmando a las comunidades en el territorio y encontrando en la paz la palanca fundamental del desarrollo desde una perspectiva profundamente humanista y ambiental. No le demos la espalda a las oportunidades, empecemos con algo y veremos que somos capaces de hacer camino al andar.

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Domingo, 30 de Agosto de 2020
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