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En El Zulia una escuela solo tiene tres alumnos

Daniel Rojas, de cuarto grado; Juan Rincón, de tercero; y Moises Rincón, de primer grado; estudian en la vereda El Albarico.

Bajo un árbol de naranjas que se resiste a morir aguardan los tres niños. Hoy no tuvieron que caminar como lo hacen diariamente: este miércoles, una yegua lo hizo por ellos. 

No tienen noción del tiempo. Saben que la hora de entrada es la misma a la que llega la maestra. Por eso esperan con toda tranquilidad. 

Verla aparecer les llena de energía. Le ayudan a abrir el salón y para sentirse más animados inflan globos y los pegan en las paredes recién pintadas. En el tablero aún permanecen las lecciones del día anterior.

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Apenas abrir la puerta del salón y se ven tres pupitres alineados frente al tablero. Otros siete permanecen al alrededor.

Por ahora, Daniel Rojas (cuarto grado), Juan Manuel Rincón (tercer grado) y Moises Rincón (primer grado), son los únicos estudiantes de esta escuela ubicada en la vereda El Albarico, a unas dos horas del casco urbano de El Zulia.

Matriculados hay seis niños.

Tal vez por ser la primera semana de clases en la vereda, luego de más de 10 años de haber quedado abandonada, los niños no han venido en su totalidad.  Las distancias de las casas hacia la escuela son otro de los factores.

Tras la bienvenida, la maestra, Sandra Niño, quien tiene que pasar en un carro cerca de dos horas y otras tantas caminando para llegar a la escuela ubicada en lo alto de la montaña,   continúa con la clase. 

Divide el tablero con una línea para distribuir las tareas. Esta es la primera vez que da clases ‘personalizadas’, dice bromeando, mientras los niños se sienten orgullosos con sus palabras. El día está soleado y no se escucha otro ruido más que el del agua llegando. Los gatos de una casa vecina se pasean por el amplio salón.

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Cuando el reloj de la maestra marca las 10 a.m., llega el descanso. Salen del aula. Aquí aún no ha llegado el Programa de Alimentación Escolar (Pae). Los niños sacan de sus morrales lo que han traído de casa y comen. 

El sol no deja de brillar y la parte trasera de la escuela es el único refugio.

La maestra se une a la tertulia de los niños.

Aún no tienen juegos infantiles ni mucho menos una cancha donde jugar, aunque los balones permanecen en un rincón del salón.

Los menores aprovechan el descanso para ‘echarle ojo’ a su transporte (la yegua permanece amarrada a un costado de la escuela). 

Unos 30 minutos después, la maestra hace llamado para continuar. Los niños retoman sus cuadernos y la clase continúa hasta las 12 m. hora en que termina la jornada. 

Luego, los niños emprenden sus caminos de vuelta, al igual que su maestra. 

Mañana será una nueva jornada en la búsqueda del renacimiento de la vereda El Albarico, de la que hace 17 años tuvieron que salir a causa de la guerra.

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Con la llegada imprevista de paramilitares, nueve familias de esta próspera vereda, hace 17 años tuvieron que salir sin más que lo que tenían puesto. En 2013, cuando ya se habían resignado a su suerte, la Ley de Víctimas y Restitución de Tierras les abrió la posibilidad de recuperar sus tierras.

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No fue fácil, pero aferrados a sus creencias, pero sobre todo a su verdad, las familias afectadas lograron que un juez de tierras fallara a su favor y ordenara la segunda restitución colectiva en Norte de Santander.

Ya retornaron, comenzaron con sus unidades productivas y con la puesta en marcha de la escuela, que se convierte en el símbolo de este renacer, esperan poder volver a vivir con la tranquilidad de antes. Anhelan también la llegada de la luz.

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Viernes, 9 de Febrero de 2018
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