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Región
En el Catatumbo la gente no ha podido vivir en libertad: Obispo de Tibú
Esta zona de Norte de Santander es estigmatizada y que el Estado abandonó, pero con potencialidades, riqueza.
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Lucy Araque
Lucy Araque
Sábado, 28 de Mayo de 2016

Muchas décadas han pasado desde que el Catatumbo, ese paraje espeso, basto e inmensamente rico con el que la naturaleza dotó a Norte de Santander y que bien podría ser uno de los territorios más prósperos de Colombia, terminó confinado al ostracismo, la desidia del Estado y la suerte de los que están al margen de la ley, pero se han dedicado a imponer la suya propia.

Hablar de esta zona para la mayoría es referirse a una república independiente, estratégicamente posicionada, que se ha convertido en el fortín de los diferentes grupos armados ilegales que se disputan el negocio del narcotráfico, incluidas ahora las bandas criminales,  y a la que entrar resulta casi que una proeza.

Un lugar en el que buena parte de sus habitantes son señalados, estigmatizados, pero también revictimizados.

El Catatumbo es hoy para el país un pedazo de territorio que nada en coca, que va a ser clave en un escenario sin violencia si se logra la firma de un acuerdo de paz con las Farc y que  para la oposición, se le salió de las manos al presidente Juan Manuel Santos.

Sin embargo, de lo que muchos no tienen certeza es que la complejidad de esta convulsionada región del departamento, cuya riqueza parece que se les convirtió en su propia desgracia y en la causa de sus males, va mucho más allá de lo que hablan hoy todos los medios de comunicación, quienes, por fin, la hicieron protagonista, pero por el secuestro de tres periodistas.

La mirada de un pastor

Monseñor Omar Alberto Sánchez Cubillos es el Obispo de la Diócesis de Tibú desde junio de 2011 y aunque apenas lleva unos cuantos años recorriendo las polvorientas trochas que comunican al Catatumbo para llevar el mensaje evangelizador a cada uno de los rincones de esta golpeada zona de Norte de Santander, conoce muy bien los intríngulis de este lugar.

Tiene claro que, desde siempre, el Catatumbo ha sido una zona estigmatizada, en cierto sentido con razón, asegura, pero con unas potencialidades enormes y una riqueza inmensa que, de no ser porque el Estado la dejó sola, otra hubiera sido su historia.

“Si uno mira el Catatumbo tiene un paisaje y un universo de riqueza muy grande que cualquier territorio en paz lo desearía. Tiene petróleo, carbón, una abundante potencialidad en temas hídricos que lo estamos agotando. Tiene un bosque natural, selva y paisajes bellísimos, unas buenas sabanas y una capacidad de productividad enorme, pero en medio de ese contraste uno se encuentra con que no hay desarrollo, no hay evolución”, reconoce monseñor.

Con nostalgia recuerda aquellas épocas en las que La Gabarra era un gran productor de comida y no de coca. Ese tiempo en que había carreteras habilitadas para que los campesinos sacaran, a su manera, los productos que cosechaban y le dieran de comer al resto del departamento.

Pero, también, cómo esa falta de un aparato institucional sólido, presente, que hiciera valer los derechos de las personas que habitaban este valioso territorio, permitió que apareciera uno de los principales enemigos del Catatumbo, los cultivos ilícitos.

“Esa mutación que se dio a la coca ha sido lo más desafortunado porque se fue estigmatizando el territorio. El Estado se fue alejando. Empezaron a dejar que estas retaguardias de las guerrillas comenzaran a tener sus controles y ahí empezó el campesino a quedar en una cárcel de puertas abiertas”.

Una prisión en la que, dice, los campesinos fueron perdiendo su cultura y su tradición, para vivir en función de un mal que les da de comer, que les permite sobrevivir.

“Hoy no solo es un problema de un cultivo ilícito, sino un problema social que descompone y transforma los comportamientos, los valores”, asegura el prelado.

Lamenta que el dinero de la coca se haya metido en todo y al mismo tiempo no ha enriquecido el universo familiar de los catatumberos. “Ahí es donde se sustenta la tesis de que el desarrollo no es ingreso, el desarrollo es algo más complejo, es horizontal”, dice.

Territorio sin libertad

“Desde el comienzo, el Catatumbo ha sido un territorio marcado por el conflicto, por lo que le hicieron al pueblo Barí. Las petroleras los arrinconaron, administraron el territorio. Daban coordenadas, pero poco a poco lo fueron poblado los grupos armados”, así lo ve el obispo de Tibú.

Dentro de la radiografía que tiene de esta zona está convencido de que sus habitantes no han podido vivir en libertad desde hace unas cuantas décadas. La libertad vista como la capacidad de moverse, de opinar, de hacer apuestas en cualquier orden, explica.

“El Catatumbo  ha sido una parte de la República que se consumió en su aislamiento por la presencia de los actores ilegales. La gente no ha podido vivir en libertad porque el territorio está cuarteado y gobiernan diferentes actores armados. Ha sido un pedazo de tierra sometida, que ha sido capaz de resistir esas colonizaciones y las ha resistido, pero no ha podido liberarse”.

Y aunque reconoce que el Estado ha hecho presencia, por lo menos de manera militar, allí la autoridad la imponen los grupos alzados en armas.

Actores que se han apoderado del lugar y que parecieran enquistarse. Que se reproducen y que han escrito sangrientas páginas en la historia de unos pueblos “extremadamente recios. Con una capacidad de resiliencia única”.

Farc, Eln, Epl, paramilitares y ahora las bandas criminales, han sometido a los  habitantes del Catatumbo, al punto de llevarlos al señalamiento de un país que desconoce lo que es levantarse en medio de banderas subversivas ondeando en sus territorios como muestra de jerarquía, y unas fuerzas armadas que intentan defenderlos, pero a quienes tampoco pueden reconocer como sus aliados por temor a que los asesinen.

“En el Catatumbo se ha aprendido  a convivir con los grupos armados. Este es un territorio controlado y quien tiene el control regula las relaciones entre las personas, los comportamientos. La gente se ha adaptado a eso, porque ama el pedazo de tierra en el que está, así no sea propia; porque quiere que a su familia no la toquen; porque ha sido testigo de tantas cosas que no le interesa rozarse con ninguno de ellos”, es la lectura que hace monseñor Sánchez.

No hay esperanza de paz

Pero tal vez lo peor que le puede pasar al Catatumbo es perder la esperanza de que su situación pueda cambiar y, al parecer, esto es lo que ha logrado generar entre los pobladores el círculo de violencia que se resiste a desaparecer de allí.

Desde su experiencia, el obispo de Tibú sabe que en esta convulsionada zona de Norte de Santander la gente simplemente tuvo que resignarse al ambiente que le tocó vivir.

“Ellos han hecho una asimilación de que ese es su paisaje, la geografía de ellos en términos de control de territorio. Han asimilado que esos actores están ahí. Que no se van a ir. Que no hay que contradecirles”.

En el Catatumbo la gente sobrevive y su vocación es esa, la de sobrevivir a sus miles de males, cree el prelado.

Por eso, la gran mayoría de sus pobladores están resignados a que una solución no está cerca, no viene pronto y, en cambio, piensan que esto va a ser así por mucho tiempo.

Un petróleo que trajo conflicto

Los males del Catatumbo han sido de siempre. La mayor oportunidad que tuvo esta próspera tierra de ser mucho más rica, o por lo menos más importante para Colombia, lo fue con la bonanza petrolera.

Sin embargo, para monseñor Omar Alberto Sánchez, al contrario de lo que muchos esperaban, el petróleo generó conflicto, desencantos y una deuda social que la gente reclama.

“El mundo del petróleo también  fue un mundo invasivo,  generó unas dinámicas en el Catatumbo. Hoy ve uno carreteras que otrora la Colpet u otros habían pavimentado. Se podía ir a La Gabarra. Había pavimento para ir a El Tarra, pero fue un desarrollo relativo. El petróleo no le hizo justicia total al territorio”, considera.

Cree que si a este lugar lo hubieran desarrollado paralelamente otra sería su historia. Tal vez no se hubiera dado la presencia de los grupos armados ilegales, ni su llegada al Catatumbo estuviera ligada al control territorial.

“Hoy el panorama es el de unos pozos secos, un Ecopetrol vencido, derrotado, que cuando estuvo en abundancia no significó lo que debió y hoy cuando está en la precariedad, de alguna manera apagó muchas expectativas que había”.

En su lugar, dice, queda una coca invasiva, un carbón que, asegura,  se está sacando de manera incorrecta y amenaza el medio ambiente. Entre tanto, los megacultivos que llegaron con el Plan Colombia como una solución “y que han tenido siempre esa connotación de mal vistos, porque se les asoció a otros grupos, aunque eso no sea cierto, en la mayoría de los casos”, no terminan de convencer.

El aroma de la paz se sentiría en 15 años

Y aunque el acuerdo de paz con las Farc que se negocia en La Habana (Cuba) ha abierto la esperanza de que territorios como el Catatumbo puedan sentir, por fin, la tranquilidad y recibir la atención que por décadas han aguardado de parte del Gobierno, las comunidades no tienen esa misma sensación.

“En el Catatumbo la gente no tiene mucha confianza en lo que se está haciendo en La Habana. Hemos ido evolucionando en estos dos últimos años, porque ha habido mucho lenguaje sobre esto. Pero que uno vea a la gente ilusionada que por ahí va a estar la solución, no sucede. La gente ve a los otros actores y no siente tranquilidad, no siente esperanza”, asegura monseñor Omar Alberto Sánchez Cubillos.

Por eso, con pesar, tristeza y hasta impotencia por las ovejas del rebaño que guía, pero con la sensatez que le permite analizar con una mayor claridad las dificultades que afronta el Catatumbo, el obispo se atreve a calcular que en esta complicada y necesitada zona del territorio colombiano, solo hasta dentro de 15 años se podría empezar a experimentar el aroma de la paz.

Como lo dijo enérgicamente hace algunos días, le preocupa que si se da un acuerdo con las Farc y las maquinarias políticas quedan al frente del manejo de los recursos para la implementación de los diferentes planes y proyectos, las regiones tengan que seguir resignadas a la misma suerte.

“Los políticos no son de vocación ni constructores de paz. Van a engrasar las maquinarias como siempre”, asegura.

Cree que lo que necesitan regiones como el Catatumbo son grandes gerentes, personas sin intereses personales, que exploten el inmenso capital social que existe en estas comunidades y que le puedan dar el trato que se merece una región tan rica, pero tan inmensamente olvidada y abandonada.

“Si el Gobierno implementa una política que active, realmente, el mundo agrario, los grupos armados no tendrían opción. La coca se acaba con plata y no con discurso”, considera monseñor, al tiempo que pide que el mismo ejercicio que se está haciendo con las Farc se haga con los demás grupos ilegales, pues de lo contrario, en el Catatumbo no habrá opción, no habrá paz.

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