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El Tarra: el pueblo donde brotan Semillas de paz
Yohan Vargas es el creador de la oenegé que cuenta con 4.500 afiliados.
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Domingo, 11 de Febrero de 2018

Yohan Vargas, un recién retirado docente de química que cambió años de tubos de ensayo por bastones para abuelos de El Tarra y San Calixto, y pasó de las lecciones y fórmulas de rutina a apoyar su campo con proyectos productivos es el coordinador de la oenegé Semillas de paz, que en solo dos años de creación ha tenido una inmensa acogida.

“Comenzamos con 50 personas y ya tengo 4.500 afiliados”, cuenta.

El inicio de su travesía no fue fácil, en especial en una región en la que la desconfianza avasalla, y después de tantas promesas que terminan con la fe de las comunidades.

Aunque lidió con ello y casi ‘tira la toalla’ en el primer año, la credibilidad que despertó con ideas realizables le hicieron ganar seguidores y sumar, a los 50 abuelos con los que comenzó, la cantidad de afiliados que hoy lo rodean, entre ellos, víctimas de la guerra, desplazados, y madres cabeza de hogar.

Además, donar cada tres meses su salario con el de su esposa para dar mercados a “los abuelitos” le significó más beneficios, en especial porque le multiplican lo que da “compartiéndome la mejor gallinita, la mejor yuca, el mejor plátano...”.

“Ya no doy abasto, y por eso renuncié a la docencia”, dice, mientras recuerda que hoy suma 15 proyectos productivos, varios de ellos en ejecución, de las que se destacan un proyecto piloto de siembra de 300 mil plántulas de cacao; siembra de sábila; construcción de cocinas sin humo, y piscicultura.

“En lugar de que se dañe la yuca y se pierda porque no hay cómo sacarla, va a servir para alimentar las mojarras”, afirma. 

También se creó una cooperativa que les permitió comprar un terreno de 6 hectáreas en el que se hará un proyecto de vivienda y proyectos productivos, para 800 familias.

Adicionalmente, promueve el empleo contratando egresados de la Universidad Francisco de Paula Santander (sede Ocaña), principalmente ingenieros que asesoran a los productores, y pasó de tener 2 a 23 empleados.

“Cuando voy al centro, así sea a traer la carne, gasto toda la mañana, porque me saludan, me invitan, y cuando era profesor, era distinto porque hasta los alumnos le tenían a uno rabia por ser estricto”, relata jocosamente.

La ayuda internacional, privada y de la secretaría departamental de Desarrollo Económico, para el caso del cacao, son su estímulo, en medio de varias anécdotas, como aquella vez en la que visitó Cúcuta y le dieron 300 mercados, pero al no tener dinero para el transporte tuvo que dejarlos, volver al pueblo y pedir transporte fiado.

Su más reciente obra se dio al dejar la docencia, con el gasto que dio a su liquidación: bastones y caminadores para los abuelos, “y esa fue la mejor navidad que he pasado”, dice convencido de que a este ritmo podrá mejorar esta la zona, “aunque me toque empezar a dar fichos, porque tengo la casa llena de gente”.

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